ORIGEN Y CARÁCTER DE LA FIESTA.
— La Presentación es, en
solemnidad, inferior a las otras fiestas de Nuestra Señora; fué introducida en
el Calendario tardíamente, y es la última fiesta mariana del año litúrgico,
pero también de las más queridas del clero y de las almas consagradas a Dios.
En el Oriente nació el culto de Nuestra Señora,
y de Oriente asimismo nos viene la fiesta de hoy, donde ya existía al fin del
siglo VII.
En Occidente, la primera en celebrarla fué
Francia, en la Corte romana de Avignon en 1372, y un año después introducía la
fiesta de la Presentación en la capilla del palacio el rey Carlos V. En cartas fechadas el 10 de noviembre de
1374 y dirigidas a maestros y estudiantes del colegio de Navarra, expresaba su
deseo de que se celebrase en todo el reino.
“Carlos, por la gracia de Dios rey de los
francos, a nuestros muy amados: salud en el que no deja un momento de honrar a
su Madre en el mundo. Entre los varios objetos de nuestra solicitud, quehacer
diario y diligente meditación, el primero que ocupa con justa razón nuestros
pensamientos es que la bienaventurada Virgen y Santísima Emperatriz sea por
nosotros honrada con un amor muy grande y reciba las alabanzas como conviene a
la veneración que se la debe. Pues es una obligación nuestra darla gloria; y
nosotros, que levantamos hacia ellas los ojos de nuestra alma, sabemos qué
incomparable protectora es para todos, qué poderosa mediadora cerca de su
bendito Hijo para los que la honran con un corazón puro... Por tanto, queriendo
animar a nuestro pueblo fiel a solemnizar la dicha fiesta como nos proponemos
nosotros hacerlo, con la ayuda de Dios, todos los años de nuestra vida,
dirigimos su oficio a vuestra devoción con el fin de aumentar vuestras alegrías”.
Así hablaban los príncipes de aquellos
tiempos. Ahora bien, sabido es cómo por esos mismos años el
discreto y piadoso rey, prosiguiendo la obra que en Brétigny comenzó la Virgen
de Chartres, salvaba por primera vez de los ingleses a Francia, derrotada y
desunida. En el Estado, pues, de igual modo que en la Iglesia, en esta hora tan
decisiva para ambos, la sonrisa de María-niña regalaba a su reino el gran
beneficio de la paz. La fiesta de este día
tiene por objeto celebrar el acontecimiento más notable, y el único sin duda,
de la primera infancia de la Santísima Virgen: su Presentación en el Templo por
sus padres San Joaquín y Santa Ana y su consagración a Dios. El hecho nos lo
refieren los evangelios apócrifos y sobre todo el Protoevangelio de Santiago,
cuya primera parte data del siglo II. Los escritos
posteriores adornaron el relato, añadiendo en él mil circunstancias tan
graciosas como fantásticas de que se adueñaron pintores, poetas y hagiógrafos. La Iglesia sólo
conservó el hecho de la Presentación de María en el Templo.
LA CONSAGRACIÓN DE MARÍA.
— Cuando lo creyeron
oportuno, San Joaquín y Santa Ana llevaron efectivamente al Templo a su hija, y
en él, como muchos Santos lo han creído, la consagraron al Señor que se la
había concedido en su vejez. María, por su parte, confirmó la consagración que
sus padres hacían de ella, la consagración que ella había hecho en el instante
de su concepción inmaculada: se entregó sin regateos para ser toda su vida la
esclava del Señor: “Nuestra Señora, decía
San Francisco de Sales, hace hoy una ofrenda como Dios la deseaba, pues, aparte
de la dignidad de su persona que excede a todas las demás, excepción hecha de
su Hijo, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene; y eso es lo que pide Dios”.
LOS SENTIMIENTOS DE MARÍA
— Santiago Olier advierte también que “la ofrenda que María
hizo a Dios en el primer momento de su Concepción Inmaculada, fué secreta, pero
como la virtud de religión, además de los deberes interiores y secretos,
comprende los exteriores y públicos: quiso Dios que renovase la Virgen su
ofrenda en el templo de Jerusalén, el único santuario de toda la religión
verdadera que por entonces había en el mundo y, por esto, la inspiró él mismo
el pensamiento de ir a ofrecerse, en dicho santo lugar. Esta santa niña,
santificada en su carne, y totalmente penetrada y llena de la divinidad en su
alma, cuyas potencias naturales parecían estar muertas, en todo era dirigida
por el Espíritu Santo. Usando siempre de su razón y no quedando en ella entrada
alguna a la sabiduría humana, sólo podía obrar según Dios, en Dios, para Dios y
por la dirección misma de Dios...
Poseída
del Espíritu de Dios, que es todopoderoso, todo ardor y todo amor, es conducida
al templo por este divino Espíritu que la levanta por encima de su edad y de
las fuerzas naturales. Aunque sólo contaba tres años, sola sube las gradas del
templo..., para demostrarnos que únicamente la dirigía el espíritu divino y
también para enseñarnos que, cuando obra en nuestras almas con su poder, él es
el que verdaderamente suple nuestras deficiencias...
