miércoles, 1 de septiembre de 2021

SAN JOSUÉ, CAPITAN DEL PUEBLO HEBREO. —1º de septiembre.



   Josué, que significa Salvador, hijo de Nun, a quien los griegos llaman Jesús, hijo de Navé, de la tribu de Efraím, primero fue ministro de Moisés, y después le sucedió en su dignidad de capitán del pueblo hebreo. Cuán grande fuese su valor y esfuerzo, lo dio a entender Moisés, en que caminando por el desierto al tiempo que sacó a los hebreos de Egipto, poniéndoseles en contrario el rey Amalec para estorbarles el paso, entre todos ellos, que eran seiscientos mil, le escogió para capitán en aquella guerra.

 

 

   De la enumeración del pueblo que por orden de Dios hizo Moisés, algunos meses después de la muerte de Aarón, Caleb y Josué eran los únicos israelitas que quedaban de cuantos salieron de Egipto, cumplidos los veinte años de edad, porque el Señor había predicho que morirían todos en el desierto. Dios dijo a Moisés: «Sube al monte de Hor, y considera desde allí el país que daré a los hijos de Israel, y luego morirás como tu hermano Aarón, porque ambos me habéis ofendido en el desierto en las aguas de contradicción, y no me habéis glorificado ante el pueblo.»

Moisés pidió entonces al Señor que le permitiese pasar el Jordán; pero él no le escuchó. «Basta, le dijo, no me hables más: sube al monte y tiende la vista por todas partes, porque no has de pasar el Jordán.» Moisés respondió: «Señor, Dios de los espíritus de todos los hombres, escogeos Vos mismo un hombre que tome el gobierno de este pueblo.»

—«Toma, —le contestó el Señor—, a Josué, a ese hombre en quien reside mi espíritu, imponle las manos, y dale mis órdenes en presencia del gran sacerdote Eleázaro y de todo el pueblo para que se le obedezca, porque él es quien marchará a la cabeza de los hijos de Israel, y quien les distribuirá la tierra que has visto desde lo alto del monte.»

Moisés hizo cuanto el Señor le había mandado, y Josué ocupó el lugar de este caudillo, que se vio privado del consuelo de introducir a los israelitas a la tierra prometida.

 



   Muerto Moisés tomó Josué el gobierno del pueblo de Israel, y el paso del rio Jordán fue lo primero que ocupó su atención: hizo, pues, avanzar a los israelitas hacia el rio, y estando ya a punto la pasada, envió emisarios a la ciudad de Jericó, que era la primera que había de combatir y ganar de la otra parle del rio. Los emisarios se vieron en grave peligro, porque el rey de Jericó tuvo aviso de su llegada, y procuró prenderlos; mas una mujer llamada Rahab, meretriz, a quien Dios concedió el don de fe, los encubrió en su casa, y después guió, descolgándolos por el muro de la ciudad desde la ventana de su casa, que estaba pegada al muro, de modo que volvieron libres a Josué. Y por este beneficio que hizo aquella mujer, fue libre con su familia cuando aquella ciudad se destruyó.

 

 

   Josué, pues, movió el campamento, y poniéndose en marcha, mandó a los sacerdotes que tomasen sobre sus hombros el arca de la alianza, y entrasen con ella por el Jordán: lo cual, hecho así, al instante que llegaron a la orilla del rio cuando más crecido estaba, las aguas de debajo se corrieron dejando seco el fondo; las de encima se detuvieron permaneciendo suspensas como muro mientras estuvo el arca en medio del Jordán, pasándolo los hebreos a pie enjuto. Al salir de él los sacerdotes que llevaban el arca, las aguas siguieron su curso ordinario. En aquel día hizo el Señor a Josué grande e ilustre a la faz de to do Israel, para que fuese respetado como lo había sido Moisés. Estando aun el arca en el lecho del rio, Josué por orden de Dios escogió doce hombres, uno de cada tribu, y les mandó coger doce piedras en el mismo sitio en que estaban detenidos los sacerdotes que llevaban el arca; y las colocó en molón en el lugar donde acamparon Por primera vez, con el fin de que les sirvieran de señal y monumento. Puso también Josué otras doce piedras en medio de la madre del Jordán, y habló a los israelitas de esta manera: «Cuando vuestros hijos os pregunten qué significan estas piedras, les responderéis: desecado fue el lecho del Jordán ante el arca del Señor cuando atravesaba el rio, y estas piedras se colocaron aquí para perpetuar la memoria de tan extraordinario prodigio. El Señor ha retirado delante de nosotros las aguas del Jordán, como lo hizo con las del mar Rojo, para que pasemos por él, a fin de que todos los pueblos de la tierra reconozcan su mano omnipotente, y vosotros mismos aprendáis a temer siempre al Señor vuestro Dios.»

