Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de
San Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Meditaremos
mañana un segundo motivo de contrición, y es el sumo desagrado que causan a
Dios: 1° El pecado venial; 2°
El pecado mortal.
—Tomaremos
en seguida la resolución:
1º De evitar con gran
cuidado las menores faltas veniales voluntarias, puesto que Dios les tiene tan
grande horror; 2°
De llorar todos los días de nuestra vida los
pecados mortales que hemos tenido la desgracia de cometer en lo pasado.
Sacaremos
como ramillete espiritual las palabras del Salmista: “Mi pecado está siempre presente en mi
pensamiento”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Prosternémonos con temblor delante de la
justicia de Dios, detestando el pecado con un odio implacable. ¡Oh Dios!, vuestra Justicia es más
elevada que las montañas y más profunda que los abismos; sobrepuja a todo
pensamiento. La adoro sin comprenderla; pero al mismo tiempo la amo, porque en
Vos todo es amable. ¡Alabado y bendito seáis en vuestra justicia, como en vuestra
bondad!
PUNTO PRIMERO
— CÓMO EL PECADO, EN CUANTO ES OFENSA DE DIOS, ES
DIGNO DE TODAS NUESTRAS LÁGRIMAS.
Dios aborrece
tanto el pecado venial, que en la otra vida lo castiga con penas que, en la
eternidad, casi son una especie de infierno, y cierra las puertas de su paraíso
a almas queridas y amigas, hasta completar la expiación de las menores faltas.
Lo aborrece a menudo con espantosas penas. La mujer de Lot se permitió
una curiosidad inconsiderada, y en el acto fue herida de muerte. Un hombre es
sorprendido recogiendo leña en día Sábado: “Sea lapidado y muera”, dice el Señor.
Moisés concibe
una ligera desconfianza de Dios: no entrará en la
tierra prometida que había merecido ver por cuarenta años de servicios. Un
profeta por complacencia, se queda un poco más de lo necesario donde lo
habían enviado: un león sale de la selva y lo mata. David,
por una secreta vanidad, hace levantar el censo de
su pueblo: setenta mil hombres mueren de peste. ¡Oh Dios! ¿Qué es pecado venial
delante de vuestra santidad infinita?
¡Cuán
amargamente debemos llorar un mal que tanto os desagrada, y cuan justo es
llevar, cada vez que vamos al santo tribunal, una viva contrición, acompañada
de un firme propósito de corregirnos! ¿Es así cómo lo hacemos?
PUNTO SEGUNDO
— CUÁNTO DEBEMOS LLORAR EL PECADO MORTAL, PORQUE
DESAGRADA SUMAMENTE A DIOS.
Cuando
reflexionamos en los horrores del infierno, y consideramos que los que allí
sufren tan increíbles tormentos eran hijos de Dios muy amados, y por quienes
había dado toda su sangre, y que un sólo pecado mortal, convirtiendo tanto amor
en un odio implacable, hará cargar sobre ellos, durante la eternidad, todo el peso
de sus divinas venganzas, nos llenamos de estupor y exclamamos: “¡Cuánto os desagrada el
pecado mortal! ¡Oh Dios mío! ¡Y con cuánto odio lo perseguís! Si del infierno
levantamos el pensamiento al cielo, ¿Qué vemos? Lugares vacíos que antes
ocupaban los ángeles, espíritus puros, brillantes y de una admirable belleza,
revestidos de las más magníficas perfecciones, obra maestra de las manos de
Dios. Un día se dejaron llevar por un pensamiento de orgullo, y al instante
pronunció Dios contra ellos un decreto aterrador. Pero, Señor, si Vos los
perdonáis, ellos os alabarán por toda la eternidad; y si los precipitáis en el
infierno, blasfemarán de Vos siempre y arrastrarán a la condenación eterna a
millones de hombres. —¡No importa! ¡Caigan al abismo! Pero no han cometido más
que un solo pecado; es su primera falta, y aún no es más que pecado de
pensamiento. —¡No importa! ¡Caigan al abismo! ¡Oh santidad de mi Dios,
qué implacable es vuestro odio contra el pecado! Pero si así castigáis a los
espíritus de vuestra corte, ¿Qué no debo temer yo el último de vuestros
siervos, culpable de mil traiciones, yo que he pecado, no una vez y por
pensamientos, sino millones de veces con todos mis sentidos, con todos los
miembros de mi cuerpo, con todas las potencias de mi alma contra la mayor parte
de vuestros mandamientos?”. Del
cielo, despoblado así de una parte de sus habitantes, bajo al paraíso terrenal
y veo allí el lugar que ocupaba Adán inocente. Un día tuvo la desgracia de
ceder a una intemperancia, que en apariencia parece muy ligera: Comió un fruto
contra la prohibición de Dios y en el acto perdió todas las gracias de su
primer estado: Fue condenado a toda suerte de
males, a la muerte misma, y no solamente él, sino también toda su posteridad. Todos
los hombres hasta el fin del mundo, serán condenados a innumerables miserias, a
la guerra, a la peste, al hambre, a las tempestades, a la ignorancia, a la
concupiscencia; todos también habrían sido condenados para siempre sin la
misericordia gratuita que nos ha rescatado. “¡Gran Dios, cuántos castigos a la vez por un
solo pecado! Si, un solo pecado os ha desagradado hasta determinaros a echar
tantas calamidades en el mundo, ¿Qué será de mis innumerables pecados? ¿Podré
jamás llorarlos lo bastante y concebir de ellos una viva contrición?” Sin embargo, Dios mío, no es ahí
donde se muestra en toda su intensidad el odio que tenéis al pecado. Tomo en la
mano mi crucifijo y me digo: “Este, cuya imagen contemplo, era el Hijo único y muy amado de
Dios; era Dios: pero, porque tomó sobre Sí la sombra del pecado, el Padre
celestial descargó sobre Él todo el peso de su indignación; lo entregó a los
más crueles tormentos, a las ignominias más espantosas, a la muerte, y muerte
de Cruz. ¡Oh pecado, qué terrible eres delante de Dios! ¡Cuánto debo sentir y
llorar el mal que he hecho, dejándote entrar en mi corazón! Si por la sola
apariencia del pecado, Dios trató así a su propio Hijo, ¿Cómo por tantos
pecados reales, tratará a un súbdito rebelde y despreciable como yo? Si el leño
que no debía ser quemado pasó por tal hoguera, ¿Qué será del leño seco y a
propósito para el fuego?” He
ahí el motivo más poderoso de llorar el pecado y de concebir de él una amarga
contrición.
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