viernes, 1 de diciembre de 2017

SAN ANDRES APÓSTOL (+ 69) —30 de noviembre.



   Fue San Andrés el primer Apóstol de Nuestro Señor. Natural de Betsaida, lugar próximo al mar de Galilea, ejercía con su hermano Simón el oficio de pescador. Como oyese referir lo que la fama pregonaba de San Juan Bautista, se presentó a él para recibir el bautismo de penitencia en las aguas del Jordán. Prendado de la doctrina y santidad del Precursor, resolvió quedarse en su compañía y hacerse discípulo suyo.
   Le llamaba Dios, empero, a una misión mucho más importante, porque debía ser uno de los gloriosos Apóstoles del Redentor del mundo. La primera entrevista que tuvo con el Divino Maestro, fue encantadora y sublime; leérnosla en el primer capítulo del Evangelio que escribió San Juan. Fue precisamente este evangelista uno de los personajes de la escena, si bien, por modestia, no se da a conocer. Dice así:
   «Hallábase un día el Bautista a orillas del Jordán con dos discípulos suyos y, viendo a Jesús que pasaba, les dijo: «Éste es el Cordero de Dios.» En oyendo esto, fuéronse los dos discípulos en seguimiento del Salvador.  


Entonces se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: « ¿Qué buscáis?» Respondieron ellos: «Maestro, ¿dónde habitas?» «Venid y lo veréis», repuso el Señor. Fueron, pues, y vieron donde moraba y se quedaron con Él aquel día; era entonces como la hora décima —las cuatro de la tarde—. Uno de los dos que siguieron a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro. El primero a quien éste halló fue Simón, su hermano, y le dijo: «Hemos hallado al Cristo o Mesías», y le llevó a Jesús. Y Jesús, fijando los ojos en él, dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas», nombre que significa piedra o Pedro. 

   ¿Fue pura casualidad el encuentro de Andrés con su hermano? Parece que no. Entienden los comentaristas que fue diligencia de su celo, porque en habiendo hallado al Mesías, y descubierto tan grande bien, ardió en deseos de que otros le conocieran. Y si es llamado el primero entre los Apóstoles, no es solamente porque había llevado a presencia de Jesús a su hermano Simón. 

   Después de esta primera conversación volvió Andrés a sus ocupaciones ordinarias de pescador. Poco más tarde, caminando Jesús por la ribera del mar de Galilea, en las cercanías de Betsaida, vio a los dos hermanos, Simón y Andrés, que echaban las redes, y les dijo: «Seguidme, que yo os haré pescadores de hombres.» Y añade el evangelista: «Y ellos dejaron en seguida sus redes y le siguieron.» 


   Desde este suceso, los evangelistas nombran muchas veces a San Andrés. A tanto llegó su familiaridad con el Divino Maestro, que los exegetas, y entre ellos San Beda, lo proclaman el «introductor» cerca de Jesús; pues a este apóstol se dirigían ordinariamente los que deseaban hablar con el Salvador y que, por timidez o por otra cualquier razón, no osaban acercársele. San Jerónimo atribuye este privilegio a que San Andrés era virgen.


