martes, 23 de junio de 2020

NOVENA LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. DÍA SEGUNDO.




COMENZAMOS: 23 de junio.



FINALIZAMOS: 1º de julio día de su festividad.

 



—Puesto de rodillas delante de alguna Imagen de Nuestro Señor Jesucristo se dice el siguiente:






ACTO DE CONTRICIÓN.



Señor mío Jesucristo Dios y hombre verdadero, rico en misericordias y piedades, que, para darnos la más realzada prueba de tu ardiente caridad, e infinito amor hacia nosotros, derramaste todo el inestimable licor de tu Preciosísima Sangre, en tanto grado, que después de haber expirado en la cruz para nuestro remedio, quisiste que aquella cruel lanza te sacase la poca que había quedado en tu ya difunto cuerpo: todo a fin de que conociésemos los hombres el infinito amor con que solicitas nuestra salvación. Pero ¡Oh Jesús mío! ¿qué es lo que encuentras en los mismos hombres en recompensa de tanto amor? ¿Qué? ingratitudes, ofensas, pecados y transgresiones de tu suave y santa ley. Esto es verdad, y ojalá y no lo fuera. Ya lo confieso mi Dios delante del cielo, y de la tierra. Ingratamente te he agraviado. Te he ofendido con el continuo quebrantamiento de tus santos Mandamientos; pero si lo que quieres de mí y de todo pecador es, que se convierta a ti y viva eternamente, heme aquí arrepentido de lo íntimo de mi corazón. Pésame mi Jesús de haberte ofendido. Quisiera morir a la fuerza del dolor de haber pecado. Perdóname mi Jesús que yo te doy palabra de ser en lo de adelante (ayudado de tu divina gracia) muy otro de lo que hasta aquí he sido. No se malogre en mí tanta Sangre derramada. En este rico tesoro de tu Sangre Preciosísima pongo toda mi esperanza para alcanzar el perdón de tantas ofensas. Misericordia Señor, ten misericordia de mí por tu Preciosísima Sangre. Amén.





ORACIÓN AL ETERNO PADRE. (se repite todos los días).




   ¡Oh Padre Eterno y Dios de todos los consuelos! Atended benigno, y oíd misericordioso los clamores que desde la tierra os envía la derramada Sangre de vuestro unigénito Hijo; vertida toda en beneficio de sus hermanos los hombres, para reconciliarlos con vuestra divina Majestad, y satisfacer por ellos sobreabundantemente la deuda de sus culpas y pecados, que tanto irritan vuestra divina Justicia, y por respeto suyo perdonadnos Misericordiosísimo Padre, y derramad sobre nosotros vuestras paternales bendiciones, concediéndonos eficaces auxilios para detestar las culpas, amaros y serviros en todo el discurso de nuestra vida, y otorgarnos benigno por su Preciosísima Sangre, lo que en esta Novena solicitamos, si es conforme a vuestro divino beneplácito; y si no lo es conformad nuestra voluntad con la vuestra, para que agradándoos en todo, y en nada ofendiéndoos, os sirvamos fielmente hasta la muerte y después de ella os gocemos en la Gloria por los siglos de los siglos. Amén.







MEDITACIÓN: DÍA SEGUNDO (24 de junio)





