—Santos Dositeo, monje;
—Oswaldo, obispo;
— Santo Arculfo, presbítero;
—Santo Tibeo, mártir;
—Santos Flaviano y Vendemial, obispos;
—Santo Sión, mártir en Bulgaria;
—Santas Tarasia o Teresa;
—Santa Cocilína, virgen penitente;
—Santa Eduvigis, reina de Polonia;
—Santa Antonieta de Florencia, abadesa clarisa.
SANTA TARASIA o TERESA DE NOLA.
— En Alcalá de Henares vió la luz primera esta mujer fuerte, modelo de
esposas, de madres y de cristianas. Contrajo matrimonio con Paulino de Nola
quien, por razón de su cargo, se hallaba entonces en dicha ciudad española,
fecundada con la sangre de los santos niños Justo y Pastor. ¡Matrimonio feliz
el de Teresa y Paulino! Este encentró en el hogar el ambiente apropiado a la
elevación de su espíritu, pues su numen de poeta pudo encumbrarse hasta las
alturas del reino de la caridad, de cuya virtud es escuela necesaria la paz del
hogar. ¡Bellas condiciones para un poeta! Es que Teresa poetizaba y embellecía
aquella vida del hogar con sus abnegaciones, delicadezas, laboriosidad,
sencillez, humildad, piedad, y demás virtudes. No se alteró esta paz ni con la
muerte de su único hijo objeto de sus trabajos, imán de sus amores. Teresa
aprovechó esta triste circunstancia para penetrar en el corazón de Paulino y
convencerle de la caducidad de los bienes de la tierra. Con ello, Paulino se
hizo cristiano recibió el Bautismo y vivió en adelante con ansias de santidad,
llegando a ser obispo de Nola y una de las más preciadas glorias del episcopado.
De Teresa tendrían que aprender mucho las mujeres y aún los hombres cuando
traten de buscar consorte en el cual han de brillar por encima de todas sus
cualidades la fe y la religiosidad, porque como dice Severo Catalina, una mujer
incrédula es el ser más inverosímil y hasta repugnante que puede existir sobre
la tierra.
Cuando Paulino se trasladó a Roma,
y de común acuerdo se separaron, ella se vino a España y acabó sus días en la
áspera soledad de un convento el 29 de febrero de 424.
LA BEATA EMMA, reina.
— Ejemplo palpable y notorio de la fuerza irresistible de una mujer cuando
anima su pecho la fe y caldea su corazón el amor.
Emma pertenece a la generación de
aquellas esforzadas cristianas que, sabiendo infiltrar en los corazones de sus
esposos la creencia religiosa que las animaba, lograron uncir naciones enteras
al carro triunfal de la Iglesia Católica. Así fueron: Berta que influyó sobre
Ethelberto, en Inglaterra, y Margarita sobre Malcolm, en Escocia; y Brígida
sobre Wulfon en Suecia, y nuestra biografiada Emma, hija, madre y esposa de
rey. Hija de Ricardo II, duque de Normandía, mujer de Etelredo II de Inglaterra
y madre de San Eduardo. Casada en 1017 con Canuto II el Grande, rey de
Dinamarca, supo trocar la fiereza de este león rugiente en suavidad de manso
cordero. Si la serpiente que engañó a Eva fué causa de la caída del hombre, la
piedad de Emma originó el levantamiento de Canuto, cabeza de todo un pueblo. Y
con este cambio obrado en el corazón del rey, Dinamarca e Inglaterra se
hermanaron pacíficamente, habiendo sido enemigas hasta entonces.
Una vez transformado, Canuto
procuró que los daneses no oprimieran ni molestaran a los ingleses; envió
misioneros a Escandinavia para acelerar la derrota total del paganismo; y su
orgullo se tornó en profunda humildad. Un día, sentado junto al mar, mandó a
éste que detuviera sus movimientos, pero nada consiguió; entonces dijo a sus
cortesanos: «Ya veis la debilidad de los reyes de
la tierra; el único fuerte es el Señor». Y por humildad depositó su
corona a los pies del Crucificado y no quiso usarla más. Y ello fué obra de
Emma, que por sus virtudes goza en el cielo de un puesto de honor entre los
elegidos. Murió en 1046 o 1052.
—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración
de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.
Alabado y
glorificado sea Dios eternamente.
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