Tomado de “Meditaciones para todos los días del año — Para uso del clero
y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.
Para
conformarnos con el espíritu de la Iglesia, que honra mañana la santa Sábana,
consideraremos: 1º
Cuán justa es la devoción a esta insigne
reliquia; 2º
Cuán santificante es.
—Tomaremos
la resolución:
1°
De representarnos con frecuencia la santa
Sábana con la imagen del Salvador estampada en ella y toda impregnada con su
sangre; 2º De excitarnos por este
recuerdo al amor de Jesús crucificado, al horror del pecado, al celo de la
salvación y de las virtudes que a ella nos conducen.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de San Pablo: “Armaos del pensamiento
de Jesús crucificado”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos a Jesucristo descendido de la Cruz
después de su muerte y envuelto en el lienzo que le procuró José de Arimatea;
veneremos su cuerpo sagrado siempre unido a la persona del Verbo; por
consiguiente, siempre digno del culto supremo de latría. Unámonos a la
adoración que le tributó entonces la Santísima Virgen.
PUNTO PRIMERO
— CUÁN JUSTA ES LA DEVOCIÓN A LA SABANA SANTA.
Esta devoción se
remonta a la aurora del cristianismo. El Evangelio, en efecto, nos muestra algunos lienzos doblados con cuidado por el
ángel en el sepulcro. El principal de estos lienzos, recogido por Nicodemo,
pasó de las manos de este a las de Gamaliel, de Gamaliel a Santiago el Menor,
que lo trasmitió a Simeón, y la Iglesia de Jerusalén lo conservó hasta 1187.
Llevado entonces a Chipre por Guido de Lusignan, lo fue a Francia en 1450 por
la viuda del último Lusignan, que lo regaló a la duquesa de Saboya. Desde entonces la casa real de Saboya lo ha conservado
hasta ahora, rodeado de la veneración de los pueblos. Dios hizo conocer por
numerosos milagros cuan agradable le era esta devoción, y la Santa Sede,
obedeciendo a esta indicación del cielo, autorizó para recibir el sagrado
depósito a una iglesia que Paulo II erigió en colegiata y Sixto IV decoró con
el nombre de Santa Capilla, y donde Julio II permitió el oficio de la Sábana
santa. Alentada por tales autoridades, la devoción a la santa Sábana
creció por todas partes. San Carlos Borromeo vino a
desahogar su corazón delante de esta venerada reliquia, y la señora de Boissy,
durante el embarazo que dio al mundo a San Francisco de Sales, vino a
recomendarle, con gran abundancia de lágrimas, el fruto bendito que llevaba en
su seno. El mismo San Francisco de Sales vino a
Turín a venerar la santa reliquia y no pudo contener sus lágrimas al ver las llagas
del Salvador impresas en el lienzo. Esta devoción de la Iglesia y de los santos
no tiene nada que deba extrañarnos, pues si se honra la Cruz en memoria de la
Pasión del Salvador, y si un crucifijo pintado por hábil mano excita nuestra
devoción, ¡Cuánto
más debe excitarla la representación de las llagas y de los dolores del
Salvador, hecha, no por la mano del hombre, sino por el contacto del cuerpo
mismo de Jesucristo!
PUNTO SEGUNDO
— CUÁN SANTIFICANTE ES LA DEVOCIÓN A LA SABANA
SANTA.
¿Puede, en efecto, representarse lo que la santa Sábana
ofrece a las miradas del que la contempla, a saber, un cuerpo todo
ensangrentado, una cabeza coronada de espinas, pies y manos traspasados por
clavos, un costado abierto por la lanza, en fin, todo el conjunto de heridas
abiertas en la carne del Salvador, desde la coronilla de la cabeza hasta la
planta de los pies, sin decirse: “Puesto que mi Salvador ha padecido tanto por
salvarme, no quiero perder el fruto de tantos dolores; puesto que mi salvación
ha costado tan caro a Jesucristo, no quiero faltar a ella, rehusando hacerme
violencias infinitamente menos penosas”? Yo quiero ser un santo. En vista de esta santa Sábana, detesto el pecado, por el
cual mi Salvador ha derramado tanta sangre, y abrazo la penitencia que lo
expía. ¿Podría
ser delicado y sensual, viendo la imagen de este cuerpo todo despedazado?
¿Podría cerrar mi corazón al grito que sale de las llagas impresas en este
lienzo: “Ved aquí cómo Dios ha
amado al mundo” y no exclamar yo mismo,
desde el fondo de mis entrañas:
“Amemos, pues, a Dios, puesto que Él nos amó
primero”? ¡Ah! Se necesitaría tener
un corazón de bronce para no enternecerse con el recuerdo de tantos dolores por
nuestro amor.
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