viernes, 26 de junio de 2020

NOVENA LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. DÍA QUINTO.





COMENZAMOS: 23 de junio.



FINALIZAMOS: 1º de julio día de su festividad.




—Puesto de rodillas delante de alguna Imagen de Nuestro Señor Jesucristo se dice el siguiente:




 

ACTO DE CONTRICIÓN.


 

   Señor mío Jesucristo Dios y hombre verdadero, rico en misericordias y piedades, que, para darnos la más realzada prueba de tu ardiente caridad, e infinito amor hacia nosotros, derramaste todo el inestimable licor de tu Preciosísima Sangre, en tanto grado, que después de haber expirado en la cruz para nuestro remedio, quisiste que aquella cruel lanza te sacase la poca que había quedado en tu ya difunto cuerpo: todo a fin de que conociésemos los hombres el infinito amor con que solicitas nuestra salvación. Pero ¡Oh Jesús mío! ¿qué es lo que encuentras en los mismos hombres en recompensa de tanto amor? ¿Qué? ingratitudes, ofensas, pecados y transgresiones de tu suave y santa ley. Esto es verdad, y ojalá y no lo fuera. Ya lo confieso mi Dios delante del cielo, y de la tierra. Ingratamente te he agraviado. Te he ofendido con el continuo quebrantamiento de tus santos Mandamientos; pero si lo que quieres de mí y de todo pecador es, que se convierta a ti y viva eternamente, heme aquí arrepentido de lo íntimo de mi corazón. Pésame mi Jesús de haberte ofendido. Quisiera morir a la fuerza del dolor de haber pecado. Perdóname mi Jesús que yo te doy palabra de ser en lo de adelante (ayudado de tu divina gracia) muy otro de lo que hasta aquí he sido. No se malogre en mí tanta Sangre derramada. En este rico tesoro de tu Sangre Preciosísima pongo toda mi esperanza para alcanzar el perdón de tantas ofensas. Misericordia Señor, ten misericordia de mí por tu Preciosísima Sangre. Amén.





ORACIÓN AL ETERNO PADRE. (se repite todos los días).




   ¡Oh Padre Eterno y Dios de todos los consuelos! Atended benigno, y oíd misericordioso los clamores que desde la tierra os envía la derramada Sangre de vuestro unigénito Hijo; vertida toda en beneficio de sus hermanos los hombres, para reconciliarlos con vuestra divina Majestad, y satisfacer por ellos sobreabundantemente la deuda de sus culpas y pecados, que tanto irritan vuestra divina Justicia, y por respeto suyo perdonadnos Misericordiosísimo Padre, y derramad sobre nosotros vuestras paternales bendiciones, concediéndonos eficaces auxilios para detestar las culpas, amaros y serviros en todo el discurso de nuestra vida, y otorgarnos benigno por su Preciosísima Sangre, lo que en esta Novena solicitamos, si es conforme a vuestro divino beneplácito; y si no lo es conformad nuestra voluntad con la vuestra, para que agradándoos en todo, y en nada ofendiéndoos, os sirvamos fielmente hasta la muerte y después de ella os gocemos en la Gloria por los siglos de los siglos. Amén.






 MEDITACIÓN: DÍA QUINTO (27 de junio).