Atiende, alma mía, que el inflamado deseo que tenía tu amorosísimo Jesús de remediar pecadores, sacarlos de sus miserias, y enriquecerlos de los celestiales tesoros de su Preciosísima Sangre, le traía fatigado toda su vida, y no le dejaba reposar ni de dia ni de noche, tanto que vino a decir por San Lucas, estas palabras: “Heme de dar un baño en mi propia Sangre, y con ella tengo de hacer un repartimiento, y derramamiento de mis tesoros. ¡Ah! y que afligido me veo hasta que lo vea cumplido; que grandes congojas siento, hasta ver salir mi Sangre a borbollones, darla, y derramarla toda por los hombres.”  (Cap. 12). En efecto, llegado que fue el deseado tiempo, no se contentó con derramarla poco a poco; antes quiso que fuese abierto todo su sagrado cuerpo para derramarla con abundancia. Acércate, pues, con la consideración al Huerto, y mira como habiendo su Majestad renunciado enteramente todas las consolaciones divinas y humanas, que pudieran redundar en sus sentidos, así interiores, como exteriores, por una parte, se le representaba la voluntad eterna de su Padre para morir por los hombres: por otra tenía una muy viva representación de los dolores, y penas que había de padecer, las afrentas de la cruz o la ingratitud de los hombres: por otra la perdición de tantas almas aun con una redención tan superabundante, que por su querer no habían de aprovecharse de ella. La humanidad rehusaba naturalmente el amargo cáliz: el espíritu pronto, y animoso se abrazaba con todas sus amarguras, y con la fuerza del conflicto entre los dos apetitos, superior e inferior, que (como suele decirse) luchaban a brazo partido. Vino por último a reventar la Sagrada Sangre sudándola abundantemente por todos los poros de su cuerpo santísimo, hasta bañarse con ella; y no solo esto; sino que abundó tanto este derramamiento de Sangre, que corrió hasta empapar la tierra: y volviéndose su Majestad a ella le dice (según sientan varios contemplativos) aquellas palabras de Job al cap. 16: Terra ne operías Sanguinem meam, neque inveniat in te locum latendi clamor meus. ¡Oh tierra! no encubras, ni ahogues mi Sangre, ni haya en tí lugar donde se sepulten mis clamores, y vengan a echarlos en olvido los hijos de Adán. Estas voces iremos ponderando en el discurso de la Novena. Y por ahora resuélvete o alma mía, a no olvidar jamás esta derramada Sangre que por tu amor se vertió.





—Se rezan tres credos con Gloria Patri.








ORACIÓN.



   ¡Oh Jesús Dulcísimo de mi corazón! triste, y angustiado dueño de mi alma: en qué términos tan amargos, y en que desconsuelos tan indecibles te ha puesto el amor que me tienes, y el deseo de redimirme y enriquecerme con el inestimable tesoro de tu Preciosísima Sangre, pues parece no pudo llegar a más la congoja y agonía de tu afligida alma, que hacerte sudar por todos los poros de tu sacrosanto cuerpo arroyos de Sangre. Otras congojas cuando mucho suelen ser causa de sudor de agua; más la vuestra; ¡oh atormentado Jesús mío! fue tan crecida, que destempló todo tu Cuerpo, y tanto demudó la naturaleza que te hizo sudar copiosísima Sangre, hasta regar con ella la tierra. Lávame, dueño mío, con este saludable baño, y no permitas que se pierda en mí tanta Sangre derramada: antes sí, fijando continuamente en mi corazón, y memoria este inestimable precio que te costó mí pobrecita alma, sepa apreciarla como merece ser apreciada, como comprada nada menos que con la Sangre de un Dios hombre, para que este conocimiento me compela, y obligue a hacer obras dignas del nombre de cristiano, con que consiga la gracia, y una muerte feliz para pasar a gozarte en tu eterna gloria, por los siglos de los siglos. Amén.






—Se reza una Ave María a nuestra Señora y se concluye todos los días con esta…





ORACIÓN.



¡Oh Purísima Virgen María dignísima Madre de mi Señor Jesucristo! dígnate Señora mía de ofrecer al Eterno Padre la Preciosísima Sangre que tú ministraste a tu Santísimo Hijo en la Encarnación, para que derramándola toda por redimirnos, nos abriese las puertas del paraíso que el pecado tenia cerradas; y alcánzanos de su majestad amor a la virtud, y aborrecimiento al pecado, y lo que en esta Novena pedimos si es de su divino beneplácito: y juntamente la exaltación de la santa fe católica; la destrucción de las herejías, vicios, y pecados mortales; la perpetua paz entre los cristianos Príncipes; la conversión de los pecadores; la libertad de los cautivos; el descanso de las almas santas del Purgatorio: y finalmente la perseverancia en gracia de los Justos, para que aprovechándonos todos de este infinito tesoro de la derramada Sangre de tu Santísimo Hijo, acabemos nuestra mortal vida en su divina gracia, para gozarle en su gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.




—La Preciosísima Sangre de Jesús nos favorezca en la vida, y en la muerte. Amén.



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