Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Volveremos
mañana a nuestras meditaciones sobre el Sacramento de la Penitencia,
interrumpidas por el Evangelio tan lleno de interés que hemos meditado, y
veremos que es preciso llevar a nuestras confesiones: 1º Una contrición
verdaderamente interior; 2º Una contrición
verdaderamente universal.
—En
seguida tomaremos la resolución:
1°
De hacer todas las noches, después de nuestro
examen de conciencia, un acto de contrición interior y universal; 2° De hacer en el día o en
la noche, en cada falta que se nos escape, un acto de contrición interior.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras del salmo: “El corazón quebrantado
de dolor es un sacrificio agradable a Dios. ¡Oh Dios!, Tú no desecharás el
corazón contrito”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos
a Nuestro Señor que en el Huerto de los Olivos ve clara y distintamente los
pecados de todos los siglos y cuya expiación ha echado sobre Sí. Esta vista le
sumerge en una tristeza mortal, que llega hasta la agonía; llora la ofensa de
Dios y la pérdida de los hombres, no solamente con lágrimas de sus ojos, sino
también con la sangre de sus venas. “Llora con todos sus miembros, dice San Bernardo, e inunda la tierra con
lágrimas de sangre”. Compadezcamos a nuestro Salvador tan afligido y lloremos con Él,
ya que Él llora también por nuestros pecados.
PUNTO PRIMERO
— ES NECESARIO LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES UNA
CONTRICIÓN VERDADERAMENTE INTERIOR.
Jesucristo,
perfecto modelo de contrición en el Huerto de los Olivos, nos enseña que su
corazón siente dolor tan vivo del pecado, que está triste hasta la muerte. Por
otra parte, la razón sola nos dice la necesidad de
esta contrición interior. Puesto que es el corazón el que ha ofendido a Dios,
él es el que debe reparar la ofensa, rompiéndose de dolor por haber desagradado
a un Dios tan bueno y tan digno de ser amado. Dios no puede perdonar, sino
cuando el corazón se arrepiente, hasta el punto de no querer, por nada de esta
vida, haber cometido la falta que deplora. “Volved a Mí de corazón, dice Dios a los pecadores; romped vuestros corazones
y haceos un corazón nuevo”. Dios mira, no los ojos que vierten lágrimas, ni
los labios, que pronuncian fórmulas, sino el
corazón que tiene un sincero horror al pecado cometido. En vano, pues, la boca
articularía actos de contrición; en vano el espíritu y la imaginación formarían
la idea del dolor, hasta persuadirnos de que estamos contritos; en vano
exhalaríamos gemidos y suspiros, derramaríamos lágrimas y haríamos largas
oraciones y protestas de renunciar al pecado: todo esto de nada nos serviría,
si en el fondo del corazón no tuviéramos un sincero pesar de la ofensa de Dios,
una detestación franca, un odio verdadero al pecado, con una aflicción y un
dolor también verdadero de haberlo cometido. Examinemos aquí, delante del
Señor, si llevamos a nuestras confesiones un corazón despedazado de pena por la
ofensa hecha de Dios, diciendo como San Bernardo: “¿Con qué cara me atreveré a levantar los ojos
hacia Vos, yo, tan mal hijo de un padre tan bueno?” En lugar de deplorar sinceramente
nuestras culpas, ¿No
hemos procurado no reconocerlas, buscando cómo disminuirlas a nuestros propios
ojos y a los del confesor, encubriéndolas con alguna excusa para no tener que
avergonzarnos, justificando nuestros arrebatos e impaciencias con las faltas de
los otros, nuestras maledicencias y nuestras críticas con la conducta poco
razonable del prójimo?
PUNTO SEGUNDO
— ES NECESARIO LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES UNA
CONTRICIÓN VERDADERAMENTE UNIVERSAL.
Esto es evidente, cuando
se trata de los pecados mortales: Si hubiera uno solo que no detestáramos
sinceramente y del fondo del alma, nuestra contrición sería nula, y nuestra
confesión sacrílega. Dios no puede amar al corazón que ama el pecado, el cual
le desagrada esencialmente; y es burlarse de Dios decirle: “Yo os amo”, cuando se tiene afecto a lo que Él
detesta soberanamente. Si se trata de pecados
veniales, la confesión no es nula por el solo hecho de no ser universal,
porque, no haciendo el pecado venial más que debilitar la amistad de Dios sin
destruirla, puede el penitente arrepentirse de unos sin arrepentirse de otros;
pero, sin embargo, resultan de esto muy graves daños para el alma:
1°
Los pecados a los cuales se conserva algún afecto,
no son perdonados y quedan en el alma como manchas horribles que la desfiguran
y que además enfrían la amistad de Dios y disminuyen sus gracias; 2° La
absolución, no aplicándose a estos pecados, no confiere la gracia para
corregirse de ellos, y no produce en el alma la plena justificación que hubiera
obtenido un corazón todo de Dios. Examinemos si hay en
nosotros ciertos pecados favoritos con los cuales no queremos romper, ciertas
faltas a las que tenemos más inclinación, que nos agradan más y de las cuales
no tenemos una contrición franca.
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