Sigue ¡oh alma mía! contemplando atentamente la horrible carnicería que en el destrozado cuerpo de tu amante Padre Jesucristo ejecutó la crueldad de aquellos inhumanos verdugos, y mira como estando ya su Majestad casi en términos de morir, y con repetidos parasismos de tal manera despedazado, que ya no había carne que azotar, sino solos huesos descarnados, y como reveló nuestra Señora a Santa Brígida: «Como mi Hijo estuviese todo cubierto de su sangre, y todo su cuerpo tan rasgado, que ya de los pies a la cabeza no había parte sana en donde pudiesen azotarle, entonces uno de los que estaban allí viendo que le mataban, asustado y temeroso del mal que les podía venir a los verdugos si le quitaban la vida antes de la sentencia, corrió y les preguntó, que ¿cómo sin estar sentenciado a muerte le quitaban la vida? Y sin aguardar respuesta sacó un cuchillo, y cortó las sogas.” Hasta aquí nuestra Señora y Santa Brígida; y ahora alma mía, tú que lo estas contemplando considera a tu Jesús nadando y casi ahogado en aquel lago que de su preciosísima Sangre se había hecho sobre la tierra, y haz cuenta que le oyes decirle a la misma tierra las palabras de Job, que ya hemos meditado: térra ne operías, Sanguinem meum, ¡oh tierra depósito de mi derramada Sangre! no la escondas ni encubras para que viéndola los hombres toda vertida y derramada por sus pecados, se azore y amedrente el espíritu, y conciba un grande furor contra estos mismos pecados, los aborrezca, les haga guerra, y antes den la vida los hombres, y mil vidas que tuvieran, que volverme a ofender, atendiendo al encendido amor con que por ellos derramo mi Sangre. No la ocultes para que avise al hombre que le tengo que pedir rigurosa cuenta de ella, y de que vive de la misma manera, y con el mismo descuido, después que a tanta costa fue lavado con mi Sangre, como si no lo hubiera sido. Le diga que se enmiende y no multiplique pecados, para que pida perdón, y no castigo: misericordia, y no justicia.
Repasa bien alma mía estos puntos y aprovéchate de tan celestial doctrina.





—Se rezan tres credos con Gloria Patri.





ORACIÓN.



   ¡Oh Jesús amabilísimo de mi vida! ¡oh maltratado y despedazado dueño de mi corazón! ¿cómo no se me rasga éste en menudos pedazos al verte caído, y casi ahogado en este lago de tu preciosísima derramada Sangre? ¿cómo tengo alientos para meditar estos tiernísimos pasos, sin derramar abundantes lágrimas? ¿Qué haré yo, Jesús mío, para alcanzar este don de lágrimas, con que deseo llorar tu amarga Pasión? Pero ya sé lo que he de hacer, acogerme a esta misma Sangre preciosísima. Aquí me quiero estar al pie de esta columna en que por mí sufriste tanta multitud de cruelísimos azotes. Dame licencia, Señor, para estarme aquí, que según es tu benignidad y amor, espero no me la negarás, ni te desdeñarás de que los arroyos de tu preciosísima Sangre caigan sobre mí, pues los derramas con tanta abundancia y liberalidad para lavar y sanar pecadores. Caiga, Señor, caiga sobre mí este licor preciosísimo con que he de quedar tan limpio y tan hermoso. Sí, mi Jesús, lávame y purifícame con tu preciosísima Sangre, de todas las manchas que en mi alma han ocasionado la multitud y malicia de mis pecados, para que limpio de todas ellas, alabe, ame y sirva con un corazón contrito, limpio y humillado, a un Señor que me amó tanto, que no dudó derramar su Sangre y perder su vida por mí; para que viviendo y muriendo en tu santísima gracia, merezca tu eterna gloria, en donde te goce y alabe por todos los siglos de los siglos. Amén.










—Se reza una Ave María a nuestra Señora y se concluye todos los días con esta…





ORACIÓN.



¡Oh Purísima Virgen María dignísima Madre de mi Señor Jesucristo! dígnate Señora mía de ofrecer al Eterno Padre la Preciosísima Sangre que tú ministraste a tu Santísimo Hijo en la Encarnación, para que derramándola toda por redimirnos, nos abriese las puertas del paraíso que el pecado tenia cerradas; y alcánzanos de su majestad amor a la virtud, y aborrecimiento al pecado, y lo que en esta Novena pedimos si es de su divino beneplácito: y juntamente la exaltación de la santa fe católica; la destrucción de las herejías, vicios, y pecados mortales; la perpetua paz entre los cristianos Príncipes; la conversión de los pecadores; la libertad de los cautivos; el descanso de las almas santas del Purgatorio: y finalmente la perseverancia en gracia de los Justos, para que aprovechándonos todos de este infinito tesoro de la derramada Sangre de tu Santísimo Hijo, acabemos nuestra mortal vida en su divina gracia, para gozarle en su gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.





—La Preciosísima Sangre de Jesús nos favorezca en la vida, y en la muerte. Amén.


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