APOSTOLADO DE SAN ANDRÉS


   Después de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico, predicó Andrés en la Ciudad Santa, en Judea y en Galilea, hasta que llegó el momento de separarse los Apóstoles para llevar la buena nueva a lejanos países. Cúpole en suerte la evangelización de la Escitia, pero también recorrió la Sogdiana, Sacia, Etiopía del Irán, Galacia, Capadocia y Bitinia, hasta el mar Negro, alumbrando a todos esos pueblos con la luz de la fe. Pasó después a Tracia y llegó hasta el Epiro —la Albania actual—. Dice San Juan Crisóstomo que desvaneció los errores de los griegos; éstos le atribuyen, equivocadamente, la fundación de la Iglesia de Bizancio.
   Estando el santo Apóstol en Patras, ciudad de Acaya, presenció un 30 de noviembre —que según muchas probabilidades sería el del año 69— un pomposo recibimiento: la entrada de un nuevo magistrado, griego de nación, que antes de asumir el cargo iba a ofrecer un sacrificio a los dioses. Egeo —que así se llamaba el aludido magistrado— estaba ya prevenido contra los cristianos por los sacerdotes de Ceres. De pronto se dirige hacia él un venerable anciano de aspecto humilde y mirada serena.
   — ¡Oh Egeo! —le dice—; da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
   Lo extraordinario del caso hace detener el desfile. Están cerca del puerto, entre las murallas que unen la ciudad a la ribera, entre huertos, olivares, naranjales y viñedos. A medio kilómetro aparecen las casas de la ciudad, dominadas por los dorados templos de la Acrópolis y recostadas en anfiteatro en la falda del cerro. Egeo ignora la doctrina cristiana, pero odia a los que la profesan; el temor al César tiene alguna parte en tal antipatía. Ante el intrépido rasgo del anciano, ¿qué irá a pasar? En Roma, la violencia hubiera hallado pronta solución, porque los jueces romanos huían las discusiones teológicas por no dar a los mártires ocasión de lucirse ante numeroso auditorio; pero Egeo es griego, y como tal escucha las razones del desconocido.
   Inflamado en santo celo, aprovecha Andrés la ocasión para pronunciar una fervorosa exhortación, a sabiendas de que exponía la vida.
   « ¡Cuán dichoso serías, oh Egeo —exclama—, si quisieras conocer el inefable misterio de la Cruz, que en su infinita caridad escogió el autor del género humano para obrar en ella nuestra restauración...! Porque has de saber que habiendo sido perdidas las almas, no podían ser rescatadas más que por el misterio de la Cruz. El primer hombre introdujo la muerte en el mundo al comer del fruto del árbol de la prevaricación, y por esto fue necesario que la muerte fuese vencida y destruida por el árbol de la Pasión. Y así como una tierra virgen había servido para formar al primer hombre, era también necesario que el Cristo, Hijo de Dios, y al mismo tiempo hombre perfecto, naciese de una virgen inmaculada. De este modo el Hacedor del primer hombre devolvió al género humano la vida que había perdido, y sustituyó el árbol de la concupiscencia por el árbol de la Cruz. Extendió Él sus manos inmaculadas, en lugar de las nuestras criminales. La hiel y vinagre reemplazaron para Él la dulzura y suavidad del fruto prohibido. Quiso revestir nuestra mortalidad para hacernos partícipes de su gloriosa inmortalidad.
   »Y esto, como he dicho, lo hizo espontáneamente. Yo mismo estaba con Él cuando fue entregado a los judíos por uno de sus discípulos; pero mucho tiempo antes nos había anunciado que sería entregado y crucificado por la salud de los hombres. Nos predijo también que resucitaría al tercer día; y como le dijera mi hermano Pedro: «No, Señor, eso no sucederá», Jesús le reprendió enérgicamente: « ¡Lejos de mí, tentador! Vosotros no entendéis las cosas de Dios.» 



   »Para mostrarnos más claramente que era voluntad suya sufrir, nos decía; «Tengo poder para dejar esta vida y también lo tengo para recobrarla.» Durante la última cena que hizo con nosotros nos dijo: «Uno de vosotros me entregará.» Y como nos viera a todos entristecidos por esta palabra, añadió: «Aquel a quien yo diere este pedazo de pan, me venderá»; con lo que nos demostró que veía lo por venir. Y lejos de huir del traidor, permaneció en el lugar donde sabía que aquél iría a buscarle.



   »Soy el siervo de Cristo, y no solamente no temo, sino que deseo con ardor el triunfante suplicio de la cruz. En cuanto a ti, ¡oh Egeo!, posible te es aún escapar a la eterna crucifixión que mereces, si, después de haber visto mi constancia en los tormentos, crees en Nuestro Señor Jesucristo. Por lo que a mí toca, has de saber que no temo las torturas que puedan procurarme los hombres; ya que mi suplicio duraría, cuando mucho, sólo unos días; mas el tuyo no acabará nunca. Cesa, pues, te conjuro, de aumentar tus tormentos; no alimentes el incendio que eternamente te ha de abrasar.»