Entonces renueva sus votos de hostia y de
esclava, con mayor amor aún, más puro, de más subidos quilates, más admirable
que el que hizo en el templo sagrado de las entrañas de Santa Ana: este amor
iba continuamente en aumento de instante en instante y en él no conocía ni
interrupción ni descanso: y esto le hacía inconmensurable. Consumida
enteramente por este amor, no quiere tener vida, ni movimiento, ni libertad, ni
espíritu, ni cuerpo, nada absolutamente sino en Dios. La donación que de sí
misma hace es tan viva, tan ardiente y tan apremiante, que su alma se halla en
la disposición actual y perpetua de entregarse de continuo a Dios, y ser
siempre de él más y más creyendo, por decirlo así, no serlo nunca bastante y
queriendo serlo más todavía, si fuese posible.
Finalmente, ofreciéndose como una hostia
viva y consagrada a Dios en todo su ser y en todo lo que sería un día, renueva
la consagración que había ya hecho a Dios de toda la Iglesia, en el momento de
su concepción; y de modo particular la de las almas que a imitación suya se
consagrarían a su divino servicio en tantas comunidades santas. En este día, la
antigua Ley ve que se cumple algo de lo que ella figuraba: el templo de
Jerusalén ve que se realiza una de sus esperanzas; acoge en su seno a uno de
los templos de que es imagen, a la Santísima Virgen María, templo vivo de
Jesucristo, que, como Jesucristo, tenía que ser el templo perfecto y verdadero
de la divinidad...”.
DESPUÉS DE LA PRESENTACIÓN
—-María no se quedó en el
templo; nadie más calificada que Santa Ana y San Joaquín para educar a la
futura Madre de Dios. Pero ella volvía a él a menudo para iniciarse en la
religión mosaica, unirse a los sacrificios que todos los días se ofrecían a
Dios y rogarle que enviase pronto al Mesías prometido y tan esperado.
“Como recibió con plenitud la ciencia de los
misterios del Hijo de Dios..., María contemplaba y adoraba a Jesucristo en
todas las figuras de la Liturgia mosaica. En el templo estaba como rodeada de
Jesucristo; le veía en todas partes; y en cierto sentido, ella era la plenitud
de la Ley, haciendo al terminar esta Ley, lo que no se había hecho todavía con
perfección desde su institución primitiva...
“María, al ver las víctimas del templo,
suspiraba por la muerte de la víctima que anunciaron los Profetas, por la
muerte del que tenía que salvar al mundo entero, y que iba a ser a la vez el
sacerdote, la víctima, y el templo de su propio sacrificio. Entonces cumplía
ya, sin saberlo, las funciones santas del sacerdocio que tendría que ejercer en
el Calvario... Era el sacerdote universal; el sumo sacerdote de la Ley, el
Pontífice magnífico que con anticipación tendría que inmolar en espíritu a
Jesucristo para gloria de su Padre... Y como ofrecía a Dios todo lo que era y
lo que iba a ser perpetuamente, ofrecía consigo a toda la Iglesia.
“Finalmente, la Ley reclamaba al Mesías...
Eso fué precisamente lo que hizo la Santísima Virgen y con mucho más empeño y
eficacia que lo hicieron los Patriarcas y los Profetas, debido a su santidad
incomparable, a sus cualidades augustas, al fuego de su candad en favor de los
hombres y, finalmente, por su amor ardentísimo y muy vehemente hacia el Verbo
encarnado, cuyas admirables bellezas estaba contemplando ya en las
comunicaciones de este mismo Verbo con que el Padre se complacía en
regalarla...”. Y por eso, la fiesta de la Presentación nos es una preparación
muy providencial para el período litúrgico del Adviento que va a comenzar
dentro de unos días, durante el cual, unidos a la oración de todos los Santos
del Antiguo Testamento y sobre todo a la oración de María, pediremos para
nuestras almas y para todo el mundo el beneficio del nuevo nacimiento.
SÚPLICA
—“Regocijaos conmigo
todos los que amáis al Señor, porque desde pequeña, agradé al Señor”. Es la invitación que nos diriges, oh
María, en los Oficios que se cantan en tu honor; ¿y qué otra fiesta puede
demostrarlo mejor que ésta? Siendo muy pequeña, más por la humildad que por la
edad, subiste las gradas del templo tan Cándida y tan pura, que el cielo hubo
de reconocer era de justicia que en lo sucesivo las más gratas complacencias
del Altísimo estuviesen en la tierra. Con una plenitud de luz que no había
lucido antes para ellos, los Ángeles comprendieron, a la vez que tus
incomparables grandezas, la majestad del Templo en el que Dios recibía un
homenaje superior en dignidad al de los nueve coros, la augusta prerrogativa de
ese Testamento antiguo de que tú fuiste hija y cuyas enseñanzas iban a
completar en ti la formación de la Madre de Dios.
Más la Santa Madre Iglesia te declara imitable
para nosotros, oh María, en este misterio de tu Presentación como en todos los
demás. Dígnate bendecir de un modo especial a los privilegiados que por la
gracia de su vocación son ya desde ahora habitantes de la casa del Señor: sean
ellos también el olivo fecundo, cultivado por el Espíritu Santo, al cual te compara
hoy San Juan Damasceno . Pero ¿no es todo cristiano, por razón de su bautismo,
habitante y miembro de la Iglesia, verdadero templo: de Dios, del cual era sólo
una figura el de Jerusalén?
Haz que por tu intercesión logremos seguir
tus pasos de cerca en tu santa Presentación, para merecer también ser
presentados al Altísimo en pos de ti en el templo de su gloria.
“EL AÑO LITURGICO”
DOM PROSPERO GUÉRANGER
ABAD DE SOLESMES.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario