El
gloriosísimo san Gregorio, obispo de Neocesarea, llamado Taumaturgo, que quiere decir obrador de milagros, nació en Neocesarea, en el
Ponto Euxino, de padres nobles y ricos, aunque gentiles.
Habiendo aprendido las primeras letras, fue
enviado a Alejandría: y en el estudio de las ciencias filosóficas, le alumbró
el Señor el alma, y viendo la verdad de nuestra santa fe, la abrazó y se hizo
cristiano.
Se aplicó después a las letras divinas,
oyendo por espacio de cinco años las lecciones de Orígenes. Volviendo luego
a su patria, por muerte de su padre quedó heredero de toda su grande hacienda;
la cual vendió, y repartió el precio a los pobres, y se apartó a una soledad.
Pero extendiéndose por todas partes la fama
de su sabiduría y de sus virtudes, le buscaron con gran trabajo, para hacerle
obispo de Neocesarea. Estaba toda
aquella tierra llena de templos dedicados a los demonios: y en los
bosques, alamedas y montes se les ofrecían abominables sacrificios; mas el santo, con la
grande virtud que tenía de hacer milagros, redujo tantos gentiles a la fe, que
al poco tiempo trataron de labrar un templo al Dios verdadero.
Pero como el lugar
donde habían de edificarlo, de una parte quedase estrechado por el río y de la
otra por un monte, hizo el santo, con la virtud de su oración, que el monte se
retirase cuanto era menester.
Se lamentaba también el pueblo, de las enfermedades que
causaban las aguas insalubres de una laguna que allí había; y una noche fue el
santo para hacer oración sobre esto, en la ribera; y, venida la mañana, no
pareció más la laguna, porque toda se había convertido en tierra fértil y
fructuosa. Bañaba aquella comarca el río Lico llamado hoy Casalmac, muy
caudaloso, que saliendo de madre, arrebataba árboles, ganados y casas con los
moradores; y acudiendo aquellos al santo para que los socorriese en tan
extremada necesidad, se encaminó hacia el río, y fijó en la ribera el báculo
que llevaba en la mano, y suplicó al Señor, que aquel báculo fuese el límite
del río; y así sucedió, porque aquel báculo se convirtió en un árbol; y cuando
más furioso venía el río, en llegando con sus aguas al árbol, se detenía y
volvía atrás.
Se levantó
en su tiempo la cruel y fiera persecución de Decio contra la Iglesia católica;
y juzgó san Gregorio, que lo que más convenía a la gente era retirarse por
entonces; y para poderlos ayudar más, él mismo huyó y se fue con ellos a un
monte, hasta que, pasada aquella tormenta, volvieron a la ciudad.
Supo
poco después por revelación la hora de su muerte: y preguntó a su diácono ¿cuántos gentiles quedaban en Neocesarea?
Le respondió que había sólo diez y siete. Y alabando Gregorio a Dios, dijo: «Diez y siete eran los cristianos que hallé en
ella cuando vine», y dichas estas palabras dio su
espíritu al Señor.
Reflexión: Bondadosísimo y
misericordiosísimo se mostró Dios en los numerosos y estupendos milagros,
obrados a petición de su fidelísimo siervo san Gregorio. Pero no menos lleno de
bondad y misericordia se nos muestra el Señor, cuando aflige a sus siervos, y
los visita, por medio de la tribulación. Es cierto que no siempre vemos los
paternales designios del Altísimo en nuestras tribulaciones: pero día vendrá en
que podamos decir con el profeta: «Pasamos por el fuego y por
el agua, y nos sacaste al refrigerio.»
Oración:
Te
rogamos, oh Dios todopoderoso, que en la venerable solemnidad de tu
bienaventurado pontífice y confesor Gregorio, aumentes en nosotros el espíritu
de piedad, y el deseo de nuestra eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA-1946
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