El
apostólico prelado san Willibrordo nació por los años del Señor de 658, en la
isla de la Gran Bretaña y reino de Northumberland. A los siete años no
cumplidos de su edad, le mandaron sus padres al célebre monasterio de Ripón,
gobernado por san Wilfrido, el cual poco antes lo había fundado. Habiéndose así
acostumbrado desde niño a llevar el yugo del Señor, lo halló después todo el
resto de su vida muy blando y ligero: y para mejor conservar los frutos de la
religiosa educación que en el monasterio había recibido, tomó en él el hábito
de religión, en edad muy temprana.
Hizo tan rápidos progresos
en las letras humanas y divinas, que mereció ser elevado a la dignidad del
sacerdocio, la cual recibió en Irlanda. Se juntaron con él algunos compañeros,
a quienes abrasaba un mismo deseo de ganar almas a Cristo: y con grande celo
predicaron el Evangelio a los Frisones, en cuyo santo ministerio se señaló, así
por su ardor apostólico, como por su rara modestia, humildad, apacible
conversación e igualdad de ánimo.
Habiendo llegado la fama de sus virtudes a
oídos de Pepino de Heristal, señor de aquellas regiones, le escogió para la
silla episcopal de Utrecht: y esta elección agradó tanto al Sumo Pontífice, que
le llamó a Roma para consagrarle por sí mismo, obispo de aquella diócesis.
Emprendió luego el santo
con nuevo fervor la conversión de los gentiles, dilatando el campo de sus
correrías apostólicas hasta las incultas regiones del Septentrión; y
acompañándose después con otros muchos sacerdotes y algunos obispos, para
exterminar por completo las supersticiones del paganismo en la Zelanda, y
después en Holanda.
Para
conservar los frutos de estas santas misiones, ordenaba de sacerdotes solamente a aquellos en quienes veía más
sólidas virtudes; y procuraba encender en sus corazones la llama del celo de
las altas, que en el suyo ardía. Llegando en estas empresas de tanta gloria de
Dios, a una edad harto avanzada, eligió, entre sus sacerdotes, a uno que tomó
por auxiliar, y a quien encomendó el gobierno de la diócesis; y él se retiró a
hacer una vida solitaria, para emplear los últimos tiempos de su vida, en prepararse
para la eternidad.
Finalmente, lleno de días
y méritos, y precedido de una innumerable muchedumbre de almas que había sacado
de la servidumbre del demonio, y ganado para Cristo, entregó la suya al
Creador.
*
Reflexión: ¡Feliz el alma
que siguiendo las huellas de este apostólico prelado, se dedica, en cuanto
puede, a las obras de celo y de caridad! Con razón puede esperar una
perfecta bienaventuranza en el reino de los cielos. ¿Qué cosa habrá que le parezca dulce, en
comparación de la gloria que le espera? ¿Qué cosa podrá igualar a la verdad y
perpetuidad de tal bienaventuranza? ¿Qué cosa, de cuantas hay en este valle de
lágrimas, será capaz de atraerla, cuando contempla los bienes verdaderos que le
dará el Señor en la tierra de los vivientes?
*
Oración:
Te suplicamos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad de tu
confesor y pontífice san Willibrordo, acrecientes en nosotros el espíritu de
piedad, y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA-1946.
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