Luego que el
impío Decio ascendió tiránicamente al gobierno del imperio romano, habiendo
dado alevosa muerte a los dos emperadores Filipos, a uno en Roma y a otro en
Ravena, movió tan cruel persecución contra la Iglesia, que solo en España se
contaron muchos miles de mártires en pocos meses, en el gobierno del procónsul
Paterno. Pasó a España este hombre cruel, sumamente adicto a las
supersticiones gentílicas, con el perverso intento de aniquilar, si pudiese, el
nombre y religión de Jesucristo. No bien hubo llegado, para
descubrir a los cristianos, mandó en todas partes que se hiciesen sacrificios
públicos a los dioses imperiales, a los cuales debia concurrir el pueblo, bajo
las penas más severas. Y teniendo por tales a
los que no asistiesen, sin otra averiguación, procedía contra ellos con varios
géneros de tormentos. Llegó a la ciudad de Astorga con la misma idea, y
habiendo publicado sus acostumbrados edictos, y sabiendo
que no concurrió a la solemnidad de los ordenados sacrificios Marta, hija de
nobilísimos padres, y opulenta en riquezas, y sospechando pues de su religión
por esta causa, dio orden a sus ministros para que sin dilación la trajesen a
su tribunal. Cuando tuvo la santa noticias de la providencia del procónsul,
no dudó que el Señor había aceptado el sacrificio
de su vida que ya le tenía hecho, y creyó que era tiempo de cumplirlo. Llena de
gozo con la esperanza de juntar la corona de mártir a la de virgen, partió animosa
a la comparecencia, considerando qué dicha tan grande era la de derramar la
sangre por Jesucristo, y alentando su corazón con semejante esperanza, caminaba
a la muerte con la alegría que pudiera a un triunfo.
Presentada a Paterno, este, con tono bastantemente
airado, le habló en estos términos: «¿Con qué presunción
soberbia, valiéndote de tu noble condición, te atreves a despreciar a nuestros
dioses por medio de una fuga clandestina? ¿Quién eres tú, y cuál es tu nombre?»
— «Yo me llamo
Marta, respondió la santa con valeroso espíritu, descendiente de la ilustre
prosapia de los asturianos, y tengo dado mi nombre y alma a Jesucristo, quien
me creo de la nada, y me eligió para cosas mayores.»
Conociendo el procónsul en el aire y
animosidad de la doncella la distinción de su calidad, solicitó pervertirla con
palabras halagüeñas, aconsejándola desistiese de las necedades que adoptaban
los cristianos en su religión, y persuadiéndola a que sacrificase a los dioses del
imperio, si deseaba salvar su vida. Pero despreció la santa con valor superior a
su sexo las reconvenciones, de Paterno; y pateando este de coraje, mandó que, colgada en un potro, desgarrasen los verdugos
con garfios de hierro su delicado cuerpo, miembro por miembro, que aplicasen a
sus costados hachas encendidas, y echasen sal molida sobre sus heridas. Todo se
ejecutó con la mayor crueldad. Pero, ¿qué importa
el poder humano, cuando interviene la divina asistencia? Con esta superó
Marta la inhumanidad de aquel suplicio, que causó horror hasta a los mismos gentiles;
y en vista de su constancia, lleno de confusión el tirano, mandó encerrarla en un calabozo. En la misma noche, Jesucristo,
apareciéndosele en medio de un brillante resplandor, consoló y confortó a su sierva
dulcemente.
Viendo el procónsul que de nada aprovechaban
las incomodidades y miserias de la prisión para rendir la constancia de aquella
virgen cristiana, después de algunos días, hizo que compareciese segunda vez a su
presencia, y mudando de tono y de modales, quiso con dulzura y afabilidad
atraerla a que condescendiese con sus deseos. Llegó su porfía a tal extremo, que
por tener la gloria de haberla rendido la ofreció por esposo a su propio hijo;
y ponderándola las ventajas de semejante enlace, la decía: «No hagas ostentación de la ceguedad, déjalas necias
supersticiones de la secta cristiana, sean nuestros dioses desde hoy el único
objeto do tus cultos, sean sus máximas la única regla de tus dictámenes y operaciones:
reflexiona bien lo que desprecias, y hazte cargo de que si lo abrazas ocuparás
uno de los puestos más distinguidos en el imperio, poseerás grandes riquezas,
serás una de las primeras señoras del mundo, y harás dichosa a tu casa y parentela.»
Pero despreciando la santa virgen con no
menos generosidad que en la tentativa primera las seducciones de la propuesta,
le respondió: «Yo estoy ya desposada con Jesucristo, esposo incomparable con
todos los de la tierra, de cuyo amor no podrá separarme, ni la tribulación, ni la angustia, ni el peligro, ni
la persecución, ni la espada, ni la misma muerte.»
Bramaba Paterno enfurecido, diciendo entre
sí: «muero de pena, viéndome vencido de una mujercilla».
Pero temeroso de que se hiciese público el triunfo de Marta en este
segundo ataque, como en la ocasión antecedente, tomó el partido de mandarla degollar
secretamente. Por cuyo medio logró la santa la corona del martirio en el dia 23
de febrero, por los años 254. Se vengó el bárbaro con mandar arrojar su venerable
cuerpo a un lugar de inmundicia, del cual le sacó una matrona, cristiana
nobilísima, y le dio sepultura decente.
Las reliquias de esta ilustre mártir
española se conservan con grande veneración en la iglesia de su nombre, sita en
el obispado de Astorga, llamado Santa Marta de Terra, que fué en la antigüedad
monasterio de religiosos benedictinos, y hoy abadía entre los títulos de la
catedral de aquella Iglesia. La prueba de su devoción grande en los primeros
siglos, son los muchos templos y capillas dedicadas a su honor en Asturias,
Galicia, reino de León y Castilla la Vieja; valiéndose de su nombre no pocas
hijas de aquellas provincias, donde se invoca frecuentemente su intercesión
para con Dios.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido
del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.
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