La gloriosa
emperatriz santa Matilde fue alemana de nación, e hija de Teodorico, duque de Sajonia,
príncipe muy católico; esposa de Enrique, emperador primero de este nombre, y
madre Otón primero.
Se crio en el palacio imperial con tanto recogimiento como
una religiosa en el encerramiento del claustro. Aprendió de memoria el Salterio,
y todos los días lo rezaba de rodillas. La casaron con el emperador
Enrique, y si en el primer estado de virgen pareció un ángel en cuerpo humano,
en el de matrimonio se hizo no sólo perfecto dechado de personas casadas, sino
admiración del mundo.
Se recogía en una
estrecha y pobre celdilla de su palacio, oía por la mañana todas las misas que
se celebraban, y se consagraba después a todos los oficios de caridad.
Fundó un hospital junto
a su palacio, para mujeres pobres, y en sus enfermedades las visitaba cada día,
acompañada de sus damas: les hacía las camas, barría las piezas, y no se
desdeñaba de curar y tocar con sus blancas y delicadas manos, llagas y miserias
a que un cuerpo humano está sujeto.
Visitaba también a los
enfermos de las casas particulares, los cuales recibían gran consuelo de su presencia
angelical, y los socorría la santa con larga mano, y así en la ciudad como fuera
de ella no había una sola necesidad a la que no acudiese la cristiana piedad de
la reina.
Por su orden y mandato ardían todas las noches del invierno
muchas hogueras en las plazas y caminos, para que se calentasen los pobres, y
no se perdiesen los caminantes.
A sus domésticos,
criados y criadas hizo enseñar variedad de artes en que ejercitarse y letras con
que aprovechase en el camino dé la salvación a sí y a otros, guiando a cada uno
por su particular ingenio, para que de esa suerte, siguiendo su voluntad
saliesen eminentes en el arte, facultad o ciencia que aprendían.
Después de muerto su marido, entró en un
monasterio de religiosas Benedictinas que ella había fundado: y allí pasaba las
noches en vigilias y oraciones, dormía sobre una tabla sin desnudarse, vestida
de cilicio; y sólo comía lo que era forzoso para no morir.
Estando próxima a la muerte no halló una
sola prenda que dar al obispo de Maguncia su nieto, que le administró los santos
Sacramentos, y así mandó que le diesen el paño con que se había de cubrir su
túmulo, diciendo que lo había menester antes que ella, como sucedió, pues
falleció el obispo al siguiente día.
Finalmente, sabiendo que se acercaba la hora de su
dichoso tránsito, mandó que le cantasen los salmos, y la pusiesen en tierra sobre
una mortaja: y ella con sus propias manos se echó ceniza en la cabeza, y
haciendo la señal de la cruz, descansó en la paz del Señor.
Reflexión: Mediten bien
las señoras cristianas la vida ejemplar de esta santa reina y tómenla por
espejo de sus costumbres, si quieren parecer agradables a los ojos de Dios y de
sus ángeles. ¿Qué les aprovechará el aplauso y alabanza del mundo, si con
ello merecen la reprobación de Dios?
¡Oh! ¡Qué remordimientos, qué temores y terrores
suelen experimentar las señoras mundanas en la hora de la muerte, cuando ven
que gastaron el precioso tiempo de la vida en atavíos, alardes de lujo, teatros
y profanas diversiones!
¡Cuánto mejor fuera
haber vestido con modestia y derramado olor de pureza y santidad, y gastando en
obras de piedad y misericordia, el tiempo y la hacienda que desperdiciaron en
las vanidades de este mundo!
Oración:
Señor Dios, que con el ejemplo de la bienaventurada reina Matilde, nos recomendaste
la puntual observancia de la abstinencia; concédenos que mortificando el cuerpo
con abstinencias y ayunos te hallemos propicio en las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA
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