La Iglesia verdadera
de Jesucristo ha honrado siempre con especial veneración las reliquias de los
santos, sus sagrados cuerpos, sus huesos, su sangre, sus vestidos, sus cenizas
y todas las demás cosas que usaban, o tocaban a sus personas; porque son
sagrados despojos o venerables recuerdos de amigos de Dios, miembros de
Jesucristo y templos del Espíritu Santo, en los cuales resplandeció una excelente
y heroica santidad.
Y así el mismo Dios les ha honrado de muchas
maneras, obrando por ellos y por sus reliquias, innumerables portentos, para
que nosotros también los honrásemos, y tuviésemos sus cuerpos y reliquias en grande
estima y veneración: y aunque los herejes iconoclastas y los protestantes
llamaron supersticioso el culto tributado a las sagradas reliquias, jamás ha dejado
de venerarlas la Iglesia católica; la cual conservará siempre esta santísima
costumbre, usada desde los tiempos apostólicos, loada de los santos padres, sancionada
por los sagrados Concilios, y confirmada por infinitos milagros que ha obrado
el Señor, así a gloria de sus santos, como en provecho de los fieles que veneraron
sus sagrados cuerpos y reliquias.
Lo que ordena la santa Iglesia y quiere que
se enseñe a todo el pueblo cristiano, es que no expongan a la pública veneración
reliquias que no sean aprobadas, como tales, por la autoridad del Sumo
Pontífice o de los obispos: y que se guarden decorosamente y se evite en su culto
toda indecencia y sombra de profanación.
Honramos también, en este día, a los santos
Mártires coronados, cuyos nombres son: Severo,
Severiano, Carpóforo y Victorino.
Eran todos cuatro, hermanos, y en el ejercicio de las armas servían a
Cristo y al emperador Diocleciano: más como se negasen a prestar juramento a
los falsos dioses, los llevaron delante del ídolo de Esculapio, amenazándoles,
que, si no le adoraban morirían a puros azotes.
Ellos hicieron burla de aquel demonio, y
despreciaron todas las amenazas.
Entonces los
sayones desnudaron a los cuatro hermanos, y a todos los hirieron con plomadas,
tan fuertemente, que en aquel tormento dieron sus almas a Dios.
Mandó el tirano,
que sus cuerpos fuesen echados a la plaza, para que los perros los comiesen; más
en cinco días, que allí estuvieron, no los tocaron; mostrando que los idólatras
eran más crueles que las bestias.
Vinieron los
cristianos, y los tomaron secretamente y lo sepultaron en un arenal, tres
millas de Roma, en la vía Lavicana.
El papa Melquíades mandó que se celebrase su
fiesta el día de su martirio, que fué al 8 de noviembre; y porque a la sazón no
se sabían aún sus nombres, se llamaron los cuatro
santos coronados.
Reflexión: ¡Qué agradable y
sorprendente espectáculo nos presenta esta solemnidad de los santos, cuyas
reliquias veneramos!
La Iglesia nos invita a contemplarlo: y con tanta mayor
confianza, cuanto que nos llama a la dicha de que gozan ellos.
Es
verdad, que el designio de nuestra Madre es presentarnos hoy a nuestros
bienaventurados hermanos como objeto de religioso culto: pero no trabaja menos
en mostrárnoslos como modelos de digna imitación.
Estos héroes nos atraen hacia sí por los encantos de la gloria que los
corona: pero debemos también seguirlos, corriendo tras el aroma de las virtudes,
que en tan alto grado practicaron.
Oración:
Aumentad en nosotros la fe de la resurrección oh Señor, que obráis maravillas
en las reliquias de vuestros santos, y hacednos participantes de la
inmortalidad de la gloria, de la cual veneramos la prenda en sus santas
cenizas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA-1946.
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