Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Mañana
consideraremos la cruz como una silla sagrada, de
donde Jesús nos enseña: 1º
conocer a Dios; 2º para conocernos a
nosotros mismos.
—Luego
haremos la resolución:
1º mantener un gran respeto
por Dios y sus infinitas perfecciones, y testimoniarlo con nuestra profunda
devoción en la oración y en la iglesia;
2º
tener horror por toda clase de pecado, y tomar
en serio la salvación de nuestra alma.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de San Agustín: “Señor, que te conozca,
que te ame, que me conozca a mí mismo, que me odie a mí mismo”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Honremos la cruz de Jesucristo como el libro
de los elegidos, la ciencia de los santos; es allí donde aprendemos mejor que
con todos los libros que jamás se han escrito, mejor que en las escuelas de
todos los maestros, lo que es Dios y lo que somos nosotros. Demos
gracias a Nuestro Señor por estas lecciones.
PRIMER PUNTO:
La cruz nos enseña a conocer a Dios.
Conocer a Dios no es sólo el primero y el más excelente de todos
los conocimientos; es
también el más necesario, porque no podemos adorar a Dios, respetarlo y humillarnos ante
Él, excepto en
proporción al conocimiento que tenemos de su grandeza; no podemos alabarlo y bendecirlo, excepto en proporción a nuestro conocimiento de su
infinita sabiduría; no podemos servirle con
una vida santa, excepto en proporción al
conocimiento que tenemos de su infinita santidad; por último, lo amamos sólo en la medida en que sabemos que es bueno. Ahora,
esta grandeza, esta sabiduría, esta santidad, esta
bondad, es la cruz que nos da el conocimiento y las opiniones más elevadas de
ellos:
1º Nos enseña lo grande que
es Dios. Ciertamente
los cielos cuentan Su gloria, y los innumerables mundos en medio de los cuales
la tierra entera, de la cual formamos una parte tan pequeña, es menos que una
gota de agua en el océano, muestran Su grandeza. Sin duda el profeta Baruc nos
asombra cuando nos muestra, a la voz de Dios, el sol y la luna apresurándose
para colocarse en el lugar señalado para ellos, las estrellas viniendo a su vez
para decir a Dios: ¡Miradnos! y
avanzando bajo sus órdenes, como un ejército alineado en imponente orden de
batalla. Isaías no es menos admirable cuando nos hace ver a todas las naciones
como una cosa tan pequeña a los ojos de Dios que son menos que una gota de agua
que brilla sobre una rosa; son como si no lo fueran, pero la cruz siempre me da
las ideas más elevadas de Dios. Allí
veo a un Dios, la Víctima, ofrecido a Dios por un Dios-Sacerdote, y me digo a
mí mismo: Si podemos juzgar la grandeza de los reyes por la excelencia de los
dones que se les hacen y por la dignidad de los que sirven. A ellos, ¡oh Dios eterno!, cuán grande eres Tú, en presencia de quien un Dios se
humilla tan profundamente, Tú que tienes por ministro a un Dios-Sacerdote, y
que recibes de Sus manos un Dios Víctima. Sí, eres verdaderamente infinito en
grandeza, y no puedes concebir una expresión más grande que la que eres.
2º
La cruz nos habla de la
infinita sabiduría de Dios, y
¿qué sino
infinita sabiduría podría haber encerrado lo inmenso en un ser limitado,
conciliar todo tipo de sufrimiento con la visión beatífica, hacer morir al
inmortal, ofrecer a la justicia divina una satisfacción superior a la ofensa, y
donde se despliegan al mismo tiempo toda la magnificencia de la misericordia?
¡Oh divina
sabiduría, que haces tales maravillas en la cruz, eres, en verdad, infinito!
3º
Sin embargo, la santidad de Dios no
brilla en la cruz con menor esplendor. Contemplémoslo, persiguiendo en un Hijo amado el pecado, hasta
en su más simple sombra, castigando las apariencias sólo con severidad
inflexible, y lavándolos en la misma sangre de este Hijo amado.
4º. ¿Qué diremos de
la bondad divina, de la bondad de Dios Padre, que inmola a su Hijo por esclavo
rebelde, malvado, ingrato? ¿de la bondad de Dios el Hijo, quien, entrando en
los puntos de vista de su Padre, se entrega a los tormentos y la muerte para
salvarnos? ¿No es éste el ideal de bondad más sublime? ¡Oh divina
perfección! ¡Oh grandeza! ¡Oh sabiduría! ¡Oh santidad! ¡Oh Dios mío! ¡Cuán
magníficamente os muestra la cruz! No te he conocido lo suficiente hasta ahora; pero ahora veo que
eres tan hermosa, tan deslumbrante que consagraré el resto de mi vida para
adorarte, alabarte, bendecir y amarte.
SEGUNDO PUNTO:
La Cruz nos enseña a conocernos a nosotros mismos.
Cuestiono la cruz
respetando mi naturaleza, y me responde que soy una misteriosa mezcla de
grandeza y bajeza. ¡Qué grandeza hay en mí! La
dignidad de mi naturaleza es tan eminente, que Dios me ha redimido con
preferencia a los ángeles, a quienes ha dejado sin redención. Mi salvación es tan querida por Dios que, para
realizarla, un Dios descendió del cielo y murió en la cruz. Mi alma está en tal
posición en la estima de Dios que, para redimirla, Él dio la sangre de Su Hijo.
Verdades sublimes que nos enseñan a valorar nuestra salvación por encima
de todo, no permitir que nuestra alma, que es tan
grande, se rebaje a los afectos terrenales y sensuales, sino mantenerla siempre
en la cima de su excelencia por una vida pura y santa. Al lado de esta grandeza
la cruz nos muestra nuestra bajeza y nuestra miseria; nos dice que el pecado
nos ha arrojado a un estado de miseria tan profundo que nos es imposible salir
de él por nuestros propios esfuerzos, incapaces incluso de ofrecer al Dios
ofendido la más mínima reparación; nos dice que el pecado original ha
depositado en nosotros una tendencia al mal, una aversión a lo que se manda, un
corazón tan malo, tan duro, que un Dios no pudo ganarnos excepto al precio de
Su muerte en la cruz, e incluso entonces, su éxito ha sido muy pequeño. ¡Oh, cuán
valiosos no somos! ¡Qué miserables somos! ¡Qué humildes y arrepentidos debemos
ser, qué contritos, qué mortificados! Tales son las lecciones
que nos da la cruz.
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