MARTIRIO DE SAN ANDRÉS


   Convencido el juez de que el intrépido Apóstol sería insensible a cualquier razonamiento, dictó contra él sentencia de muerte. Le sometieron previamente al suplicio de la flagelación, y como quiera que el reo acababa de ponderar las glorias y las grandezas de la cruz, pensó el juez que nada mejor que darle ocasión de gustar sus encantos y delicias. 
   Las actas de los mártires nos han transmitido una relación muy circunstanciada de la «Pasión de San Andrés». Comienza así: «Nosotros, sacerdotes y diáconos de las Iglesias de Acaya, enviamos a todas las Iglesias de Oriente, de Occidente, del Mediodía y del Septentrión, la relación del martirio de San Andrés, la cual hemos visto con nuestros propios ojos...» 




   Reproduce esta «pasión» el largo interrogatorio y la animada discusión que hubo entre el Apóstol y el magistrado, mal llamado «procónsul» por algunos. Pinta con vivos colores la indignación del pueblo, dispuesto, repetidas veces, a vengarse del juez prevaricador; pero al que el santo mártir logra apaciguar exhortándole a soportar con alegría las adversidades temporales para merecer las eternas recompensas. De ella ha tomado la sagrada liturgia este pasaje conmovedor:
   « ¡Salve, oh cruz preciosa, consagrada por el cuerpo de mi Señor Jesucristo, que en ti descansó! Antes que mi amable Maestro muriese en tus brazos, eras ignominiosa y espantabas a los hombres, mas ahora los alegras y regocijas... A ti me llego lleno de gozo y de confianza; recíbeme en tus bravos con alegría, como a discípulo de Aquel que, pendiente de ti, redimió al mundo. ¡Oh buena cruz, tanto tiempo deseada, tan ardientemente amada, y buscada con tanta solicitud y diligencia! Ahora que te hallé, recíbeme, benigna, en tus brazos, y sacándome de entre los hombres, restitúyeme a mi divino Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió.»  



   Atado estaba el Santo a la cruz quasi in equúleo, como en un caballete. Sobre cuál fuera la forma de esta cruz, tardó mucho la tradición, sobre todo en Occidente, en determinarse. San Pedro Crisólogo presentaba al Apóstol con los pies juntos y atados al tronco de un olivo, y extendidos los brazos en dos ramas del árbol: o sea, en una cruz en forma de Y. Los antiguos artistas occidentales le dieron la forma de la del Señor; pero, después de la toma de Constantinopla por los turcos (1453), los griegos, al dispersarse, influyeron en la tradición, y la cruz en la forma de caballete o X, tuvo aceptación universal. Así figuraba ya en el emblema de la legión romana de Panonia, la cual era reclutada precisamente en los países evangelizados por el santo Apóstol.
   Dos días estuvo en la cruz el valeroso mártir, soportando con indecible gozo este suplicio, y no cesando de animar a los fieles a padecer por amor a Cristo; al cabo de ellos, y sin que su ánimo hubiera aflojado un solo instante, remató esta miserable vida mortal, y comenzó la eterna y bienaventurada.
   Se acercó a la cruz una noble matrona llamada Maximila, viuda y fervorosa cristiana, y, haciéndose cargo del sagrado cuerpo, lo depositó en el sepulcro que se había construido para sí, en su huerto; allí también encerraría la cruz y demás instrumentos de suplicio, según era costumbre.



RELIQUIAS Y CULTO EN ORIENTE Y EN ITALIA


   En el siglo VI, San Gregorio Magno, a quien se atribuye el primer oficio de San Andrés, decía que la tumba del Apóstol estaba en Patras y que era muy celebrada como lugar de peregrinación. Allí se realizó el portentoso milagro de la curación de Mummolo, embajador de Teodeberto, rey de Austrasia, en la corte del emperador Justiniano; aunque ya por entonces estaba el sepulcro vacío, porque en 357, imperando Constancio, se habían trasladado los sagrados restos a Constantinopla, excepto algunas partecillas que se mandaron a Ñola, a Milán y a Brescia, y la cabeza, la cual se dejó en Patras.
   El 6 de abril de 399 comenzaron a acudir grandes peregrinaciones. San Juan Crisóstomo en persona organizó una procesión general en la que hizo invocar al santo patrono de Bizancio. La princesa Arcadia fundó el monasterio de San Andrés; y en la isla de este nombre se construyó otra iglesia. Un 28 de julio, hacia el 550, dispuso el emperador Justiniano I que las sagradas reliquias fuesen retiradas de la cripta o confesión en que yacían, y se las colocase debidamente en una arquilla o urna de plata.
   Cuando los latinos se apoderaron de Constantinopla, en 1204, se apoderaron también de los preciosos tesoros de reliquias que en la ciudad se encerraban. Pedro de Capua, cardenal legado, tomó el cuerpo de San Andrés el 9 de mayo de 1210, y se lo llevó a Amalfi, su patria. Esta fue la tercera traslación del Apóstol, que se conmemora el 9 de mayo. Más tarde, cuando los turcos se apoderaron de Constantinopla, Tomás, déspota del Peloponeso, salvó el sagrado cráneo de sus atropellos y lo trasladó a Roma, siendo sumo pontífice Pío II, el cual salió a recibirlo como a dos millas fuera de la ciudad, y lo entró triunfalmente el 12 de abril de 1462. Esta fue la cuarta traslación; se celebra el 9 de abril, día en que llegó a las puertas de la ciudad.
   Del cuerpo del Santo salía una especie de «maná» u óleo suavísimo y de agradable olor, prodigio que aún perdura en Amalfi, donde se venera. El Señor, para honrar la memoria de su Apóstol y premiar la fe de los creyentes, realizó grandes maravillas entre los enfermos por medio de este óleo.

CRÁNEO EN LA CATEDRAL DE ANALFI-SALERNO-ITALIA.




RELIQUIA VENERADA EN EL CONVENTO DE ZAFLARY, POLONIA.


PATRONO DE ESLAVOS, ESCOCESES Y BORGOÑONES


   La devoción y culto al insigne apóstol están arraigadísimos en la Europa central y oriental, principalmente entre los eslavos. No han olvidado éstos que de él recibieron la luz del Evangelio y que fue su padre en la fe. Por doquiera han levantado templos en su honor; se admiran algunos muy hermosos en Moscú, Cracovia (desde el siglo XII), Varsovia y en Kief, que lo llama «su Apóstol». Hasta en el Cáucaso, la ciudad de Andrewa conserva piadosamente su culto. Pedro el Grande reconoció este patrocinio y puso bajo su protección la suprema Orden de caballería que fundó, en 1698, el día de San Andrés.
   Los polacos le tienen en gran estima y veneración, y su nombre es muy común entre ellos, principalmente desde que le dio nuevo lustre en 1657 el insigne jesuita y bienaventurado mártir Andrés Bobola. Popularísimo es también en Hungría —la antigua Panonia—; lo prueba la lista de los reyes. Las monedas del condado de Hondt de 1568 llevan su efigie, y en los pequeños ducados de oro acuñados en 1579, cuando el sitio de Viena, está grabada la cruz de San Andrés. Sin duda, de allí se extendería su culto por Alemania, donde hallamos importantes iglesias consagradas a él, y donde la efigie o la cruz del Apóstol aparecen en las antiguas monedas de Oldemburgo, Juliers, Thom, Emden y Campen, ciudades del Sacro Imperio. En la catedral de Tréveris se exponen todavía a la veneración de los fieles las «sandalias de San Andrés», depositadas en una arquita de plata por el arzobispo Egberto (977-993).
   A Gran Bretaña, al igual que a Córcega, fue importado el culto del santo Apóstol por monjes benedictinos discípulos de San Gregorio Magno y compañeros de San Agustín, primer arzobispo de Cantorbery. En 674, San Walfrido, obispo de York, le dedicó una iglesia en Hexham. El prelado sucesor, Acca, se vio obligado a huir ante una invasión y se llevó a Escocia las reliquias de la iglesia de Hexham. El rey Hungo le acogió con benevolencia y le ayudó a edificar la iglesia de Hibrimont, en la que en 760 se depositó un brazo del santo Apóstol. Éste había sido declarado patrono del reino. En el siglo XI la sede episcopal tomó el nombre de San Andrés y Edimburgo, y en 1472, llegó a ser metropolitana de Escocia. También Irlanda recibió la influencia de la devoción especial que en Inglaterra se profesaba al Apóstol y que aún se conserva mezclada con sus tradiciones religiosas; en 1171, la Iglesia de San Andrés era una de las principales de Dublín. Al pasar a Francia, los bretones implantaron su culto en Bretaña y Normandía. Los borgoñones, oriundos de la Escitia, al emigrar, conservaron el culto de su Apóstol y el emblema nacional, que era la cruz de San Andrés. Aun aparece ésta de color rojo sobre fondo amarillo en la bandera del Franco Condado. Casiano, monje escita del siglo V, fundó en Marsella la abadía de San Víctor, y desde entonces hasta la Revolución de 1789 se veneró allí la cruz de San Andrés, de la que se desprendieron, con el tiempo, algunas partículas para diversos países.
   España no fue en zaga en la devoción al primer Apóstol del Señor; testimonio de ello es la liturgia mozárabe. La fomentarían, probablemente, San Leandro y San Isidoro por las relaciones que tuvieron con San Gregorio Magno, gran devoto del santo Apóstol. Desde Felipe I el Hermoso, esposo de doña Juana y heredero de la casa de Borgoña, hubo un renuevo de veneración a San Andrés; los militares llevaban, a manera de escarapela, una banda roja en honor del santo patrono de la casa real, y la roja cruz de Borgoña ondeaba en los pendones de los tercios españoles.

FIESTA DE SAN ANDRES EN PATRAS, LA CIUDAD DE SU MARTIRIO.


SAN ANDRÉS, EN EL ARTE Y EN LA TRADICIÓN


   Gracias a la influencia de Borgoña y de Bretaña, es San Andrés patrón de gran parte de Francia, y donde no, también se ha propagado su culto, como lo prueban las magníficas iglesias o catedrales de Burdeos, Agde, Poitiers y otras muchas. En Francia también, fundó San Andrés Huberto Foumet, en el siglo XIX, una Congregación que lleva el nombre de «Hermanas de la Cruz de San Andrés». En la antigua liturgia galicana tenía el Santo lugar preeminente, con prefacio propio en la misa.
   Nuestro Santo es patrono de los pescadores y pescaderos, y a menudo se le representa con un pez en la mano. También lo es de los aguadores, y, en algunas partes, de los carniceros. En Roma es patrón de los cordeleros, sin duda porque fue sujetado a la cruz, no con clavos, sino con cuerdas. Como es natural, sigue siendo patrono del ejército polaco, como lo fue en el Franco Condado. Ambos países tienen devociones populares idénticas y por cierto muy curiosas, y es cosa notable que suceda lo mismo con las prácticas supersticiosas, las cuales, con sobrada frecuencia, se entremezclan con estas devociones.
   Se invoca a San Andrés contra el mal de garganta, contra la calumnia, y, sobre todo, contra las tentaciones impuras.
   En la liturgia ha tenido siempre su fiesta un lugar de preeminencia. Con la de San Pedro y San Pablo, fue la primera en celebrarse aparte de las de los demás Apóstoles. Era tan importante en 865, que el papa San Nicolás I la contaba, para los orientales, entre las ocho solemnidades anuales que dispensaban de la abstinencia del viernes. La liturgia ambrosiana, al igual que hemos dicho de la galicana, tenía un magnífico prefacio propio, en el que se refería la «Pasión» del santo Apóstol.
   Hace complacido el arte —inspirado en la tradición— en representar al primer discípulo del Señor con la figura de un anciano venerable de luenga y florida barba. Su distintivo es la cruz, representada recta en occidente hasta el siglo XVI, y después en forma de X. Los maestros de la pintura italiana, española y flamenca que trabajaron en esta iconografía, produjeron verdaderas maravillas, y dejaron centenares de obras maestras.
   Son abundantísimas las citas y dichos de los Santos Padres y de los Doctores de la Iglesia que hacen referencia a la simpática figura de nuestro Apóstol. Andrés, «símil perfecto de Cristo», en el decir de San Juan Crisóstomo, nos da una magnífica lección de cómo debemos seguir sin titubeos las inspiraciones divinas teniendo cuenta, según aconseja San Gregorio Magno al hablar de él, de que «el Señor no mira tanto la ofrenda cuanto la magnitud del afecto con que se la presentamos». ¡Cuán oportunas sus exhortaciones a buscar la Cruz en tiempos de desenfreno como los actuales!


CHELIABINSK, REGALO DEL MONTE ATHOS EN 1884.

ALTAR DE LAS RELIQUIAS DE SAN ANDRES EN PATRAS-GRECIA


“EL SANTO DE CADA DÍA”

POR EDELVIVES

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