miércoles, 10 de marzo de 2021

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA.


 


Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio.

 

   

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.

 

    

   Como la contrición, para ser válida, debe estar basada en motivos de fe, según hemos visto en nuestra última meditación, consideraremos mañana el primero de estos motivos, y veremos: Cómo el pecado, siendo ofensa de Dios, es un mal digno de todas nuestras lágrimas; Cómo las circunstancias en que lo comete el pecador lo hacen aún más espantoso.

   

 

 

En seguida tomaremos la resolución:

   De penetrarnos bien, antes de presentarnos al santo tribunal, de este gran motivo de contrición. De recordarlo cada día, por la mañana y por la noche, para excitarnos a aborrecer el pecado.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del hijo pródigo: “Padre mío, he pecado contra el cielo y en vuestra presencia: ya no soy digno de ser llamado hijo vuestro”.

 

 

    

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 

 

       

Adoremos a Nuestro Señor postrado de rodillas delante de la majestad de su Padre. En esta postura humilde le pide perdón por los ultrajes que le ha hecho el pecado; le ofrece repararlo y consiente en pagar Él la pena. Unámonos a los sentimientos de su corazón afligido y pidámosle nos haga participar de estas santas disposiciones.

 

 

 

PUNTO PRIMERO - COMO EL PECADO, EN CUANTO ES OFENSA DE DIOS, ES DIGNO DE TODAS NUESTRAS LAGRIMAS.

 

       

¡Ay, Dios mío! Aunque sólo hubiera faltado en las cosas de puro consejo, esto sería bastante para hacerme derramar todas mis lágrimas; porque ¿No es una irreverencia bien lamentable que, cuando me decís: “Haz esto, porque me será agradable; no hagas esto, porque me disgustarás”, tenga la insolencia de no doblegarme bajo la autoridad de vuestros deseos y no someterme sino cuando me ordenáis con la vara en la mano como a un vil esclavo, que sólo camina por miedo a las amenazas; como a un falso amigo, que no respeta los deseos de su amigo y no teme desagradarle? La insolencia es más vergonzosa aún, ¡oh Dios mío!, cuando, pasando de los consejos a las órdenes, me decís: “Haz esto, lo mando; no hagas esto otro, porque te lo prohíbo: si no obedeces, el fuego del purgatorio castigará tu voluntad rebelde”; y, sin embargo, tengo la audacia de hacer lo que me prohibís, y de omitir lo que me ordenáis.

   ¡Oh Señor! yo, vil criatura, gusano de la tierra, a quien podéis anonadar con una mirada y a quien conserváis por pura misericordia, os desobedezco; yo, que quiero que todo se doblegue bajo mi propia voluntad y me indigno si mis criados no ejecutan en el instante mis más pequeñas órdenes, os desobedezco de frente, viendo por la fe la majestad de vuestras miradas fijas en mí; hago a vuestra vista lo que nunca querría hacer delante de un sirviente, y esto no una vez, sino mil veces todos los días ¿No es ésta una falta que merece todas mis lágrimas? Sin embargo, esto no es más que el pecado venial.

   ¿Qué será, ¡oh Dios mío!, el pecado mortal? ¡Ay! aunque no hubiese cometido más que uno solo en mi vida, esto sería bastante para consagrar a las lágrimas de la contrición todo el resto de mi existencia. A lo menos, en el pecado venial, yo no renunciaba enteramente a vuestra amistad, no cambiaba mis derechos al Cielo por el infierno; pero aquí, veo que voy a romper enteramente con Vos, a incurrir en vuestro odio, a exponerme a vuestra terrible ira, y no lo tomo en cuenta. Si supiera que pecando desagradaba tanto al mundo como a Vos, que perjudicaba a mi honor, a mi fortuna, a mi bienestar, tanto como a mi inocencia, me guardaría bien de hacerlo.

   ¡Y porque pecando no ofendo sino a Vos, y no pierdo sino vuestra amistad, me dejo arrastrar al pecado! ¡Perdón, Señor, de semejante desprecio! ¡Os veo desplegar contra mí, si peco, todo el poder de vuestras venganzas, toda la eternidad de vuestros castigos, y me doy gusto, a despecho de vuestras amenazas! ¡Veo que sólo pedís de mí cosas infinitamente justas, que mi conciencia me dicta, que mi razón aprueba, y desprecio vuestras órdenes a pesar de mi razón y de mi conciencia! ¡Os pospongo a un deleite pasajero, a un placer terreno e inmundo, que no trae al alma sino la desgracia con el remordimiento, y en este caso prevalece la pasión, y el lodo es preferido a Vos! ¡Oh crimen! ¡Oh trastorno! ¡Oh abismo de iniquidad! ¡Perdón, Señor y misericordia!

 

 

   

PUNTO SEGUNDO - LAS CIRCUNSTANCIAS EN QUE EL PECADOR OFENDE A DIOS, HACEN SU FALTA MAS HORRIBLE AÚN.

 

 

     

1° HAY AQUÍ PERFIDIA, pues en el Bautismo y en tantas Confesiones y Comuniones, os había jurado fidelidad, y he aquí, ¡oh Dios mío!, que, después de tantos compromisos, ¡os he sido infiel! Oh fidelidad de promesas, ¿dónde estáis? ¡Oh votos violados! ¡Oh suprema felonía! ¡Oh cristiano desleal! ¡Oh traidor y perjuro!

   2° HAY AQUÍ INGRATITUD en esto. Jesucristo murió por mí; Él se ha dado a sí mismo para mí en los Sacramentos; me ha alcanzado con sus gracias, y su amor me rodea día y noche con sus Gracias naturales y sobrenaturales; Y yo, que estoy abrumado con sus favores, me he vuelto contra Él; he empleado sus propios dones, mi intelecto, mi voluntad, mis sentidos, en ofensas contra Él ¡Oh horrible ingratitud!

   3° HAY AQUÍ REBELIÓN DEL SÚBDITO CONTRA SU SOBERANO; del hijo contra el mejor de los padres; del amigo contra el más fiel de los amigos; de la criatura contra el Criador; de la debilidad contra la omnipotencia; de la pequeñez contra la más infinita grandeza. Hay aquí incluso más que todo esto; HAY UN CRIMEN DE ALTA TRAICIÓN CONTRA LA DIVINA MAJESTAD. Hay aquí en cierto modo un doble deicidio: El primero, en que mis pecados, la causa de la muerte de Jesucristo, son como los verdugos que Lo clavaron en la Cruz por un crimen peor que el que cometieron los judíos, que no hubieran crucificado al Salvador si lo hubieran conocido; ¡Y sin embargo yo, que le conozco, Le he crucificado! El segundo deicidio consiste en que el pecador desea que Dios no conozca su pecado; y suponiendo que lo conozca, desea que Dios no lo deteste; y suponiendo que Él lo detesta, desea que Dios no le dé su castigo. Ahora bien, desear todo esto es desear que Dios sea despojado de su Conocimiento o de su Santidad o de su Poder. Esto es, consecuentemente, desear que Dios no sea Dios. ¡Qué horror! ¡Oh, cuán odioso, entonces es pecar! ¡Y que una firme resolución nos aliente a evitarlo mil veces más que los grandes males que pudieran sucedernos!


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