Era soldado romano, y había llegado a la edad de ciento diez años, cuando un día estando en Antioquía, viendo las atrocidades que contra los fieles cometía el emperador Juliano el Apóstata, lleno de fervor y celo por la religión de Jesucristo, se presentó al emperador, y le echó en cara su ceguedad y el furor a que se entregaba. Al mismo tiempo le recordó la piedad y todas las virtudes del gran Constantino a cuyas órdenes él había servido.
Indignado el tirano de verse reprendido por un
soldado, mandó que le cortasen la cabeza, y el ilustre veterano consumó su
gloriosa carrera con la corona del martirio.
LA LEYENDA DE ORO—1853.
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