 



 

   Después de un paso tan milagroso los israelitas asentaron el campamento en un valle, que se llamó Gálgala, a donde por mandado de Dios fueron circuncidados todos los hebreos, porque en los cuarenta años que estuvieron en el desierto ninguno de los que nacía se circuncidaba, a causa de no tener hora segura de reposo; y celebraron luego la solemnidad de la Pascua, que fue la del cordero, y comieron desde el dia siguiente los frutos de la tierra prometida, dejando el maná de caer del cielo, de modo que desde entonces no tuvieron más alimento que el del país de Canaán.

 

 

   Estaba la tierra de Palestina, que era la prometida de Dios a su pueblo, dividida en diversos reinos y estados: unos se llamaban amorreos, y otros cananeos: todos ellos, oyendo referir el milagro que Dios había hecho con los hebreos en el paso del Jordán, se dieron por perdidos, aunque se apercibieron a defender sus Estados. La ciudad de Jericó estaba rodeada de fuertes murallas y defendida con buenas tropas; Josué sin embargo resolvió atacarla, adelantándose solo hasta muy cerca de la plaza a reconocerla por sí mismo. Estando ya en el territorio de la ciudad se encontró un hombre que empuñaba una espada desenvainada, se encaró con él y le dijo: «¿Eres de los nuestros o del enemigo?»





—«Yo soy, le respondió aquel hombre, el que capitaneo las huestes del Señor; de su parte vengo ahora a socorrerle.» se postró Josué en tierra y le adoró diciendo: «¿Qué manda mi Señor a su siervo? —«Descálzate, le respondió, porque el lugar en que estás es santo.» Y luego dijo el Señor á Josué: «Te he entregado la ciudad de Jericó con su rey y sus guerreros.»

 



 

   Hé aquí cómo se cumplió la palabra del Señor. Josué, obedeciendo la orden divina, hizo que su ejército por espacio de seis días diese la vuelta a la ciudad: parte de él marchaba delante del arca, alrededor de la cual tocaban la trompeta siete sacerdotes, y el resto iba a retaguardia. El séptimo dia se rodeó la ciudad siete veces con el mismo orden, y a la séptima vuelta todo el pueblo, instruido por su caudillo, lanzó un grito terrible. Cayeron por sí al instante los muros de Jericó: Israel entró en la ciudad, y pasaron a cuchillo a todos sus habitantes, a excepción de Rahab y de su familia, que fue conservada é incorporada al pueblo de Dios. Todos los animales fueron degollados, y la ciudad reducida a cenizas: se guardó para el Señor el oro, plata y bronce; todo lo demás lo consumió el fuego.

 

 

   Quería Dios con este ejemplar castigo inspirar a los hebreos un gran horror a las impiedades de aquel pueblo culpable, y llenarlo de temor haciéndolos ministros de su justicia. (Nos parecerá rigurosa la sentencia pronunciada por Dios contra estos pueblos de Canaán al que considerare el largo espacio de tiempo que los había sufrido, convidándolos a penitencia, y las terribles consecuencias que hubiera producido una más larga tolerancia)

 

 

