Josué, que significa Salvador, hijo de Nun, a quien los griegos llaman
Jesús, hijo de Navé, de la tribu de Efraím, primero fue ministro de Moisés, y después
le sucedió en su dignidad de capitán del pueblo hebreo. Cuán grande fuese su
valor y esfuerzo, lo dio a entender Moisés, en que caminando por el desierto al
tiempo que sacó a los hebreos de Egipto, poniéndoseles en contrario el rey
Amalec para estorbarles el paso, entre todos ellos, que eran seiscientos mil,
le escogió para capitán en aquella guerra.
De la enumeración del pueblo que por orden
de Dios hizo Moisés, algunos meses después de la muerte de Aarón, Caleb y Josué
eran los únicos israelitas que quedaban de cuantos salieron de Egipto, cumplidos
los veinte años de edad, porque el Señor había predicho que morirían todos en
el desierto. Dios dijo a Moisés: «Sube al monte de Hor, y considera desde allí
el país que daré a los hijos de Israel, y luego morirás como tu hermano Aarón,
porque ambos me habéis ofendido en el desierto en las aguas de contradicción, y
no me habéis glorificado ante el pueblo.»
Moisés
pidió entonces al Señor que le permitiese pasar el Jordán; pero él no le
escuchó. «Basta, le dijo, no me
hables más: sube al monte y tiende la vista por todas partes, porque no has de
pasar el Jordán.» Moisés
respondió: «Señor, Dios de los espíritus de todos los hombres, escogeos Vos
mismo un hombre que tome el gobierno de este pueblo.»
—«Toma, —le
contestó el Señor—, a Josué, a ese hombre en quien reside mi espíritu, imponle las
manos, y dale mis órdenes en presencia del gran sacerdote Eleázaro y de todo el
pueblo para que se le obedezca, porque él es quien marchará a la cabeza de los
hijos de Israel, y quien les distribuirá la tierra que has visto desde lo alto
del monte.»
Moisés
hizo cuanto el Señor le había mandado, y Josué ocupó el lugar de este caudillo,
que se vio privado del consuelo de introducir a los israelitas a la tierra
prometida.
Muerto Moisés tomó Josué el gobierno del
pueblo de Israel, y el paso del rio Jordán fue lo primero que ocupó su
atención: hizo, pues, avanzar a los israelitas hacia el rio, y estando ya a
punto la pasada, envió emisarios a la ciudad de Jericó, que era la primera que había
de combatir y ganar de la otra parle del rio. Los emisarios se vieron en grave
peligro, porque el rey de Jericó tuvo aviso de su llegada, y procuró prenderlos;
mas una mujer llamada Rahab, meretriz, a quien Dios concedió el don de fe, los
encubrió en su casa, y después guió, descolgándolos por el muro de la ciudad
desde la ventana de su casa, que estaba pegada al muro, de modo que volvieron
libres a Josué. Y por este beneficio que hizo aquella mujer, fue libre con su
familia cuando aquella ciudad se destruyó.
Josué, pues,
movió el campamento, y poniéndose en marcha, mandó a los sacerdotes que tomasen
sobre sus hombros el arca de la alianza, y entrasen con ella por el Jordán: lo cual,
hecho así, al instante que llegaron a la orilla del rio cuando más crecido estaba,
las aguas de debajo se corrieron dejando seco el fondo; las de encima se detuvieron
permaneciendo suspensas como muro mientras estuvo el arca en medio del Jordán,
pasándolo los hebreos a pie enjuto. Al salir de él los sacerdotes que llevaban
el arca, las aguas siguieron su curso ordinario. En aquel día hizo el Señor a
Josué grande e ilustre a la faz de to do Israel, para que fuese respetado como
lo había sido Moisés. Estando aun el arca en el lecho del rio, Josué por
orden de Dios escogió doce hombres, uno de cada tribu, y les mandó coger doce piedras
en el mismo sitio en que estaban detenidos los sacerdotes que llevaban el arca;
y las colocó en molón en el lugar donde acamparon Por primera vez, con el fin
de que les sirvieran de señal y monumento. Puso también Josué otras doce
piedras en medio de la madre del Jordán, y habló a los israelitas de esta
manera: «Cuando vuestros hijos os
pregunten qué significan estas piedras, les responderéis: desecado fue el lecho
del Jordán ante el arca del Señor cuando atravesaba el rio, y estas piedras se
colocaron aquí para perpetuar la memoria de tan extraordinario prodigio. El Señor
ha retirado delante de nosotros las aguas del Jordán, como lo hizo con las del
mar Rojo, para que pasemos por él, a fin de que todos los pueblos de la tierra
reconozcan su mano omnipotente, y vosotros mismos aprendáis a temer siempre al
Señor vuestro Dios.»
