miércoles, 10 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 10.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 





DÍA 10

Adoración de los pastores.

 

 

   La santa y dichosa noche en que Jesús vino al mundo, tuvieron San José y la Virgen una segunda sorpresa y alegría. Apenas habían hecho al Salvador el primer homenaje, cuando se oyeron a la puerta de la gruta pasos y voces de hombres que pretendían entrar. Eran los santos pastores, que por mandato de los ángeles habían venido a ver y a adorar al Niño. Aunque Jesús tuviese junto a sí dos adoradores en espíritu y verdad; y aunque los actos de amor de los corazones abrasados de María y de José supliesen las adoraciones de todos los hombres, sin embargo, su Corazón estaba sediento de ver a sus pies aquellos hombres que Él amaba tanto. Para esto les envía un espíritu angélico, pero encargándole que escoja sus primeros adoradores entre los pobres. El ángel se dirige a unos pastores y les anuncia el Salvador que acaba de nacerles, aquel mismo que estaban esperando hacía tantos años. Ciertos de su nacimiento por la palabra del ángel, y por una luz brillante que los rodea e ilumina sus entendimientos, al mismo tiempo que enciende en amor divino sus corazones, parten al instante, y, acelerando el paso, bien pronto están en la gruta; entran en ella, y ven a un lado a María con los ojos fijos en su divino Hijo, que mira atentamente a su Madre, y a otro a José sumergido en una profunda meditación de este misterio adorable; y ven también a Jesús en medio de ellos. La vista de este hermoso Niño los llena de dulce alegría. El Salvador que ama a las almas sencillas, los ilumina interiormente; al momento se postran, lo adoran y ofrecen algunos pequeños dones. ¡Qué alegría para María y José al ver que no son ellos solos los que adoran y aman a Jesús! Así, la amorosa María y el bendito José, mirándolos como hijos adoptivos, los acogieron benignamente.

 

 

   José los lleva junto a Jesús para que lo vean y contemplen, y les refiere todas las circunstancias de esta noche tan trabajosa y feliz al mismo tiempo. María, quiere también hacerles ver que los ama: toma a Jesús y le presenta a aquellos pobres pastores; éstos besan sus pies y sus manos, y en seguida se retiran rebosando alegría y llenos de amor por Jesús, María y José.

 

 

   Entremos también nosotros en este establo; encontraremos en él a José y María, que nos llevarán a Jesús; pero será a condición que pongamos todo nuestro esfuerzo en hacer conocer y amar a Jesús por todos los medios que podamos. Si tenemos la dicha de conocer y amar al Salvador, no dejemos que arda este fuego solamente en nuestros corazones; más hagamos que los de nuestros hermanos ardan también con las mismas llamas, trocémonos cuando vemos que Jesús es conocido, amado y adorado; aflijámonos, por el contrario, cuando viéremos que hay cristianos que no le aman.  ¡Ah!, roguemos, roguemos por ellos; ofrezcamos a Jesús alguna mortificación para que los convierta; demos buen ejemplo, y con esto podremos conseguir que algunos conozcan y amen a Jesús. Excitemos con nuestros avisos a las personas que conocemos, para que le amen y sirvan fielmente. Hablemos siempre de Dios en nuestras conversaciones y visitas: o al menos, tomemos la resolución, en honor de San José de decir en ellas alguna palabra edificante.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   Un niño de ocho años de edad se fue con un mozo de su casa, a quien su amo envió a podar un roble. Mientras el mozo subía al árbol, el muchacho coge el hacha y, queriendo dar con ella en el árbol, de un solo golpe se partió el dedo pulgar, quedándole unido solamente por una tirita de piel, y fracturó el índice en tres partes. Lo llevaron bañado en sangre a su madre, la cual, vivamente afectada a la vista de las heridas, exclamó: «Poderoso San José, Si vos no os compadecéis de mi hijo, quedará mutilado por toda la vida». Fué llamado el médico, quien expresó los más serios temores. «Estos dedos—dijo—no volverán a tener movimiento, o a lo menos el muchacho no podrá servirse de ellos». Sin embargo, hizo la cura. Mas ¡cuál fué su sorpresa cuando, al cabo de unos días, los encontró casi del todo curados! Hoy los tiene perfectamente buenos y se sirve de ellos como si no le hubiese sucedido nada. Únicamente le han quedado unas cicatrices, evidentes testimonios de la gravedad de las heridas y de la protección de San José.

 


 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 




 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 

 

APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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