Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.
Consideraremos, en nuestra próxima oración,
otros dos caracteres esenciales de la contrición, y veremos que debe ser: 1º Suma en el aprecio; 2° Sobrenatural.
—Tomaremos
en seguida la resolución: 1°
De despertar en nuestra alma la fe en estas
dos verdades y de conservar en nosotros el sentimiento habitual de ellas; 2º
De hacer sobre esto actos explícitos todas las
noches, en nuestro examen y cada vez que nos confesemos.
Nuestro
ramillete espiritual serán las palabras del Salmista: “Tengo horror al pecado y
lo abomino”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos a Jesucristo oprimido de dolor en el Huerto de los Olivos; ve
los males espantosos que produce el pecado; el infierno abierto, el paraíso
cerrado, Dios despreciado, el demonio entronizado; y esta vista le entristece
hasta el punto que es menester que un ángel del cielo venga a confortarle.
Tributemos a su amor afligido todos los homenajes de que son capaces nuestros
corazones.
PUNTO PRIMERO
— ES PRECISO LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES UNA
CONTRICIÓN SUMA EN EL APRECIO.
Se llama así la
contrición por la cual tenemos más dolor de haber ofendido a Dios, que de todos
los males del mundo. Y, ¿Qué cosa más justa, ¡oh Dios mío!, que semejante dolor? ¿Acaso no merecéis ser amado sobre todas las cosas? ¿Acaso hay en la
tierra un mal comparable al pecado, o al infierno, que es su castigo? ¿Acaso la
pérdida de la fortuna, de la reputación, la muerte misma de nuestros padres o
de nuestros amigos, puede equiparse a la pérdida de vuestra gracia y de vuestra
amistad, a la pérdida del Cielo por toda la eternidad, que es la consecuencia
del pecado? No, sin duda. El simple buen sentido nos lo dice. No es,
ciertamente, necesario, que el dolor de haber pecado sea tan sensible como el
dolor de haber perdido un padre o una madre; Dios no nos pide sensibilidad,
porque ella no depende de nosotros: pero sí pide que detestemos el pecado como
el supremo mal y que estemos prontos a perderlo todo y a sufrirlo todo antes
que cometerlo una sola vez. Tampoco es
necesario representarse todos los males, como los tormentos de los mártires,
para preguntarnos si estamos dispuestos a soportarlos antes que pecar, pues no
tenemos actualmente la gracia necesaria para esta prueba. Basta decirse:
“Si me encontrara en este
caso pediría a Dios con todo mi corazón que me concediera esta gracia; y tengo
la confianza de que no me la rehusaría, y esta confianza me da valor para
decir: Todos los males antes que el pecado”. Examinemos
si hemos llevado a nuestras confesiones esta contrición.
PUNTO SEGUNDO
— DEBEMOS LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES UNA
CONTRICIÓN SOBRENATURAL.
Si, en efecto, nuestra
contrición fuera puramente natural en su principio, no podría tener valor en el
orden sobrenatural.
Nuestra naturaleza sola no puede elevarse al orden sobrenatural: “No podemos por nosotros
mismo, dice San Pablo, tener
ni un pensamiento útil para la salvación, ni decir una sola palabra meritoria”. Es pues a Vos, ¡oh Espíritu divino!, a quien debemos pedir
la verdadera contrición, y de Vos sólo debemos esperarla; pero con la condición
de fundarla en motivos sobrenaturales como en su principio. Si sólo
detestáramos el pecado porque nos ha hecho desgraciados, porque nos vemos
atormentados de remordimientos y de inquietudes, arruinados en nuestra fortuna,
en nuestra salud o reputación, sería una contrición vana y estéril. La
contrición útil mira más arriba: por ella el alma, sacando de la fe sus motivos
tiene un sumo horror al pecado y profundo pesar de haberlo cometido, porque,
cometiéndolo, ha renunciado a la amistad de Dios y a participar del paraíso, se
ha dado al demonio y expuesto a la eterna condenación, ha incurrido en el odio
y la maldición del Creador y Padre celestial, ha sido la causa de la Pasión de
Jesucristo, de sus angustias mortales en el Huerto de los Olivos y de su agonía
en la Cruz; pero, sobre todo, porque ha desagradado a Dios, a quien ama sobre todas
las cosas: porque ha ofendido su infinita majestad y ultrajado su bondad y
amor. He aquí lo que pone al alma inconsolable por sus faltas, lo que quebranta
y humilla su corazón, más allá de toda expresión (Salmo L,
19). “¡Oh Jesús, crucificado
por mis pecados! Vos solo podéis excitar en mí estos sentimientos. Dejad caer
en mi corazón algunas gotas de vuestra Sangre para ablandarlo; hablad a este
corazón por todas vuestras Llagas, como por otras tantas bocas, y que estas
llagas produzcan en mí la contrición sobrenatural que purifica al alma y la
dispone a no vivir más que para Vos y a no amar sino a Vos”. Entremos aquí en nosotros mismos y
veamos si hemos llevado a nuestras confesiones una contrición verdaderamente
sobrenatural en sus principios y en sus motivos.
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