Después de un paso tan
milagroso los israelitas asentaron el campamento en un valle, que se llamó
Gálgala, a donde por mandado de Dios fueron circuncidados todos los hebreos,
porque en los cuarenta años que estuvieron en el desierto ninguno de los que nacía
se circuncidaba, a causa de no tener hora segura de reposo; y celebraron luego
la solemnidad de la Pascua, que fue la del cordero, y comieron desde el dia
siguiente los frutos de la tierra prometida, dejando el maná de caer del cielo,
de modo que desde entonces no tuvieron más alimento que el del país de Canaán.
Estaba la tierra de Palestina, que era la
prometida de Dios a su pueblo, dividida en diversos reinos y estados: unos se
llamaban amorreos, y otros cananeos: todos ellos, oyendo referir el milagro que
Dios había hecho con los hebreos en el paso del Jordán, se dieron por perdidos,
aunque se apercibieron a defender sus Estados. La ciudad de Jericó estaba
rodeada de fuertes murallas y defendida con buenas tropas; Josué sin embargo
resolvió atacarla, adelantándose solo hasta muy cerca de la plaza a reconocerla
por sí mismo. Estando ya en el territorio de la ciudad se encontró un hombre
que empuñaba una espada desenvainada, se encaró con él y le dijo: «¿Eres de los nuestros o
del enemigo?»
—«Yo soy, le
respondió aquel hombre, el que capitaneo las huestes del Señor; de su parte vengo ahora a
socorrerle.» se
postró Josué en tierra y le adoró diciendo: «¿Qué manda mi Señor a su siervo? —«Descálzate, le respondió, porque el lugar en que
estás es santo.» Y
luego dijo el Señor á Josué: «Te he entregado la ciudad de Jericó con su rey y sus guerreros.»
Hé aquí cómo se cumplió
la palabra del Señor. Josué, obedeciendo la orden divina, hizo que su ejército
por espacio de seis días diese la vuelta a la ciudad: parte de él marchaba
delante del arca, alrededor de la cual tocaban la trompeta siete sacerdotes, y
el resto iba a retaguardia. El séptimo dia se rodeó la ciudad siete veces con
el mismo orden, y a la séptima vuelta todo el pueblo, instruido por su caudillo,
lanzó un grito terrible. Cayeron por sí al instante los muros de Jericó: Israel
entró en la ciudad, y pasaron a cuchillo a todos sus habitantes, a excepción de
Rahab y de su familia, que fue conservada é incorporada al pueblo de Dios.
Todos los animales fueron degollados, y la ciudad reducida a cenizas: se guardó
para el Señor el oro, plata y bronce; todo lo demás lo consumió el fuego.