   Josué había prohibido expresamente de parte de Dios que se reservase nada del botín; pero un hombre llamado Acan, de la tribu de Judá, desobedeció esta orden, y retuvo una regla o vara de oro y un vaso de plata, con un paño o vestido de grana: esta desobediencia irritó al Señor, porque enviando Josué tres mil hombres contra la ciudad de Haí, fueron vencidos, y muertos treinta y seis de ellos. Lo sintió mucho Josué, hizo oración a Dios, y le fue respondido ser la causa de este daño haber uno del pueblo guardado del saco de Jericó. Echaron suertes en las doce tribus para descubrir al ladrón, y cayó en la de Judá: se sortearon las familias, y tocó a la de Zaré; y últimamente practicado lo mismo con los nombres de la familia sorteada, salió el de Acan, quien viéndose descubierto, confesó la verdad; por lo cual Josué le mandó apedrear, y reducir a cenizas su cuerpo con todo cuanto le pertenecía. Hecho esto, Josué fué en persona a la ciudad de Haí, y poniendo de sus soldados en celada, hizo que otros acometiesen la ciudad. Salieron contra ellos los bárbaros; los hebreos avisados de su caudillo fingieron que huían, lo creyeron fácilmente los contrarios, y de esta suerte entraron en la celada, donde fueron cercados y muertos doce mil de ellos. Josué mandó ahorcar al rey de Haí, y asolar la ciudad. Los despojos se dividieron entre la gente de guerra.

 



 

   Los gabaonitas, temiendo ser destruidos, enviaron embajadores a Josué, pidiéndole su amistad; y para alcanzarla fingieron que venían de un país muy lejano para aliarse con él. Josué y los ancianos del pueblo, deseando tener amigos, como no fuesen de los moradores de la tierra de promisión, sin consultar al Señor, se aliaron con los gabaonitas, jurando de no matarlos como sus enemigos los amorreos y cananeos. Se descubrió después el engaño, y por el juramento les guardaron las vidas: más Josué los destinó a servir perpetuamente al pueblo y al templo del Señor.

 

 

   Alarmado Adonisedec, rey de Jerusalén, de lo que habían hecho los gabaonitas, se confederó con otros cuatro reyes sus comarcanos para hacer frente a los israelitas, y reuniendo todas sus fuerzas, cercaron la ciudad de Gabaon. En tal conflicto los cercados enviaron a pedir favor a Josué; el cual tenido oráculo que fuese contra los cinco reyes coligados, vuela con su gente toda la noche desde Gálgala, y cae de improviso sobre ellos: el Dios de los ejércitos derrama en las huestes enemigas pavor y confusión: huyen, y en su fuga fulmina contra ellas un granizo de piedra que en gran parte las destruye derribándolas muertas. Visto por Josué que se venía la noche y no del todo destruido el enemigo, hizo oración a Dios, y hecha, levanta la voz diciendo: «Sol, detente sobre Gábaon, y luna, sobre el valle de Ayalon.» Y paráronse el sol y la luna hasta que el pueblo se vengase de sus enemigos, de manera que no hubo antes ni después dia tan largo como aquel.

 

 

   Siguió el alcance Josué, y fue avisado que los cinco reyes se habían escondido en una cueva junto a la ciudad de Maceda. Mandó ir allá muchos de sus soldados, y que pusiesen grandes piedras a la boca y entrada de ella, y la guardasen. Se hizo así: y él perseverando en seguir a los enemigos, no se contentó hasta que del todo los destruyó, siendo pocos los que pudieron librarse en ciudades fuertes de la provincia. Hecho esto sin daño alguno de su gente, fué á la cueva, donde estaban encerrados los reyes: los sacó de allí, los puso en cinco palos, donde murieron. Mandó poner sus cuerpos dentro de la cueva, y sobre ella muchas piedras.

