Vivía
en Mileto en tiempo del emperador Licinio. Habiendo sido acusado de cristiano,
lo rasuraron todo el cuerpo y lo mandaron al pretor Terencio para que lo
castigase. Le metió este en un gran caldero lleno de pez, aceite y cebo
derretidos, del cual salió sin recibir lesión. Después fué conducido al templo,
y con sus oraciones hizo que todos los ídolos cayesen hechos pedazos, por cuya
acción lo metieron dentro de un horno encendido que tampoco le causó daño,
hasta que a palos y a sablazos le molieron la cabeza, y voló al cielo.
LA LEYENDA DE ORO. —1839.
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