Inés nació en Asís,
Italia, alrededor de 1197 o 1198; era
la hija menor en una familia de la nobleza y su nombre pudiese haber sido
Catalina. Pasaba casi todo el tiempo con Clara, su hermana mayor, con la que
tenía una relación muy estrecha. Cuando escucharon
predicar a Francisco de Asís, ambas quisieron seguir su ejemplo de vida
sencilla dedicada al servicio de los demás; sin embargo, cuando le manifestaron
ese deseo a su padre, él les dijo que jamás lo permitiría.
Una noche, Clara se escapó de casa para irse a vivir a un
monasterio benedictino y, dos semanas después, Catalina siguió sus pasos. Su familia fue al monasterio para
obligarlas a regresar, pero ellas se negaron, a pesar de que soldados
intentaron sacarlas a la fuerza, puesto que estaban convencidas de que Dios las
había llamado a aquella nueva vida: decidieron
dejar atrás sus lujosos cinturones de piedras preciosas y en su lugar se
pusieron correas con nudos. Posteriormente el propio San Francisco le
cortó el cabello a Catalina, signo de consagración a Dios, y “le impuso el
nombre de Inés” (Agnes en latín, que proviene de agnus que significa
cordero).
De
acuerdo a la tradición, en una ocasión, cuando las dos hermanas estaban en
oración, Clara vio a su hermana flotando sobre el suelo y “coronada con tres coronas que de tanto en
tanto le colocaba un ángel”.
Al
siguiente día, Clara le preguntó a su hermana qué había pedido en su oración y
qué visión tuvo. Inés no quería responder, pero por obediencia le contó que se
puso a meditar en tres cosas: la paciencia de Dios
ante las ofensas, el amor del Señor por los pecadores y el sufrimiento de las
almas del purgatorio.
Francisco
puso a Clara a cargo de la orden y, dado que ingresaban cada vez más mujeres,
le pidió a Inés que fundara un monasterio en otra ciudad. Como resultado, Inés fundó monasterios en otras tres
ciudades italianas. Las Clarisas Pobres no eran dueñas de nada y dependían de
la caridad para comer. La vida de Inés fue un ejemplo de oración para
todas las demás hermanas, convirtiéndose para ellas en el ejemplo de cómo
permanecer fiel a las enseñanzas de Jesús y de Francisco de Asís. Murió en 1253, solo un par de meses después de su hermana, y
la Iglesia la consagró como santa en 1753.
Santa Inés de Asís nos enseña cómo vivir la primera bienaventuranza: “Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5:3). En lugar de darle tanta importancia a las cosas materiales y a las que poseemos, sigamos el ejemplo de Santa Inés y depositemos toda nuestra confianza en mostrar nuestro amor por Dios solamente.
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