Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de
San Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.
Como el Evangelio, al decirnos que Nuestro
Señor quedó transfigurado en el acto mismo de su oración, quiso enseñarnos que
la oración es el medio de atraer sobre nosotros las gracias del cielo, por esto
meditaremos mañana: 1º
Sobre la necesidad de la oración; 2° Sobre las condiciones
requeridas para orar bien.
—En
seguida tomaremos la resolución:
1º De ser muy exactos en preparar la materia de nuestra oración en
la noche y en la mañana, y de comenzar siempre el día por este ejercicio; 2° De mantener en nosotros
durante el día los buenos sentimientos y los buenos pensamientos de la oración
de la mañana.
Nuestro
ramillete espiritual serán las palabras del Evangelio: “Mientras estaba en oración, su semblante se
transfiguró”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos a Jesucristo orando en el Tabor. ¡Cuán recogida y
fervorosa fue esta oración! ¡Qué bello espectáculo para el cielo y la tierra! Mientras estaba absorto
en Dios, su semblante apareció refulgente como el sol, y sus vestiduras blancas
como la nieve. Agradezcamos al divino Salvador que nos manifiesta de este modo
la excelencia de la oración y reguémosle nos haga amarla y nos enseñe la
práctica de ella.
PUNTO PRIMERO
— NECESIDAD DE LA ORACIÓN.
Todos los santos
unánimemente nos dicen que la oración es esencial para la salvación; que
un día sin oración es un día perdido; que sin la oración disminuye la fe y juntamente
con ella el gusto y el sentimiento de las verdades cristianas y de nuestros
divinos misterios. Quien no medita en Dios y en sus infinitas amabilidades, no
siente por El más que frialdad e indiferencia; quien no medita acerca de sus
deberes, no conoce la importancia de ellos, los descuida o los cumple mal. Sin
la meditación no hay oración bien hecha. Imposible, —decía—
Santa Teresa, rezar sin ella ni
siquiera el Pater noster como es debido; la costumbre, la rutina, la
disipación, reducen la oración a un simple movimiento de labios, en el cual no
toma parte el corazón. “Mi corazón se ha secado, dice David, porque he olvidado darle
el pan que lo hace vivir”. “Sin la oración no hay recogimiento, ni humildad, ni
amor, ni ninguna virtud”, dice
San Buenaventura.
En fin, semejante al soldado sin armas en medio de los asaltos del enemigo,
estamos sin defensa contra el demonio, contra el mundo, contra nuestro propio
corazón. Con la oración, al contrario, la fe se hace cada día más viva, nos
aficionamos a Dios y a las cosas divinas, apreciamos como se debe la nada del
mundo y las grandezas de los bienes eternos; se ven las faltas y defectos
personales, con los remedios que hay que aplicar para corregirlos; el fuego de
las pasiones se apaga y da lugar al santo amor. Es
en la meditación donde se enciende el fuego sagrado; en una palabra, la vida
entera se transforma y renueva. Los que antes eran ligeros, poco
reflexivos, cobardes y sin energía, irascibles, apegados a sí mismos y a su
propio sentir, por la oración se hacen graves, recogidos, valientes y
fervorosos, mansos y modestos, humildes y sin pretensión; esto fue lo que
inspiró estas bellas palabras a San Agustín: “Saber orar bien es saber vivir bien”. ¿Es esta la idea que
tenemos de la oración?
PUNTO SEGUNDO
— CONDICIONES REQUERIDAS PARA ORAR BIEN.
Son tres las principales: el recogimiento habitual, el desprendimiento del corazón,
el dominio de las pasiones. 1º EL RECOGIMIENTO
HABITUAL. El
espíritu disipado es esencialmente inhábil para la oración; acostumbrado a no
fijar la atención en nada, a revolotear sin cesar de un objeto a otro, sigue en
la oración su procedimiento ordinario. En vano le habla Dios, él no le escucha;
o si le oye, no reflexiona en ello y dirige sus pensamientos a otra cosa. Sólo
en el silencio del alma recogida habla Dios, se oye su voz, se medita, se cobra
afición a la virtud y se logra aprovechar en ella. 2º
Es necesario EL DESPRENDIMIENTO DEL
CORAZÓN.
El corazón apegado arrebata el espíritu, lo cautiva y lo tiraniza. Se quisiera
reflexionar en Dios y la salvación; pero los afectos humanos preocupan y
absorben el pensamiento, que no puede pensar sino en lo que le domina; es una
nube que impide ver la luz de Dios; es un ruido que impide oír su voz. Se
quisiera elevarse al cielo, pero el alma está apegada a la tierra; es inútil
agitarse y atormentarse; es imposible emprender el vuelo. Al contrario, el alma
desprendida y libre de todo apego, se eleva fácilmente a Dios, conversa con Él
y a Él permanece unida. 3º Es preciso EL DOMINIO DE LAS PASIONES. Mientras
el corazón está poseído por alguna pasión, a la cual no quiere renunciar,
estará inquieto, turbado e incapaz de reposar en Dios. Le pasará lo que al
enfermo devorado por la fiebre y privado del sueño; se vuelve y se revuelve sin
cesar, y el tormento de una misma postura le es insoportable. Quien, pues,
quiera aprovechar y hacer progresos en la oración debe trabajar todos los días
en dominar sus pasiones hasta que se hayan sujetado. Solamente entonces entrará
en la tranquilidad de alma que permite la reflexión sostenida en unión
permanente con Dios. Examinemos si tenemos las tres
condiciones requeridas para progresar en la oración.
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