1. La personalidad de Tomás Moro.
En la historia del
pensamiento, existen pocas personalidades tan ricas y complejas como la de
Santo Tomás Moro. Sus biógrafos coinciden en destacar que fue «un excelso
humanista, un juez
recto y prestigioso, embajador, consejero y Canciller eximio de Inglaterra, el
mejor de los amigos y modelo de padre y esposo». Luis Vives destacó su «agudeza de ingenio, profundidad de juicio, la excelencia y
variedad de su erudición, la elocuencia de su discurso, la integridad de su
conducta, su sana intuición, su eficacia, la suavidad de su modestia, su
rectitud y su inquebrantable lealtad». La Iglesia Católica lo
hizo santo en 1935.
2. Su biografía.
Primera
etapa: de formación (1478-1510).
Nace el 6 o el 7 de febrero
de 1478 en Londres; hijo de Juan Moro, abogado, juez y caballero que influyó
decisivamente en su vocación jurídica. Estudió en el Colegio de Saint Anthony,
pero pocos detalles se conocen de sus primeros pasos hasta que entra al
servicio, como paje, del Cardenal Morton, lo que fue providencial para su carrera.
En Oxford, de los 14 a
los 16 años estudia literatura y filosofía, se enamora de los estudios
humanistas, y vive la austeridad, rayana en la pobreza, impuesta por su padre,
como una forma de educación. En 1494 inicia los estudios de Derecho, ingresando
en las Inns en Londres, primero en la New Inn, y en 1496 en la Lincoln’s Inn.
Entre 1498 Y 1502 Tomás
Moro reside en la hospedería del Monasterio Cartujo «The Salutation of The
Mother of God», por lo que algunos biógrafos han
especulado con su vocación religiosa. En cualquier caso, «la vida de Tomás Moro quedó escindida entre dos
actividades: la profesional de abogado y la intelectual de humanista a la que
nunca renunció».
En 1504 Y en 1510 fue
miembro del Parlamento. Se opuso a la petición de contribuciones al reino que
Enrique VII planteó. El Rey no olvidó esta intervención y en 1508 Moro viajó a
las Universidades de Lombardía y París porque «no
podía vivir en Inglaterra sin grave riesgo».
En 1505 se casó con
Jane Colt, con la que tuvo cuatro hijos: Margarita
(Maggie, que jugaría un papel destacado en la vida de Tomás Moro, acompañándole
con dolor y ternura hasta el último momento), Isabel, Cecilia y Juan. Este
matrimonio duró hasta 1511, en que murió su esposa. En 1510, una vez muerto
Enrique VII, Moro es nombrado «Under-Sheriff’ de la
ciudad de Londres, y al mismo tiempo el equivalente a un Juez de Paz de
Hampshire. A los 30 años Moro era un famoso abogado que intervenía en
los asuntos más importantes que se conocían ante los Tribunales
Segunda
etapa: de madurez (1511-1528).
En el año de 1511 Tomás
Moro enviudó y volvió a casarse con Alicia Middleton.
Son los años de la
madurez profesional y de creación intelectual. En 1514 es admitido en la
Sociedad de Doctores, como prueba de lo anterior. Comienza entonces una
actividad entre profesional y política, que es la de formar parte de las
Embajadas que el Rey envía a Europa. Así en 1515 viaja a Flandes (Brujas y
Bruselas) para resolver conflictos comerciales entre ambos países. En 1517
viaja a Calais. En 1520 vuelve a Brujas y Bruselas, para resolver controversias
comerciales. En 1527 acompaña al Cardenal-Canciller WOLSEY a Amiens y a Cambrai
para entrevistarse con el Rey y firmar la paz con Francia.
En 1518, es Consejero
del Rey Enrique VIII, quien le nombra «Master of
Resquests», y en 1521 Vicetesorero del Reino; concediéndosele el título
de «Knigt», esto es, Caballero, al igual que lo fuera su padre. En 1523, actúa como «Speaker» en el Parlamento siendo sus funciones
las de presidir y encauzar los debates en los Comunes e intermediar entre el
estamento y la Corona. Un año después, en 1524, ocupa los puestos de Canciller
del Ducado de Lancaster y de «High Steward» en
la Universidad de Cambridge, participando activamente en la política interior y
exterior del Reino.
Tercera
etapa: de plenitud (1529-1535).
Es la etapa que ve a
Tomás Moro alcanzar su más alta cumbre política y en la que comienzan los
sufrimientos morales.
El Canciller-Cardenal
WOLSEY fracasa en sus gestiones con Roma para resolver «el
asunto familiar», y entrega el Gran Sello de los Cancilleres (dimite) el
19 de octubre de 1529. Seis
días más tarde Tomás Moro es nombrado Canciller.
Pero, ¿de qué se trata con el «asunto familiar» o también
llamado «asunto del Rey»? En
esencia eran dos cuestiones. Primera, cuando Ana Bolena, amante del Rey, queda embarazada, éste
decide apartarse de su esposa legítima Catalina, hija de los Reyes Católicos,
aduciendo que la dispensa que se había otorgado para el matrimonio entre
Enrique VIII y Catalina era nula, y por ello también el matrimonio, porque
Catalina había estado casada con el hermano mayor de Enrique, el Príncipe
Arturo. Y segunda, como la Santa Sede se opuso a declarar nula la dispensa,
Enrique VIII, con el consentimiento del Parlamento, se erige en Jefe de la
Iglesia de Inglaterra con potestad normativa en materias eclesiásticas. Tomás
Moro no pudo en conciencia aceptar esta situación y renunció al cargo de Canciller
en 1532.
