jueves, 2 de julio de 2020

JUNIO: MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. —DÍA TRIGÉSIMO SEGUNDO.





Acto de Contrición.

   Adorable Salvador mío, lleno de confusión y de vergüenza, vengo a postrarme a vuestras plantas, a pediros perdón y misericordia; bien conozco, Señor, que no lo merezco, antes soy indigno de ser escuchado pues innumerables veces he despreciado la gracia recibida, abusando de vuestra bondad y clemencia; el conocimiento de mi infidelidad é inconstancia me acobarda y desalienta, porque el ingrato no es digno de nuevos favores; pero vuestra voz dulcísima me alienta y anima cuando dice: “Venid a mí todos.” ¿Conque aún es tiempo, Jesús mío? ¿puedo aun esperar el perdón y la misericordia? ¡Oh Corazón compasivo de mi Jesús! ¡Bendito seáis! a Vos me acojo, sed Vos mi asilo, mi refugio, mi esperanza y mi consuelo. Padre Eterno, mucho os he ofendido y he sido muy ingrato correspondiendo los favores con ofensas; mas ya me arrepiento muy de veras; perdonadme, y recibid en desagravio el Corazón amorosísimo de Jesús vuestro Hijo: yo os ofrezco sus méritos, sus virtudes y sus penas; y por ellos espero el perdón y la gracia de vuestro amor. Amén.


Oración preparatoria para todos los días.


   Amabilísimo Jesús mío, que con tanto amor convidasteis a la bienaventurada Margarita a que entrase en vuestro Sagrado Corazón, como en un jardín delicioso lleno de flores de admirable variedad, de incomparable hermosura y suavísima fragancia, diciéndole que escogiese cuantas le agradasen. ¡Ah Señor! permitidme entrar, aunque tan indigno, en ese jardín florido, en ese paraíso de celestiales delicias, en vuestro divino Corazón, y si queréis que escoja las flores que me agraden, yo os pido el lirio de la pureza, la rosa del amor, y la violeta de la humildad, ya que con estas las tendré todas, pues son inseparables; y teniéndolas todo mi corazón, a semejanza del vuestro, se transformará en un jardín de delicias para Vos, y entonces podré deciros con la esposa: “Venga mi Amado a su huerto.” Concededme, Señor, esta gracia; quitad de mi corazón las espinas del pecado, destruid todo lo que en él os desagrada, y plantad todas las flores que os deleiten, para que no haya en mí cosa que os disguste, ¡oh mi Dios, y mi amor, y todo mi bien! Así sea.









DÍA TREINTA Y DOS. (2 de julio).





El Corazón de Jesús, Esperanza de los que mueren en su amor.


1. Si el vivir en la preciosa habitación del Sagrado Corazón de Jesús, es una cosa tan dulce y una tan grata seguridad, que los santos gozaban grandemente en permanecer allí, y decían con David: ¡oh y qué dulce habitación! ¡aquí moraré, porque la he escogido! lo que hacía exclamar a San Bernardo: ¡qué cosa tan suave es el morar en este Corazón!. ¡Oh y cuán grato, cuán suave, cuán consolador, cuán envidiable será el morir, el exhalar el último aliento, encerrado en ese aposento vivificador en el que vive la misma vida del mundo, como dice también el melifluo Doctor! Jesucristo quiso morir para endulzarnos el trago siempre amargo de la muerte, para moderar los justos temores que inspira, y para alentarnos en aquel instante supremo con la dulcísima confianza que su muerte en el árbol de la cruz debe inspirarnos. Por eso, en la hora de la muerte, se pone en las manos del cristiano una Imagen de Cristo crucificado, y una cera encendida; la Imagen, para alentar la esperanza en los méritos de nuestro amado Redentor, recordando que murió en la cruz por nuestro remedio: y la vela, para testificar nuestra fe, más viva en aquellos momentos tan terribles. ¡Oh dulcísimo Salvador mío! haced que en Vos siempre more, y en vuestros amorosos brazos acabe yo mi pobre vida.


2. Mas, así como en la cruz, después de su muerte, dispuso nuestro amantísimo Salvador, que su sagrado Costado fuese traspasado con la lanza, para dejarnos una morada siempre abierta, un refugio siempre seguro donde guarecernos de las iras del Padre ofendido: así también quiso que su divino Corazón nos sirviese en nuestra muerte como de dulce nido, en donde acabar tranquilos nuestros días, pudiendo nosotros decir mejor que el santo Job: “En mi nidito moriré, y como la palma multiplicaré mis días:” pues el Corazón de Jesús, suave, dulce, caliente y recogido como un nido pequeño, será precioso asilo en aquel trance, y en su compañía, en las montañas de la gloria, veremos multiplicar nuestros día, no solo mil años como se dice que dura la palma, sino millares y millones de años, por los siglos que no tienen fin. Por eso el Corazón de Jesús es la esperanza de los que mueren en su santo amor.



Práctica. Hacer la aceptación de la muerte, con todas las penas y amarguras de que el Señor se digne rodearla.



Oración.


   Corazón benignísimo de mi Jesús, habitación dulcísima, morada hermosísima, asilo segurísimo donde puedo y quiero pasar toda mi vida, ¡ojalá que toda ella me hubiera aprovechado de esta mansión de amor y de delicias! desgraciadamente he pasado gran parte de mi vida, errando como el pródigo, lejos de esta casa, de mi padre, entregado a apacentar mis indignos apetitos y a sumirme en el cieno de los deleites de los sentidos: pero ya hoy quiero volver a la amada casa de mi padre; quiero morar de hoy en adelante en esta dulce habitación, y no volver a salir de ella jamás. Pronto, muy pronto tal vez, acabará para mí la negrura, de este destierro, la obscuridad de esta noche, y la duración de esta vida, que no es la vida verdadera, sino la expectación de la eterna vida. Concededme, Señor mío, Jesús mío, amado Salvador mío, que, en el dulce nido de vuestro sacratísimo Corazón, acabe yo felizmente mi vida, lavando con su preciosísima sangre mis pecados é inflamando mi amor en sus ardientes llamas, para que, recibido en vuestro seno, pueda como Vos decirle al ir a espirar: “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu.” Amén.






Oración par a después de la meditación.


   Corazón de mi Jesús, ya he procurado entrar en el jardín que sois Vos, meditando alguno de vuestros títulos gloriosos, o de vuestros oficios misericordiosos, o de vuestras dignidades maravillosas; ya me he sentado por algunos instantes bajo de la sombra de aquel que había deseado, y he aspirado el aroma de sus purísimas flores, y he saboreado alguno de sus frutos, dulcísimos a mi garganta. Haced, Corazón divino, que yo me nutra con tan regalados manjares, que yo no quiera habitar ya entre la turba de las criaturas; sino que en Vos ponga el dulce nido donde fomente los santos deseos, y los fervientes afectos; y que en vuestro adorable Corazón haga perpetua morada; que allí habite, pues para eso lo he escogido, y allí me vea siempre libre de mis enemigos, siempre lleno de amor para con Vos, siempre agradecido a vuestras grandes finezas; y pasando mi vida allí escondido, como el santo Job pueda allí exclamar: “En mi nidito moriré; y como la palma multiplicaré los días”, (Job. XXIX , 18) siendo trasplantado a los jardines eternos del paraíso celestial. Amén.




—Un Credo al Sagrado Corazón.




JACULATORIA. 



—Corazón de Jesús, jardín de celestiales delicias.


—En ti viva, y en ti muera, y te goce eternamente.





“JARDÍN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS”


POR
GABINO Chávez, Pbro (1901).

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