 

 


   Iba ganando Josué las ciudades de la comarca sin dificultad alguna, y acercándose a los Estados del rey Jabin de Asor, el cual juntó un ejército numerosísimo, así de su reino como de sus vecinos, en que había una multitud de caballos y de carros armados Y no obstante el poderío de tantas fuerzas, no dudó Josué de pelear con ellos,  habiéndoselo dicho el Señor, ni le fue muy dificultoso de vencerlos; e hizo en ellos grande matanza, en tanto grado, que no dejó reliquias de ellos, desjarretándoles los caballos, y abrasándoles los carros, como el Señor le había mandado. Ganó asimismo la ciudad de Asor, y prendió a Jabin su rey, le mató, y destruyó a fuego y a sangre la ciudad con sus vecinos. Era Josué obedientísimo a Dios, y así le favoreció, de manera que se apoderó de toda la tierra de promisión, quedando los hebreos riquísimos. Queriendo Dios castigar a aquella gente idólatra, permitió que su corazón se endureciese y que se obstinase en guerrear contra Israel; así es que casi toda fue exterminada, a excepción de algunas pocas naciones guerreras que conservó para ejercicio y prueba de la fidelidad de su pueblo.

 

 

   Treinta y uno en número fueron los reyes que Josué venció, y habiendo conquistado definitivamente el país de Canaán, dejó las armas, distribuyó sus tierras y ciudades a las tribus de Israel, señalando a cada tribu su parte por suerte, aunque la de Leví no tuvo lugar en esta distribución, porque Dios le había asignado para su manutención los diezmos y primicias de lodos los frutos, siendo los primeros para los levitas, y las primicias para los sacerdotes con las ofrendas que se hacían al Señor en el altar; y así se le dieron ciudades para que las habitara en el territorio de cada tribu. En su lugar entraron los hijos de José divididos en dos tribus, Manases y Efraím. Hizo Josué asiento en Silo, donde puso el arca del Señor y su tabernáculo, y desde allí gobernaba a Israel.

 



 

   Josué, que estaba ya muy entrado en días, reunió las tribus de Israel y les dijo: «Veis que el Señor os ha dado la tierra que os había prometido. El mismo ha batallado en favor vuestro en contra de las naciones que la habitaban, y finalmente os ha establecido en ella. Verdad es que aún quedan algunos pueblos por vencer, pero no debéis temerlos con tal que no os apartéis del Señor vuestro Dios; amadle, observad fielmente su ley, y veréis que a todos los extermina a vuestros ojos. Huid empero de ellos para que no os inoculen su idolatría: si hacéis alianza con ellos, sabed que Dios los conservará en vuestro derredor, y que os serán una piedra de tropiezo para que caigáis, y origen de desgracias.» Todo el pueblo le contestó prometiendo dar siempre adoración a Dios. El ilustre capitán renovó en aquel dia la alianza entre Dios y los hijos de Israel en presencia del arca, y la escribió en el libro de la Ley; y para conservar su memoria erigió un monumento en una grande piedra, que puso debajo de una encina cerca de Siquem; dando a entender, que así como de su naturaleza la piedra dura mucho tiempo, así aquella promesa hecha a Dios por los hebreos había de durar para siempre: y hecho esto se despidieron, y cada tribu partió al lugar de su mansión.

 

 

   Poco después murió Josué siendo de ciento y diez años, habiendo vivido casto toda su vida, como dice san Jerónimo (D. Hier. adver. Jovinian, lib. 1), y fue sepultado en una posesión suya, llamada Tamnatsaré en el monte Efraím. Este insigne varón, sucesor de Moisés, mereció que el Señor le elogiase porque no tuvo parte alguna en el desaliento del pueblo. Puesto a la cabeza de Israel renovó los milagros de Moisés; pero lo que más le honra es el haber sido, como lo indica su nombre, figura del Salvador del mundo. Gobernó el pueblo de Dios, después de la muerte de Moisés, veinte y siete años: la Escritura sagrada no le determina tiempo, sino que contando lo que los otros capitanes gobernaron, restan estos veinte y siete. Fue su muerte año de la creación 2561, o sea 1439 antes de Jesucristo.

 

 

   Josué escribió su libro hasta donde se trata de su muerte; lo demás, dice el autor de la Biblioteca santa, que lo suplió Esdras. También según este autor escribió Josué el fin del libro Y de Moisés, llamado Deuteronomio. Grande fue la santidad de Josué, y muy alabado es en la sagrada Escritura; y su mayor elogio lo formó el Espíritu Santo por boca del autor del Eclesiástico, cap. 46, 1- 10.

 

 

                                                AÑO CRISTIANO

 

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

 

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 


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