Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de
San Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Mañana
meditaremos sobre la confesión, y veremos que ella debe ser: 1° Humilde; 2°
Sincera;
3° Completa.
Tornaremos
la resolución de cumplir estas tres condiciones en nuestras confesiones, y
tomaremos como ramillete espiritual el consejo del Espíritu Santo: “No os ruboricéis de confesar vuestros pecados”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos
a nuestro Señor Jesucristo, que instituyó, llevado de su amor a nosotros, el
sacramento de la Penitencia; démosle gracias por una institución tan preciosa.
Es ella como un baño sagrado que lava nuestras manchas, como un canal, divino
que hace correr la gracia sobre nosotros; es una escuela de sabios consejos y
de impulsos hacia el bien; es, en fin, el medio más eficaz de corregir nuestros
defectos y de hacernos avanzar en la práctica de la virtud.
¡Ojalá siempre sepamos hacer buen uso de esta
maravillosa invención del amor divino!
PUNTO PRIMERO
— NUESTRAS CONFESIONES DEBEN SER MUY HUMILDES.
Debemos
presentarnos ante el sacerdote llenos de respeto y de confusión, como un
pecador ante el ángel de Dios, o ante otro Jesucristo; como un enfermo cubierto
de horrorosas llagas ante el médico que puede curarlas, si se las declara tales
como son; como un criminal de lesa majestad divina ante el Juez supremo, que
tiene en sus manos la sentencia de nuestra vida o de nuestra muerte eterna. No
pudiendo obtener nada a título de justicia, sino solamente a título de
clemencia y de misericordia, no debemos presentarnos sino con una profunda
humildad interior y exterior, confesando humildemente nuestras faltas y declarándolas,
no con la indiferencia del que relata una historia, sino con la vergüenza y el
dolor de un alma que comprende sus errores; no excusándonos para evitarnos la
confusión de parecer culpables, sino acusándonos sin esas precauciones que
tienden a hacer las faltas menores de lo que son ante Dios; no con orgullo y
con arrogancia, como si hubiéramos hecho una buena acción, sino con modestia y
gemidos en vista de nuestra miseria, temiendo más los juicios de Dios que los
de los hombres. ¿Es así como nos confesamos?
PUNTO SEGUNDO
— NUESTRAS CONFESIONES DEBEN SER SINCERAS.
La sinceridad de la
acusación consiste en confesar con todo candor y simplicidad lo que recordamos,
sin inquietarnos de lo que pueda olvidarse, puesto que la falta de memoria no
es falta ante Dios. Es malo exagerar las propias faltas con el pretexto de que
vale más decir más que menos: No hace bien el enfermo que exagera al médico lo
que sufre. Es más malo aún velar las faltas envolviéndolas artificiosamente con
otras acusaciones menos penosas y pasando rápidamente sobre lo que cuesta más
confesar, para que el sacerdote no lo perciba bien. El penitente sincero no
aspira sino a darse a conocer tal cual es, y aborrece la malicia y el
artificio. Es igualmente malo excusar las faltas, aun diciéndolas tales como
son, o tratando de hacerlas parecer menores, imputándolas a otro como hicieron
Adán y Eva; eso no es franqueza. Pero el grado supremo del mal es ocultar las
faltas por falsa vergüenza. Entonces el sacramento de misericordia se convierte
en anatema; la obra de salvación en obra de reprobación, y la sentencia de vida
es sentencia de muerte. Valdría mil veces más no confesarse. Se puede engañar
al hombre, pero no se puede engañar a Dios, que conoce el secreto de los
corazones; por un pecado grave callado al confesor, todos los que se han
cometido aparecerán un día a las miradas del universo, y por un poco de
vergüenza que se piensa evitar en esta vida, seremos cubiertos en la otra de
eterna confusión. Examinemos aquí nuestras confesiones. ¿Hemos declarado nuestras culpas sin disfraz, sin excusa,
sin darles ingeniosamente colores que encubran su deformidad? ¿Hemos declarado
las cosas ciertas como ciertas, las dudosas como dudosas, y evitando las
palabras superfinas e inútiles, los términos vagos, oscuros o equívocos que
impiden que el confesor vea bien la verdad?
PUNTO TERCERO
— NUESTRAS CONFESIONES DEBEN SER COMPLETAS.
Para que tenga
la integridad requerida, no es bastante confesar los pecados mortales; importa
también:
1°
Decir cuántas veces se ha caído en ellos, declarar
las circunstancias que mudan la especie del pecado; las malas consecuencias que
ha traído, por ejemplo, si ha ocasionado escándalo, si la maledicencia ha sido
en materia grave, ante muchas personas, contra un superior o un sacerdote; si
ha sido inspirado por odio, resentimiento o venganza; y cuando se confiese una
desobediencia, si ésta ha sido acompañada de arrogancia, desprecio o mal humor.
Sin eso, el confesor no conoce lo bastante el estado del penitente para formar
juicio acerca de él. Importa, 2º,
Confesar los pecados veniales. Aunque no sea de
precepto riguroso, es siempre más ventajoso hacerlo; 1º Porque no confesar un pecado que no se sabe si es mortal o
venial, sería un sacrilegio, y a menudo hay lugar a duda; 2º Porque el confesor, no conociendo bien al penitente, no podría
dirigirlo con seguridad, ni para los otros actos de la vida cristiana, ni para
la reforma de sus defectos y la adquisición de las virtudes; 3º Porque la confesión de
los pecados veniales hace que el penitente ponga más cuidado en evitarlos; y
para esto ayudarán la gracia del sacramento, los consejos del confesor y la
vergüenza de la acusación.
Examinemos si han sido tales nuestras
confesiones.
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