Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Mañana reanudaremos nuestras meditaciones
sobre la cruz, considerada como el gran libro que nos instruye, y veremos que
nos enseña: 1º sentir un tierno interés
por todo lo que se refiere al prójimo; 2º
Despojarnos enteramente del espíritu del
egoísmo.
—Nuestro
propósito será:
1º buscar en todas las cosas la gloria de Dios y el bien de
nuestro prójimo;
2º despegar
nuestro corazón de todo lo demás.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de San Pablo: “No me juzgo a mí mismo
por saber nada entre ustedes sino a Jesucristo y a Él crucificado” (I Cor. II, 2).
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Adoramos a Jesús crucificado como nuestro
Doctor y Maestro. Él es quien nos enseña a fondo lo que debemos buscar para la
estima y el amor; es decir, los intereses de Dios y del prójimo, lo que debemos
volar, despreciar y odiar; es decir, todo lo que se oponga a estos dos
intereses. Démosle gracias por esta lección, y pidamos de Él gracia para
conformar nuestra conducta.
PRIMER PUNT:
La cruz nos enseña a sentir un tierno interés en
todo lo que se refiere a nuestro prójimo.
La cruz,
en efecto, nos muestra: 1º
en nuestro prójimo, quienquiera que sea, un hombre tan tiernamente amado por
Jesucristo que, para salvarlo, bajó del cielo a la tierra, se hizo hombre y dio
su sangre, su honor, su libertad y su vida, y se identificó tan completamente
con cada hijo de Adán como para decir: Todo lo que se hace al más pequeño de Mis
hermanos, lo considero hecho a Mí mismo, y todo lo que se les niega. mirar como
rechazado a Mí mismo (Mateo XXV
40-45). Ahora
bien, entendido esto, es evidente que bajo pena de
fallar en nuestro deber para con Jesucristo debemos sentir un tierno interés en
todo lo que tiene que ver con nuestro prójimo, con su salvación, con su
reputación, o con su honor, con sus alegrías, sus penas, su prosperidad o sus
reveses. Descuidar los intereses de una
persona tan querida por Nuestro Señor, herirlo, afligirlo, herirlo o
escandalizarlo, es herir al mismo Jesucristo en la misma manzana suya. Todos
los intereses de este hombre deben sernos tan queridos como los de Jesucristo;
debemos estimarnos felices y honrados por todo lo que podemos hacer por Su
servicio y aprovechar con amor cada oportunidad de hacerlo.
2º La cruz
nos enseña hasta qué punto debemos tener celo por
los intereses de nuestro prójimo; porque si
Jesucristo en la víspera de Su muerte nos ordenó amarnos unos a otros como
Él mismo nos amó (Juan XIII, 34), la cruz
se nos ofrece como comentario de este precepto; nos
enseña que debemos estar dispuestos a hacer el máximo sacrificio por el bien
del prójimo, a sufrir todo de los demás sin hacer sufrir a nadie, a soportar
las privaciones y las incomodidades y, según las circunstancias, a inmolarnos
totalmente por el bien del prójimo, felicidad de nuestros hermanos, porque así
nos amó Jesús crucificado. ¿Cuántos servicios que podríamos haber prestado hemos
rehusado a nuestro prójimo? ¿Cuántas veces lo hemos visto sufrir malestar y
vergüenza, comprometiendo sus intereses por torpeza o ignorancia? Podríamos haberlo liberado
de su dolorosa situación con una palabra de buen consejo, con un consejo
caritativo, con un buen oficio que nos hubiera costado poco; y volviendo la
cabeza, hemos pasado sin mostrar ningún interés por sus desgracias. ¡Oh, qué lejos estamos de amar a nuestros hermanos como
Jesucristo nos amó a nosotros!
SEGUNDO PUNTO:
La cruz nos enseña a despojarnos por completo del
espíritu del egoísmo.
Obtener para uno mismo
los placeres, las riquezas y la gloria; mantenerse a distancia de la propia
pobreza, el sufrimiento y la humillación, tal era todo el cuidado de la raza
humana. Jesucristo apareció en la cruz, se mostró al mundo y desde lo alto de
este nuevo asiento le dice al mundo: Aprende de Mí a olvidarte de ti mismo, a
despojarte de ese egoísmo miserable que sólo piensa en sí mismo; o que le
preocupa poco que otros sean infelices, siempre que pueda disfrutar; que cree
que se engrandece rodeándose aquí abajo de bienes falsos, muchas veces incluso
en perjuicio de los demás, y que se rebaja llevando una vida oculta,
desconocida, privándose o sufriendo para complacer a los demás. Heme aquí, soy
el Hijo bien amado de Dios y, sin embargo, soy pobre, sufriente, humillado. Si
las riquezas y la abundancia, el placer y la gloria hubieran sido bienes
verdaderos, ¿no me los habría dado Dios, mi Padre? Si la pobreza, la humillación y el sufrimiento
hubieran sido males, ¿habría hecho de ellos mi porción? Aprenda de Mi ejemplo y sepa que todo lo que pasa es nada (Filip. III,
8); que todo es vanidad
excepto amar a Dios y servirle
(I.
Imit. I, 3). Estas
verdades sublimes, surgidas del Calvario hace dieciocho siglos, han cambiado la
faz del mundo; inspiró a miles de almas con los sentimientos más nobles y los
sacrificios más generosos por el bienestar de la religión y de la sociedad; y
almas como éstas se han visto, desprendidas de todo menos de la cruz, para
vender sus bienes para el consuelo de los pobres, abrazar una vida austera,
para pertenecer con mayor certeza a Dios, someterse a la persecución como a un
pedazo de bien fortuna, y regrese encantado de haber sido considerado digno de
sufrir por Jesucristo. Mirad cómo la cruz ha retirado así del mundo el egoísmo
y lo ha sustituido por la caridad con su heroica devoción. Quien no comprende
estas cosas, sólo posee una falsa virtud, una mezcla de una apariencia de
devoción unida al amor a sí mismo, con una investigación de lo que administrará
a sus gustos y sus comodidades, la frivolidad, el amor al mundo y de sus
vanidades: peor estado que el de los grandes vicios, porque los grandes vicios
despiertan remordimiento, mientras que esta falsa devoción adormece el alma en
una seguridad que la lleva a la muerte.
¿No somos del número de
los que aún no han comprendido esta gran lección de la cruz: la muerte al
egoísmo?
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