Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de
San Sulpicio.
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.
+ EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (6, 1-15).
En aquel tiempo, pasó Jesús al otro lado del
mar de Galilea, que es el lago de Tiberíades y, como le siguiese una
muchedumbre de gentes porque veían los milagros que hacía con los enfermos, se
subió a un monte y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba ya la Pascua,
que es la gran fiesta de los judíos. Habiendo pues Jesús levantado los ojos y
viendo venir hacia Sí a un grandísimo gentío, dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos panes para dar de comer a
toda esa gente?”.
Mas esto lo decía para probarle, pues bien sabía Él mismo lo que había de
hacer. Le respondió Felipe: “Doscientos denarios de pan no bastan para que
cada uno de ellos tome un bocado”. Le
díce uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: “Aquí está un muchacho que tiene cinco panes
de cebada y dos peces; mas ¿qué es esto para tanta gente?”. Pero Jesús dijo: “Haced sentar a esas gentes”. El sitio estaba cubierto de hierba.
Se sentaron, pues, al pie de cinco mil hombres. Jesús entonces tornó los panes
y, después de haber dado gracias a su Eterno Padre, los repartió por medio de
sus discípulos entre los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los peces,
dando a todos cuanto querían. Después que quedaron saciados, dijo
a sus discípulos: “Recoged los pedazos que
han sobrado, para que no se pierdan”.
Lo hicieron así y llenaron doce cestos de los pedazos que habían sobrado de los
cinco panes de cebada, después que todos hubieron comido. Visto el milagro que
Jesús había hecho, decían aquellos hombres: “Este, sin duda, es el gran Profeta que ha de
venir al mundo”.
Por cual, conociendo Jesús que había de venir para llevársele por fuerza y
levantarle por rey, huyó Él solo otra vez al monte.
RESUMEN DE LA VÍSPERA EN LA NOCHE.
Mañana meditaremos: 1° En la bondad de
Jesucristo al multiplicar el pan material que alimenta al cuerpo: 2° En su bondad, mucho mayor
aún, en la multiplicación del pan eucarístico que alimenta al alma.
—
Tomaremos las siguientes resoluciones:
1º De acompañar nuestras comidas con sentimientos de reconocimiento
con la Providencia que nos las da; 2º
De honrar la santa Eucaristía por medio de
Comuniones más fervorosas y frecuentes, y con visitas al Santísimo Sacramento
más regulares y recogidas.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras del Salmista: “¡Cuan bueno es el Señor
para con los que tienen un corazón recto!”.
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.
Adoremos la ternura de Jesucristo con los pueblos que le siguen en el
desierto: su corazón dulcísimo se conmueve al ver sus necesidades y las remedia
de una manera verdaderamente milagrosa. Adoremos su bondad, que se muestra más
grande aún en la institución del pan eucarístico que alimenta nuestras almas. ¡Oh! ¡Cuán digna es de
nuestras alabanzas y de nuestro amor tanta bondad!
PUNTO PRIMERO
— BONDAD DE NUESTRO SEÑOR EN LA MULTIPLICACIÓN DEL
PAN QUE ALIMENTA EL CUERPO.
Es, sin duda, un
gran milagro multiplicar cinco panes y dos peces, hasta satisfacer a cinco mil
hombres y llenar todavía doce cestos con las sobras. Todo el pueblo,
testigo de tal prodigio, tenía razón para querer proclamar rey al autor de
semejante maravilla y llegarse a él para no separarse jamás de su lado. Pero
todos los días Jesús renueva y continuará hasta el fin de los siglos renovando
un milagro mucho más sorprendente: La
multiplicación anual de los granos y de los frutos, hasta hacerlos bastar al
alimento de todo el género humano y darle, no solamente lo necesario, sino lo
útil, y lo agradable; acción divina que, cada año, hace germinar las semillas,
las hace crecer y madurar de manera que provean a todas las necesidades en
todos los puntos del globo. Este brillante milagro apenas es notado por
los hombres ingratos. Muy pocos dan gracias a Dios por él con verdadera
efusión. Muchos llegan aun a servirse de sus favores para ofenderle. Y, sin
embargo, ¡Oh
prodigio! Tanta ingratitud no debilita su amor, porque siempre derrama su rocío
y su calor sobre el campo del pecador y sobre la propiedad del justo. ¡Oh! ¡Cuán bueno
es Dios! ¡Cómo cuida de los suyos! ¡Cuán justo es amarle, bendecirle y darle
gracias continuamente!
PUNTO SEGUNDO —
BONDAD DE NUESTRO SEÑOR EN LA MULTIPLICACIÓN DEL
PAN EUCARÍSTICO QUE ALIMENTA EL ALMA.
Hay, en este
solo hecho, un mundo de milagros. Aquí Jesucristo multiplica su presencia en
tantos puntos como altares hay en que el sacerdote celebra el sacrificio; en
tantas hostias, cuantas se contienen en todas las custodias del mundo; en
tantas partículas como encierra cada hostia. Aquí Jesucristo se encuentra
siempre presente y continúa, después del sacrificio, despreciado, solitario,
desconocido, abandonado, abrumado de irreverencias, de profanaciones, de
ultrajes y, en medio de todo esto, ruega y se inmola por los hombres que
corresponden tan mal a su amor. Se deja distribuir como alimento a todos los
que se presentan, aun a los más indignos; se deja llevar a los enfermos que
desean recibirlo; hasta en la más humilde cabaña. Acoge a todo el que desea
hablarle, llama a los afligidos para consolarlos, a los débiles para
sostenerlos, y no hay un momento del día o de la noche en que no se considere
feliz con dar audiencias. Pone sus gracias a disposición del que quiera
recibirlas, y todo el que recurre a Él puede decirle como Job: “Nada temo mientras estoy cerca de Vos”. ¿Puede el amor ir más lejos?
Y en presencia de estos milagros, ¿qué debe hacer el corazón, sino amar y alabar al Dios
que tanto ha amado a los hombres, y qué partido debe tomar, sino el de
recibirle a menudo y piadosamente? Si su deseo es darse a
nosotros, nuestro supremo deseo sea también darnos a Él.
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