El admirable solitario san Leonardo, nació en Francia, de padres nobles e ilustres, y muy favorecidos del Rey Clodoveo: del cual se dice que, para honrarlos, le sacó de pila.
Se hizo Leonardo discípulo
de san Remigio, varón santísimo, por cuya predicación el rey Clodoveo había
abrazado la fe cristiana. Por la buena instrucción de varón tan insigne y
divino, creció nuestro Leonardo en toda virtud, y comenzó a resplandecer con
maravillosa opinión y fama de santidad: por la cual movido el
rey, le rogó que viniese a su corte, y le ofreció preeminentes dignidades; de
las cuales él no hizo caso, porque era amigo de quietud, y deseaba atender a
Dios y al provecho de los prójimos, como lo hizo, predicando el Evangelio en
Orleans y en otras partes de la Aquitania, en donde por aquel tiempo había aún
muchos gentiles.
Para que mejor pudiese
hacerlo, el Señor le honraba, y obraba por él muchos milagros, echando los
demonios de los cuerpos, y sanando a los sordos, rengos y ciegos y a otros
enfermos.
Cumplida
esta misión, se escondió en la soledad de un bosque; mas avisado de parte del
rey, que la reina se hallaba en grave peligro de muerte, pasó a la corte, donde
aplicó una gracia de salud a la agonizante, y la dejó del todo sana.
Agradecido el rey, le ofreció muchos vasos de oro y plata, y grandes tesoros:
los cuales él no quiso recibir, rogando al rey que los repartiese a los pobres,
y con aquella limosna comprase el cielo.
Le ofreció
después todo aquel bosque donde el santo moraba: y sólo aceptó una parte de él,
en la cual edificó un monasterio. Aquí vivió con maravillosa abstinencia y
oración: y como faltase agua para los monjes, el Señor, a ruegos del santo, les
proveyó de una fuente muy copiosa que hasta el día de hoy da de beber a los
moradores de aquel lugar.
Se extendió la fama de sus virtudes y
milagros por toda Francia, Inglaterra y Alemania: y señaladamente el
maravilloso poder para librar los presos de la cárcel y sacarlos de ella y
traerlos a su casa. Muchos que habían estado aherrojados y cargados de
prisiones, venían de remotas partes a traerle sus grillos, esposas y cadenas,
suplicándole los admitiese en su compañía, y se sirviese de ellos como de
esclavos; mas el santo era, tan humilde, que les servía a ellos, y les enseñaba
a servir al Señor, y les daba parte de aquel campo que había recibido del rey,
para que lo cultivasen, y viviesen de su trabajo.
Finalmente después de esta vida santísima y
admirable, dio su bendita alma al Señor: el cual le honró con los mismos
milagros que había hecho por él en vida; y fueron tantos, que casi no se podían
contar las esposas, grillos y cadenas y otros instrumentos penales que estaban
colgados alrededor de su sepulcro.
*
Reflexión: No estimó
Leonardo el oro y la plata, sino que cifró toda su esperanza en los bienes del
cielo. Muchos, dominados por el amor terrenal vano, sufren con pena que se les
arrebata o difiera el gozo de un bien corruptible, en el cual creen hallar el
descanso del corazón. Si apeteces la verdadera paz del espíritu, pon tu
felicidad en solo Dios; sin el cual las alegrías son llanto: las dulzuras, hiel:
las riquezas, espinas: los deleites, tormentos.
*
Oración: Recomiéndanos,
Señor, la intercesión del bienaventurado Leonardo, a fin de que logremos con su
patrocinio, lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA-1946
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