viernes, 5 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 6.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 



DÍA 6

El consuelo.

 

 

   Dice el Evangelio, que, estando José con este pensamiento, se le apareció en sueños un ángel, que le dijo: «No temas, José, hijo de David, en retener a María por Esposa, porque obra es del Espíritu Santo lo que Ella ha concebido.» (Mat. I.) Rayo es éste de luz sobrenatural que disipa las dudas terribles que agitaban su alma, cambiando en alegría el dolor y en veneración la sospecha. El alma llena de fe y pura de José no dudó un solo momento de la verdad de esta revelación: por el contrario, un bálsamo dulcísimo penetró en su corazón, y su primer movimiento fué una acción de gracias ferviente y tierna al Padre Eterno. Su humildad, ya profunda, hízose mayor, y aunque sé reconocía indigno de vivir cerca de su inmaculada Esposa, prometió velar por Ella y por el Hijo que le iba a ser dado.

 

 

   Ahora bien: ¿qué ángel fué el que llevó tan grata nueva a José? No se sabe con certeza. Quizás fué San Gabriel, el ángel de la Encarnación: quizás San Miguel, el protector de la Iglesia, el destructor de los planes de Satanás; quizás San Rafael, el guía de Tobías...; desde luego debió ser un ángel de la primera jerarquía. Ciertamente que la devoción a San José no estriba en cual fuere el emisario de Dios, sino en su santidad y perfección.

 

 

   En cuanto a las palabras del ángel, son dignas del que las profirió y de aquel a quien iban dirigidas. Brevemente son indicados los misterios de la Encarnación y de la Redención. Con una delicadeza infinita, el mensajero celestial, apoyándose en la profecía de Isaías, proclamó la Virginidad de la Madre de Dios y la divinidad del Hijo de María. Las operaciones divinas, cualquiera que sea la forma que place a Dios darlas, producen el efecto hacia el cual las encaminó su voluntad. Quiso El que José conociese todo el misterio de su amor hacia los hombres, y la parte que habían de tomar en el cumplimiento de él su Esposa y él mismo. José, en sueños, recibe la comunicación del ángel, y al despertar siente la certeza absoluta de que lo revelado es el misterio que hasta entonces desconoció. José se había mostrado servidor perfecto y hombre justo por excelencia durante la tormenta. La tentación atraída por su justicia y su perfección misma habría sido grande, pero también lo era la recompensa dada a su fidelidad. Dios no se deja vencer en generosidad. Si había herido a José, El mismo le enviaba la medicina; si había cargado de tribulación a la criatura, ésta no pudo encontrar un premio más digno y grande, un bien semejante al que acababa de recibir.

 

 

   ¡Glorioso Patriarca! Vuestros hijos proclamamos con, júbilo que este bien lo habéis merecido por vuestra fidelidad y paciencia. Nosotros queremos imitaros sufriendo con longanimidad los dolores que Dios se digne mandarnos, pero como somos débiles e inconstantes, os pedimos vuestra protección para que, agradando a Dios en esta vida, merezcamos, como vos, el premio eterno en la bienaventuranza. Amén.

 

 

 


EJEMPLO

 

 

   Un anciano que vivía en un pueblo cerca de Lyon, en Francia, habiendo sido atacado de la peste que desoló aquella ciudad en el año de 1638, preguntó al señor cura si no habría fuera de los remedios humanos, algún otro medio de salvarle la vida. Y el cura le respondió: «No tiene usted más que hacer voto de celebrar todos los años la fiesta de San José, confesando y comulgando, y de prepararse en lo sucesivo para ella, haciendo una Novena, en la que rezará usted siete Padrenuestros y siete Avemarías, invocando otras tantas veces los sagrados nombres de Jesús, María y José.» El buen anciano hizo el voto que se le propuso, y al instante desapareció la peste con todos sus síntomas.

 

 

 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.

 



 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 


 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.




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