A
partir de este momento comienza su calvario. Es recluido en la Torre de Londres en 1534, por traición,
al no querer reconocer en el Rey la condición de Jefe de la Iglesias de
Inglaterra. Durante los quince meses de prisión soportó extremas condiciones
materiales; las presiones de familiares, especialmente de su mujer, y de
amigos, para que cediera en su posición; y la certeza de que esa posición y la
crueldad de Enrique VIII le llevarían a la muerte. Fue decapitado el 6 de
julio de 1535. Está
enterrado en una bóveda subterránea anexa a la Capilla Católica de San Pedro ad
Vincula, que se encuentra en la Torre de Londres.
La condición de humanista.
Tomás
Moro reunió las condiciones humanas que hicieron de él un modelo o prototipo de
humanista cristiano. Comparable a los humanistas del
Renacimiento, reflejó en sus obras una profunda preocupación por la persona
humana y al mismo tiempo un hondo conocimiento del legado cultural
greco-romano.
Entre
tales condiciones humanas, podemos destacar las siguientes:
–
La investidura intelectual. Tomás Moro fue, ante todo, un hombre
culto, como lo eran los humanistas de su tiempo, y con una cultura universal
que abarcaba casi todas las áreas del saber. Esta investidura le venía de sus
estudios, lecturas y formación, y en ellas basó el don de la ironía, que aplico
y utilizó, incluso, en las circunstancias más trágicas.
–
El humanismo. Tomás Moro defendía un humanismo
caracterizado por la preocupación por el hombre integral y por su alma
trascendente, por el sentido de la amistad, por el profundo conocimiento del
legado greco-romano, por su permanente deseo de ser mejor, y por el cultivo de
las virtudes tanto humanas como sobrenaturales.
–
La utopía. Tomás Moro utilizó esta técnica para
describir una organización social y política ideal, fruto de su imaginación,
que tenía visos de irrealizable pero que contenía una crítica de la situación existente
en su época. Ser utópico no es soñar lo imposible o lo inasequible, sino soñar
lo que es difícil. Por primera vez en la historia del pensamiento abordó el
tema de la igualdad.
–
Competencia profesional. Como jurista, parlamentario
(“speaker” en la Cámara de los Comunes), decano universitario, embajador y
Canciller de Inglaterra (primer ministro), Tomás Moro demostró su preparación y
competencia profesional. Supo hacer compatible un espíritu contemplativo, que
experimentó directa y personalmente en la hospedería de un Monasterio cartujo,
con el ejercicio de su profesión y la defensa de sus deberes cívicos,
demostrando que ello no era contrario al desprendimiento espiritual del
cristiano
–
Sentido de la familia. Consta que Tomás Moro en sus dos matrimonios
fue un marido y un padre excepcionalmente afectuoso y preocupado por los
estudios de humanidades de su mujer e hijos. Las “Cartas
desde la Torre” a
su hija Maggie lo acreditan.
–
Sentido de la amistad. La consideraba como una rara
felicidad que resistía los vientos contrarios de la fortuna, como un regalo
noble y augusto que procede de la benevolencia de Dios. Mantuvo relaciones de
amistad con los protagonistas de la cultura del Renacimiento, especialmente con
Erasmo de Rotterdam.
–
Sentido de la lealtad. Tomás Moro cultivó esta virtud
respecto de la fe cristiana hasta el punto de llevarlo al martirio. Pero además
fue leal a la Corona que sirvió, lo que no le impidió mantener su posición
contraria al Rey Enrique VIII, sabiendo que ello le llevaría a caer en
desgracia y a la muerte.
Las cualidades que
hemos destacado de Tomás Moro, justifican plenamente que le consideremos el
primero de los humanistas.
Además, como se analiza
en esta Jornada, el Papa Juan Pablo II lo proclamó Patrono de los gobernantes y
los políticos, a petición de Jefes de Estado y de Gobierno, Conferencias
Episcopales, Obispos, numerosas instituciones de diversa orientación política,
cultural o religiosa, porque de la figura de Tomás Moro emana un mensaje de
inalienable dignidad de la conciencia, de primacía de la verdad sobre el poder,
de coherencia moral y de una política que tenga como fin el servicio a la
persona, virtudes todas ellas propias del auténtico humanista.
Tomás Moro enseñó que
el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes, y desde este imperativo
moral gestionó las controversias sociales, tuteló y defendió con gran empaño a
la familia, promovió a la educación integral de la juventud, y mantuvo un
profundo desprendimiento de honores y riquezas, una humildad serena y jovial,
un equilibrado conocimiento de la naturaleza humana, el buen humor y la ironía,
y una seguridad en sus juicios y convicciones basado en la fe.
Tomás
Moro ilustró con claridad una verdadera ética política, defendiendo a la
Iglesia de las indebidas injerencias del Estado, y dando primacía a la libertad
de conciencia de la persona frente al poder público.
SU MUERTE
Mantuvo
hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios
misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras
subía al cadalso se dirigió al verdugo en estos términos:
—«¿Puede ayudarme a
subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo».
Luego,
al arrodillarse dijo: «Fíjese que mi barba ha
crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto,
no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte».
Finalmente,
ya apartando su ironía, se dirigió a los presentes:
—«I die being the King’s
good servant—but God’s first» o
«Muero siendo el buen siervo del Rey, pero
primero de Dios».
Moro
no fue el único que estuvo en la encrucijada de si debía seguir al Rey Enrique
VIII o a la Iglesia Romana. El por entonces recién nombrado cardenal Juan
Fisher también pasó por el mismo trance; Enrique VIII le mandó el capelo
cardenalicio cuando Fisher estaba en prisión, y fue también ejecutado. Tomás
Moro fue beatificado junto a otros 53 mártires entre ellos John Fisher por el
Papa León XIII en 1886, y finalmente proclamado santo por la Iglesia Católica
el 19 de mayo de 1935 junto a John Fisher, por el Papa Pío XI.
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