Quería Dios con este ejemplar castigo
inspirar a los hebreos un gran horror a las impiedades de aquel pueblo
culpable, y llenarlo de temor haciéndolos ministros de su justicia. (Nos parecerá
rigurosa la sentencia pronunciada por Dios contra estos pueblos de Canaán al que
considerare el largo espacio de tiempo que los había sufrido, convidándolos a
penitencia, y las terribles consecuencias que hubiera producido una más larga
tolerancia)
Josué había
prohibido expresamente de parte de Dios que se reservase nada del botín; pero
un hombre llamado Acan, de la tribu de Judá, desobedeció esta orden, y retuvo
una regla o vara de oro y un vaso de plata, con un paño o vestido de grana:
esta desobediencia irritó al Señor, porque enviando Josué tres mil hombres
contra la ciudad de Haí, fueron vencidos, y muertos treinta y seis de ellos. Lo
sintió mucho Josué, hizo oración a Dios, y le fue respondido ser la causa de
este daño haber uno del pueblo guardado del saco de Jericó. Echaron
suertes en las doce tribus para descubrir al ladrón, y cayó en la de Judá: se
sortearon las familias, y tocó a la de Zaré; y últimamente practicado lo mismo
con los nombres de la familia sorteada, salió el de Acan, quien viéndose
descubierto, confesó la verdad; por lo cual Josué le mandó apedrear, y reducir a
cenizas su cuerpo con todo cuanto le pertenecía. Hecho esto, Josué fué en
persona a la ciudad de Haí, y poniendo de sus soldados en celada, hizo que
otros acometiesen la ciudad. Salieron contra ellos los bárbaros; los hebreos avisados
de su caudillo fingieron que huían, lo creyeron fácilmente los contrarios, y de
esta suerte entraron en la celada, donde fueron cercados y muertos doce mil de
ellos. Josué mandó ahorcar al rey de Haí, y asolar la ciudad. Los despojos se
dividieron entre la gente de guerra.
Los gabaonitas, temiendo ser destruidos,
enviaron embajadores a Josué, pidiéndole su amistad; y para alcanzarla
fingieron que venían de un país muy lejano para aliarse con él. Josué y los
ancianos del pueblo, deseando tener amigos, como no fuesen de los moradores de
la tierra de promisión, sin consultar al Señor, se aliaron con los gabaonitas,
jurando de no matarlos como sus enemigos los amorreos y cananeos. Se descubrió después
el engaño, y por el juramento les guardaron las vidas: más Josué los destinó a
servir perpetuamente al pueblo y al templo del Señor.
Alarmado Adonisedec, rey de Jerusalén, de lo
que habían hecho los gabaonitas, se confederó con otros cuatro reyes sus
comarcanos para hacer frente a los israelitas, y reuniendo todas sus fuerzas,
cercaron la ciudad de Gabaon. En tal conflicto los cercados enviaron a pedir
favor a Josué; el cual tenido oráculo que fuese contra los cinco reyes
coligados, vuela con su gente toda la noche desde Gálgala, y cae de improviso
sobre ellos: el Dios de los ejércitos derrama en las huestes enemigas pavor y
confusión: huyen, y en su fuga fulmina contra ellas un granizo de piedra que en
gran parte las destruye derribándolas muertas. Visto por Josué que se venía la
noche y no del todo destruido el enemigo, hizo oración a Dios, y hecha, levanta
la voz diciendo: «Sol, detente sobre Gábaon, y luna, sobre el valle de Ayalon.»
Y paráronse el sol y la luna hasta que el pueblo se vengase de sus enemigos, de
manera que no hubo antes ni después dia tan largo como aquel.
Siguió el alcance Josué, y fue avisado que
los cinco reyes se habían escondido en una cueva junto a la ciudad de Maceda.
Mandó ir allá muchos de sus soldados, y que pusiesen grandes piedras a la boca
y entrada de ella, y la guardasen. Se hizo así: y él perseverando en seguir a
los enemigos, no se contentó hasta que del todo los destruyó, siendo pocos los
que pudieron librarse en ciudades fuertes de la provincia. Hecho esto sin daño
alguno de su gente, fué á la cueva, donde estaban encerrados los reyes: los
sacó de allí, los puso en cinco palos, donde murieron. Mandó poner sus cuerpos
dentro de la cueva, y sobre ella muchas piedras.
