Tomado de
“Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los
fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.
RESUMEN PARA LA
VÍSPERA EN LA NOCHE
Meditaremos
mañana sobre cómo debemos amar la cruz: 1º
porque es nuestra salvación;
2º porque es nuestro
consuelo en los problemas de la vida.
—Entonces
tomaremos la resolución:
1º de mantenernos
habitualmente en espíritu al pie de la cruz durante estos días santos, ya
menudo presionar nuestros labios contra ella;
2º
recurrir a la cruz en todas nuestras pruebas.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de San Pablo: “Con Cristo estoy clavado
en la cruz”. (Gal. II,
19).
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Postrémonos a los pies de Jesús en la cruz;
besemos amorosamente sus sagrados pies. Allí es donde el cristiano encuentra
abundantemente la salvación para la eternidad y el consuelo en la vida
presente; es decir, felicidad en el cielo y felicidad en la tierra. A Jesús
crucificado sea adoración, amor, acción de gracias y bendición.
PRIMER PUNTO:
Debemos amar la cruz porque es nuestra salvación.
Hay dos tipos de cruces: la cruz
de Jesucristo, sobre la cual murió, y nuestras cruces personales, que son
nuestras pruebas diarias. Ahora bien, estos dos tipos de cruces merecen todo nuestro amor, porque tanto el uno como el
otro son la causa y el instrumento de nuestra salvación.
1º La cruz de Jesucristo, porque sin ella, hijos como éramos de la
ira y esclavos del diablo por nuestro nacimiento, estábamos perdidos para
siempre y
por ella Jesucristo arrojó los poderes
infernales, arrancados de sus manos,
dice San Pablo (Colosenses
II, 14) la sentencia que nos
condenó, la borró con Su sangre y la clavó en la cruz, para que ninguna mano
pudiera quitarla. Encadenó a su cruz, como a un carro triunfal, los poderes
enemigos; Los despojó y se los
llevó cautivos, para que ahora se salve todo el que desee ser salvo. La cruz
hace fluir por toda la Iglesia, por medio de los sacramentos, por el santo
sacrificio de la Misa, por pensamientos santos y emociones piadosas, de cuyas
gracias es fuente y océano inagotable; ofrece a todos perdón por
el pasado, valor para el presente, confianza para el futuro. ¿No es esto suficiente
para merecer todo nuestro amor?
2º Debemos amar nuestras cruces personales, porque la cruz
de Jesucristo las ha elevado al distinguido honor de ser el medio más eficaz de
perfección y la garantía de nuestras esperanzas eternas. La paciencia, que soporta
la cruz,
dice Santiago, es perfección, y perfección sólida, porque ha
sido probada en el crisol (Santiago I, 4). Es, según San
Pablo, la corona de la fe (Filip. I.
29). Es la garantía y el gozo de la esperanza. Por un momento de leve
sufrimiento, un inmenso peso de gloria (II Cor. IV, 17); después de la prueba, la corona de la vida (Santiago I, 12). Es una de las bienaventuranzas
proclamadas por Jesucristo: Bienaventurados los que sufren (Mat. V, 10). Es una
gracia especial que Dios envía a sus mejores amigos; los coloca en el camino
real al cielo. Basta tener un poco de
fe en las palabras del Salvador para estimar una buena cruz más que todas las
riquezas; una buena afrenta soportada de manera cristiana más que todos los
honores; humillaciones, hasta las más mortificantes, más que todas las coronas;
ignominia más que todo aplauso; confusión más que toda clase de alabanzas. Por
eso el Evangelio dice: Recibid las cruces no sólo con paciencia, sino con
alegría (Mat. V, 12). Y
Santiago agrega:
Recíbelos con toda clase
de alegría, es decir, con la alegría de los pobres que reciben inmensas
riquezas, con la alegría del hombre elegido entre el pueblo para recibir una
corona, con la alegría del obrero que reúne una rica mies, con el gozo del
comerciante que acumula una gran ganancia, el gozo del general que obtiene una
gran victoria (Santiago 1,
2). Así también pensaron los santos; San
Pablo, cuando dijo: Tengo mucha alegría en
todas mis tribulaciones (II Cor. VI, 4), y San Andrés, cuando a la vista de la cruz gritó
amorosamente: “¡Oh, bienvenido, bien! ¡Cruz, bienvenida y siempre deseada con
nostalgia!” ¿Son estos nuestros
sentimientos?
SEGUNDO PUNTO.
Debemos amar la cruz porque es nuestro consuelo en
los problemas de la vida.
Un pagano
adivinó esta verdad cuando dijo que al aceptar con alegría las pruebas se
suavizan (Horacio).
Antes que él, el Espíritu Santo había dicho: Todo lo que le ocurra al
justo, no lo entristecerá (Prov. XII, 21). Qué es, pues, bajo la Ley Nueva,
donde Jesucristo crucificado se presenta al
alma afligida, para
decirle: pobre alma, consolada,
compadezco tus pruebas, sé lo que cuesta el sufrimiento a tu naturaleza; he
pasado como tú por pruebas; y si, para consolarte, requieres un amigo que
comprenda el sufrimiento, poseo en grado supremo el carácter de un verdadero
consolador. En
tiempos pasados, un gran monarca y su ministro, apresados en la guerra, fueron
estirados por un cruel conquistador sobre braseros encendidos. El ministro
lanzó fuertes gritos, y yo, le
dijo el monarca, ¿estoy en un lecho de rosas? Puedo decirte el mismo idioma, ¡oh alma afligida! He aquí mi cabeza coronada de espinas, todo mi
cuerpo desgarrado, toda mi persona víctima de la ignominia; Todo esto lo he
sufrido por amor a ti; ¿No estarás dispuesto a
sufrir infinitamente menos de amor por Mí?
Cuando bebiera el cáliz
hasta las heces, ¿te negarás a probar al menos unas pocas gotas? Ánimo, ten paciencia; un día reinarás conmigo;
ven al trono por el mismo camino. Únete a mí, que soy tu Dios y sufre de amor
por Mí (Eccles. II,
3). Gracias, Dios
mío, por este bálsamo precioso con el que unges mis heridas. ¡Ah, tú eres en verdad el Consolador de los afligidos! ¡Oh
santo crucifijo! ¡Te tomo en mis dos manos!
Te
aprieto contra mi corazón y mis labios, ¡y
me siento consolado!
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