“La virtud es respetada hasta de los malvados”.
San Julián era natural de Capadocia, y,
aunque catecúmeno, era muy estimado de los fieles por sus grandes virtudes. A
su llegada a Cesárea de Palestina oyó hablar de los conflictos do los mártires:
acudió al lugar de su suplicio, y manifestó en él públicamente la veneración
con que los miraba, besando y abrazando los cuerpos de los que hablan sido
animados con almas tan heroicas y felices. Los guardias le prendieron y
condujeron a presencia del gobernador Firmiliano, que, hallándole tan inflexible
como a los demás, no quiso perder tiempo en interrogatorios, y mandó
inmediatamente que fuese quemado vivo. Viéndose ya dueño de cuanto había
deseado, Julián dio infinitas gracias al Señor por el honor que se había
dignado hacerle en aquella sentencia, y le rogó que tuviese el de su vida por
un acepto sacrificio hecho de su voluntad. De espanto y confusión llenó a los
mismos verdugos el valor y regocijo que mantuvo hasta el último momento de su
vida, sobre la que puede leerse a Eusebio como testigo de vista.
“LOS HÉROES DEL CRISTIANISMO”
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