Iba ganando Josué las ciudades de la comarca
sin dificultad alguna, y acercándose a los Estados del rey Jabin de Asor, el
cual juntó un ejército numerosísimo, así de su reino como de sus vecinos, en que
había una multitud de caballos y de carros armados Y no obstante el poderío de
tantas fuerzas, no dudó Josué de pelear con ellos, habiéndoselo dicho el Señor, ni le fue muy
dificultoso de vencerlos; e hizo en ellos grande matanza, en tanto grado, que
no dejó reliquias de ellos, desjarretándoles los caballos, y abrasándoles los
carros, como el Señor le había mandado. Ganó asimismo la ciudad de Asor, y
prendió a Jabin su rey, le mató, y destruyó a fuego y a sangre la ciudad con
sus vecinos. Era Josué obedientísimo a Dios, y así le
favoreció, de manera que se apoderó de toda la tierra de promisión, quedando
los hebreos riquísimos. Queriendo Dios castigar a aquella gente idólatra,
permitió que su corazón se endureciese y que se obstinase en guerrear contra
Israel; así es que casi toda fue exterminada, a excepción de algunas pocas
naciones guerreras que conservó para ejercicio y prueba de la fidelidad de su
pueblo.
Treinta y uno en número
fueron los reyes que Josué venció, y habiendo conquistado definitivamente el país
de Canaán, dejó las armas, distribuyó sus tierras y ciudades a las tribus de
Israel, señalando a cada tribu su parte por suerte, aunque la de Leví no tuvo lugar
en esta distribución, porque Dios le había asignado para su manutención los
diezmos y primicias de lodos los frutos, siendo los primeros para los levitas,
y las primicias para los sacerdotes con las ofrendas que se hacían al Señor en
el altar; y así se le dieron ciudades para que las habitara en el territorio de
cada tribu. En su lugar entraron los hijos de José divididos en dos tribus,
Manases y Efraím. Hizo Josué asiento en Silo, donde puso el arca del Señor y su
tabernáculo, y desde allí gobernaba a Israel.
Josué, que estaba ya muy entrado en días,
reunió las tribus de Israel y les dijo: «Veis que el Señor os ha dado la tierra que os
había prometido. El mismo ha batallado en favor vuestro en contra de las
naciones que la habitaban, y finalmente os ha establecido en ella. Verdad es
que aún quedan algunos pueblos por vencer, pero no debéis temerlos con tal que
no os apartéis del Señor vuestro Dios; amadle, observad fielmente su ley, y
veréis que a todos los extermina a vuestros ojos. Huid empero de ellos para que
no os inoculen su idolatría: si hacéis alianza con ellos, sabed que Dios los
conservará en vuestro derredor, y que os serán una piedra de tropiezo para que
caigáis, y origen de desgracias.» Todo el pueblo le contestó prometiendo dar siempre adoración a Dios.
El ilustre capitán renovó en aquel dia la alianza entre Dios y los hijos de
Israel en presencia del arca, y la escribió en el libro de la Ley; y para
conservar su memoria erigió un monumento en una grande piedra, que puso debajo
de una encina cerca de Siquem; dando a entender, que así como de su naturaleza
la piedra dura mucho tiempo, así aquella promesa hecha a Dios por los hebreos
había de durar para siempre: y hecho esto se despidieron, y cada tribu partió
al lugar de su mansión.
Poco después murió
Josué siendo de ciento y diez años, habiendo vivido casto toda su vida, como
dice san Jerónimo (D. Hier. adver. Jovinian, lib. 1), y fue
sepultado en una posesión suya, llamada Tamnatsaré en el monte Efraím. Este
insigne varón, sucesor de Moisés, mereció que el Señor le elogiase porque no
tuvo parte alguna en el desaliento del pueblo. Puesto
a la cabeza de Israel renovó los milagros de Moisés; pero lo que más le honra
es el haber sido, como lo indica su nombre, figura del Salvador del mundo. Gobernó
el pueblo de Dios, después de la muerte de Moisés, veinte y siete años: la
Escritura sagrada no le determina tiempo, sino que contando lo que los otros
capitanes gobernaron, restan estos veinte y siete. Fue
su muerte año de la creación 2561, o sea 1439 antes de Jesucristo.
Josué escribió su libro hasta donde se trata de su muerte; lo demás,
dice el autor de la Biblioteca santa, que lo suplió Esdras. También según este autor
escribió Josué el fin del libro Y de Moisés, llamado Deuteronomio. Grande fue la
santidad de Josué, y muy alabado es en la sagrada Escritura; y su mayor elogio
lo formó el Espíritu Santo por boca del autor del Eclesiástico, cap. 46, 1- 10.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.
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