sábado, 30 de marzo de 2019

SAN JUAN CLÍMACO, abad. (+ 605.)— 30 de marzo.




   El glorioso abad del monte Sinaí san Clímaco fué, a lo que se cree, natural de Palestina, y siendo mozo de dieciseis años bien enseñado en las letras humanas, se ofreció a Cristo nuestro Señor en agradable sacrificio, retirándose del mundo en un monasterio del monte Sinaí, donde por espacio de diez años brilló a los ojos de los monjes como perfecto dechado de todas las virtudes.

   Pasó después a la vida solitaria y escogió un lugar llamado Tola, que estaba al pie del monte y a dos leguas de la iglesia de la Santísima Virgen que el emperador Justiniano, había hecho edificar para los monjes que moraban en las rocas y asperezas del Sinaí: y en aquella ermita vivió Juan por espacio de cuarenta años, con tan grande santidad, que todos le llamaban Ángel del desierto.

   Le levantó el Señor al estado angelical de la oración continua; y no pocas veces le vieron levantado de la tierra y suspenso en el aire, resplandeciendo en su rostro la gracia de Dios, y las delicias celestiales que estaba gozando su alma.

      Le sacó al fin el Señor de su ermita para que fuese el abad y maestro de todos los monjes del Sinaí, y a ruego y súplica de ellos escribió el famoso libro llamado Escala espiritual, en el cual se describen treinta escalones por donde pueden subir los hombres a la cumbre de la perfección. 



   Su lenguaje santo es por sentencias, y admirables ejemplos.

   Dice que en un monasterio de Egipto donde moraban trescientos y treinta monjes, no había más que un alma y un corazón; y que a pocos pasos de este monasterio había otro que se llamaba la Cárcel, donde voluntariamente se encerraban los que después de la profesión habían caído en alguna grave culpa, y hacían tan asombrosas penitencias, que no se pueden leer sin llenarse los ojos de lágrimas y temblar las carnes de horror.


   Se encomendaba en las oraciones de este varón santísimo el venerable pontífice san Gregorio Magno; y el abad Raytú, en una epístola que también le escribió, le pone este título: «Al admirable varón, igual a los ángeles, Padre de Padres, y doctor excelente, salud en el Señor».

   Habiendo pasado el santo sesenta y cuatro años en el desierto, a los ochenta de su edad, entregó su alma purísima y preciosísima al Señor.


  

 Reflexión: No parece, sino que hace el santo el retrato de sí mismo cuando en su Escala espiritual habla del grado de oración continua.

   «Esta oración, dice, está en tener el alma por objeto a Dios en todos los pensamientos, en todas las palabras, en todos los movimientos, en todos los pasos; en no hacer cosa que no sea con fervor interior, y como quien tiene a Dios presente.»

   ¡Oh! ¡qué agradable sería a los divinos ojos, y qué limpia de todo pecado estaría nuestra alma, si considerásemos que nuestro Señor nos está siempre mirando!



   Ofrezcámosle siquiera por la mañana todos nuestros pensamientos, palabras y obras, y cuando nos viéremos en alguna tentación o peligro de pecar, digamos: ¡Dios me ve, no quiero ofender a mi Dios!

   Y no imaginemos que tu Dios y Señor esté ausente allá en las más encumbradas alturas de los cielos, donde ni te ve ni te oye: porque está presente en todas partes, y más cerca de ti que el amigo con quien conversas; está al rededor de ti y dentro de ti, penetrando tu cuerpo y tu espíritu; y tú te hallas más sumido en la inmensidad de su ser divino, que el pez metido en las aguas.


   Oración: Te suplicamos, Señor, que la intercesión del bienaventurado Juan, nos haga recomendables a tu divina Majestad, para que consigamos por su protección lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA

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