Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Meditaremos mañana: 1º
sobre los sufrimientos que María vivió al pie
de la cruz; 2º sobre las virtudes que
allí practicaba; 3º
sobre las palabras que le dirigió Jesús.
—Luego tomaremos la resolución: 1º,
muchas veces honrar la compasión de la Santísima
Virgen con aspiraciones piadosas; 2º,
imitar hoy, mediante algún acto especial, la
paciencia, la humildad y el espíritu de sacrificio de los que ella nos ofrece
ejemplo en esta maestría; 3º,
Dar muchas gracias a Nuestro Señor por habernos dado a María para que fuera
nuestra Madre.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de la Iglesia: “María, abismo de amor, hazme sentir tus dolores; hazme llorar
contigo”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Transportémonos
en espíritu al monte santo del Calvario, al pie de la cruz, junto a María. Saludemos
a esta madre de los dolores como la reina de los mártires, porque no se dejará
llamar por ningún otro nombre en este misterio. No me llames Noemi (es decir,
hermosa), pero llámame Mara (es decir, amarga), porque el Todopoderoso me ha
llenado de amargura; (Ruth I, 20).
PRIMER PUNTO:
Los sufrimientos que María padeció al pie de la
cruz.
Todos los tormentos más crueles que sufrieron
los mártires no son nada en comparación con la angustia que sufrió María. Los
mártires sufrieron al menos sólo en sus cuerpos, y además la unción de la
gracia suavizaba y encantaba sus tormentos hasta tal punto que se les veía
triunfar gozosamente en medio de las torturas más crueles; pero en María fue su
alma la que fue traspasada con la espada del dolor, sin alivio de ningún consuelo (Lucas II, 35). ¡Y qué sufrimiento, Dios mío! Si una madre que ve
morir a su hijo ante sus ojos sufre una agonía indescriptible, ¿qué habrá
sentido María, la que sintió por Jesús un amor que la naturaleza y la gracia
elevaron al más alto grado? la naturaleza al mostrarle en Jesús el más amable de los
hijos, el más santo, el más perfecto, el más realizado de los hombres; gracia
al revelarle en Él un Dios infinitamente bueno e infinitamente amable (Himno,
Stabat Mater) y a este Hijo amado se vio obligada a ver arrastrado por las
calles de Jerusalén, a los sacerdotes, a Pilato, a Herodes, por todas partes
insultado, burlado, despreciado; se vio obligada a contemplarlo azotado,
coronado de espinas, proclamado por el pueblo digno de muerte y peor que el ladrón
y asesino Barrabás; se vio obligada a acompañarlo al Calvario, subiendo la
montaña bajo el peso de la cruz, agotada por la pérdida de fuerzas y de sangre,
cubierta de heridas y saliva; ¡y ella no pudo
ayudarlo! Para una madre como María, ¡qué martirio! Se vio obligada a verlo
tendido sobre la cruz, a oír los golpes de los martillos clavando los clavos en
sus pies y en sus manos, a contemplarlo, con todas sus llagas, levantado entre
el cielo y la tierra, agonizando durante tres horas; se vio obligada a escuchar
Su último adiós, recibir Su último suspiro, sin poder morir con Él (Ibid.). Y, lo que es peor, sufrió los dolores que ella misma causó a su Hijo por su
extrema aflicción; y todas aquellas otras torturas absolutamente inexpresables
que sufrió el corazón de su Hijo al ver todos los pecados cometidos por los
hombres que están decididos a condenarse a sí mismos a pesar de todos los
medios de salvación que se les ofrecen. ¡Oh hija de Jerusalén! ¿A qué podemos comparar el extremo de tu aflicción? Es tan grande como el mar (Lam. II, 14). ¡Consígueme
gracia para compadecer tus dolores, oh madre mía! (Himno,
Stabat Mater.) Es
mi deber: 1,
porque un hijo debe compartir los sufrimientos de
su madre (Ibid.);
2,
porque no podía amar a Jesús que podía ser
insensible a sus sufrimientos (Ibid.); 3,
porque mis pecados son a la vez causa y objeto de
los sufrimientos de tu Hijo y del tuyo, ¡oh madre afligida! (Ibídem.)
SEGUNDO PUNTO:
Las virtudes practicadas por María al pie de la
cruz.
1º
Practica allí una paciencia inalterable. Ella se
pone de pie en medio de la terrible tempestad como una roca rodeada de olas,
que la golpean sin hacerla caer. Ni el abismo en el que está hundida por su
dolor, ni el espectáculo de la muerte, ni la furia del hombre, ni la furia de
los demonios pueden derribarla. Su comportamiento está lleno de resolución y
coraje. Sin permitir que se le escape una queja, adora los designios de Dios en
silencio y se somete a ellos. Mirémonos en este hermoso espejo de la paciencia
y confundamos. ¡Se necesita tan poco para abatirnos, para hacernos
desanimar, para suscitar quejas y murmuraciones!
2º La humildad de María es aquí igual a su
paciencia. Una madre cuyo hijo sufre
la pena capital se avergüenza de mostrarse; teme que la ignominia de su hijo
rebote sobre ella, y se esconde; pero María se muestra y se muestra incluso al
pie de la cruz (Juan XIX, 25). Allí
espera todo el desprecio, todos los insultos que se le puedan amontonar, y se
alegra de poder saborear con Jesús el cáliz de la humillación y beberlo hasta
el fondo. ¡Qué
lección para nosotros!
3º
María nos enseña el espíritu del sacrificio. Sabiendo
que el designio de Dios es que Jesús muera para salvar al mundo, ella entra con
toda su alma en los decretos divinos. Padre celestial, dice ella, toma tu
espada, golpea a la víctima, desgarra mis entrañas, desgarra mi corazón
quitándome a mi amado Hijo. Me resigno a ella por tu gloria y la salvación del
mundo. ¡Qué
sublime ejemplo del espíritu de sacrificio!
TERCER PUNTO:
Las palabras de Jesús a María.
Mientras María
sufría tan grandes dolores y practicaba tan elevadas virtudes, Jesús, volviendo
los ojos hacia San Juan
y viendo en él, afirman los Padres, el
representante de todos los fieles, Mujer,
le dice a María, he ahí tu hijo. Lo sustituyo para ocupar
Mi lugar (Juan XIX, 26). Benditas palabras, por las cuales Jesús nos da a su madre para
que sea nuestra madre, el que ya nos había dado a su padre para que sea nuestro
padre, para que seamos sus hermanos, teniendo el mismo padre y madre. ¡Palabras que deben
llenar nuestro corazón de confianza, de consuelo y de alegría! ¡Oh María, tú
eres mi madre! ¡Ya no tengo miedo, soy feliz y espero!
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