Gedeón, que significa el que quebranta y deshace, fue
de la tribu de Manasés, hijo de Joás, padre de familias, y principal entre los
de su linaje, había los hebreos dado en idolatrías, adorando a los dioses de
sus vecinos los gentiles, por lo cual permitió el Señor, con el fin de
corregirlos, que sufriesen por espacio de siete años la opresión de los
madianitas y de los amalecitas, que desolaban y saqueaban el país, talando las
mieses, y reduciendo al pueblo a una extrema miseria. En tal conflicto se convirtieron
al Señor, implorando su auxilio contra tan crueles enemigos.
Sus gemidos aplacaron a Dios, y para
librarlos envió un Ángel á Gedeón,
cuando esté pensando huir trillaba sus granos para llevárselos. El Ángel se
sentó debajo de un roble y le saludó diciendo: «El Señor es contigo, o tú el más fuerte de
los hombres.»
Á
lo que respondió Gedeón:
«Si el Señor es con
nosotros, ¿Cómo es que nos han alcanzado tantos males? ¿Dónde están aquellas
sus maravillas que nos contaron nuestros padres? Ahora nos ha desamparado y abandonado
bajo el yugo de Madian».
— «Ve, pues, tú, —dijo el Ángel echando una mirada
sobre él—, ve con la fortaleza de
que estas revestido, y libertarás a Israel del yugo de sus enemigos.» Gedeón
repuso: «Te ruego que me digas ¿Cómo podré libertar a Israel? Mi familia es la ínfima en la tribu de Manasés,
y yo el menor en la casa de mi padre».
—«Ve, —le
replicó el Ángel, hablando siempre en nombre de Dios—, yo estaré contigo, y derrotarás á Madian como si fuese un solo hombre.»
Le rogó Gedeón que por medio de alguna señal
le diese a conocer que le hablaba de parte de Dios; y no creyéndole más que
hombre, en cuya figura se le presentó, corrió a su casa a traerle carne cocida
y panes sin levadura que presentó al Ángel, poniéndolo todo sobre una piedra.
Extendió el Ángel su báculo, y tocó la carne y los panes ázimos; y al momento
salió de la piedra un fuego que todo lo consumió, desapareciendo el Ángel. Gedeón
se sobrecogió, pues era opinión muy recibida que no se podía ver al Ángel del
Señor sin quedar muerto; mas el Señor calmó su zozobra diciéndole: «Paz sea contigo, no
temas, no morirás.» Edificó,
pues, allí Gedeón un altar al Señor, y lo llamó la paz del Señor; el
cual le habló aquella noche, y le mandó que derribase un altar que su padre tenía
levantado a Baal, y destruyese una arboleda que estaba al contorno del altar; y
que sobre la misma piedra de donde había salido el fuego milagroso le ofreciese
y sacrificase un toro de siete años. Gedeón, temiendo enojar a su padre, y
queriendo obedecer a Dios, se levantó de noche, y acompañándose de diez criados
suyos, hizo todo lo que le fue mandado. Visto por los habitantes de aquella
comarca destruido el ídolo de Baal, y abrasado el bosque donde era adorado,
hicieron pesquisa del autor de tal atrevimiento, y sabedores de que era Gedeón
el que buscaban, acudieron a su padre con la pretensión de que les entregara a ellos
para darle muerte; él empero se negó diciéndoles: «¿Sois por ventura los
vengadores de Baal? Si es Dios, vénguese él mismo de quien ha destruido su
altar.» Esta
respuesta desarmó su fanático celo, y no volvieron a insistir. Quedó Gedeón por
este hecho con nuevo nombre de Jerobaal, que significa fuerte contra Baal.
Reunidas todas las fuerzas de Madian y de
sus aliados, pasaron el Jordán, y fueron a acamparse en el valle de Jezrael.
Llenó el espíritu de Dios a Gedeón, tocó este la trompeta, y envió emisarios por
todas partes para excitar a su pueblo a reunírsele: se juntaron varias tribus,
y en breve se vió a la cabeza de treinta y dos mil hombres. Antes de acometer
empresa alguna, pidió al Señor que le diese a conocer con una nueva señal si
quería hacerle instrumento de la libertad de Israel. «Pondré, dijo, este
vellón de lana en la era: si el rocío cayere tan solo en el vellocino,
permaneciendo enjuto todo el terreno, reconoceré que por mi mano has de
libertar a Israel». Se cumplió
a la letra cuanto había pedido, y a la mañana siguiente se halló el vellocino lleno de rocío,
y la tierra enjuta al rededor. Volvió Gedeón a decir a Dios: «Señor, os ruego que no
os deis por ofendido si aún os pido otra señal: haced ahora que se empape en rocío
la tierra, y solo el vellón permanezca enjuto.» El Señor le concedió este segundo
prodigio, cayendo rocío sobre la tierra, y nada sobre
el vellón.
Lleno de confianza Gedeón a vista de estos
dos milagros, se puso en marcha con todo su ejército; pero antes de dar alcance
al enemigo llegó a la fuente llamada Harad, donde le habló Dios, y le dijo: «Mucha gente tienes
contigo: no quiero que se presente contra Madian un ejército tan numeroso,
porque Israel no se gloríe contra mí diciendo: mi valor me ha libertado, haz,
pues, que se publique en todo el campamento que todos los medrosos se vuelvan.»
En virtud de este
pregón abandonaron las filas veinte y dos mil hombres, no quedando sino diez
mil en ellas; pero Dios volvió a decirle: «Aun son muchos; llévalos a un sitio en que
haya agua, y allí te diré cuáles deben acompañarle y cuáles es preciso despedir.» Llegada la legión a un arroyo, dijo
Dios a su caudillo: «Pondrás a un lado los que lamieren el agua con la lengua como
suelen hacer los perros; y los que doblaren la rodilla para beber, estarán en
otra parte.»
Solo trescientos hombres lamieron el agua, echándola con la mano en la boca, y
todos los demás se tendieron a beberla con
toda comodidad. Dijo, pues, el Señor á Gedeón: «Con estos trescientos
hombres lo libraré de Madian: retírense todos los otros.» No cabe duda acerca del designio de
Dios en este pasaje de la Historia santa, habiéndose él mismo explicado sobre
el particular. Quería manifestar que él era quien
obraba. Valiéndose de medios evidentemente insuficientes, quería que solo a él
pudiesen atribuir los hebreos las victorias humanamente inasequibles: en una
palabra, se proponía convencer al universo de que él gobernaba a su pueblo: se
proponía cimentar en este mismo pueblo una entera confianza en su celestial providencia.
Con
solo sus trescientos hombres marchó Gedeón al encuentro de los enemigos, que
estaban acampados en el valle en número de más
de ciento veinte mil. En la siguiente noche, queriendo Dios dar a su
siervo nueva seguridad de la victoria, le mandó que fuese solo o con uno de sus
criados hasta cerca del campo de los madianitas a escuchar lo que allí se
decía. Lo hizo, y habiéndose acercado a un cuerpo de guardia, oyó a un soldado
referir a otro un sueño que habla tenido. «He visto, decía, un pan cocido con ceniza que
me parecía rodar desde lo alto de la montaña hasta nuestro campamento,
derribando una tienda que halló a su paso».
—«Este pan es el ejército de Gedeón, —respondió el compañero: lisonjéanosla idea de
devorarle como un pedazo de pan; mas él abatirá, derribándolo, el orgullo de
Madian.»
Oída la interpretación dada a este sueño, se postró Gedeón en tierra para adorar a Dios;
volvió al momento a su campo, y dijo: «Levantaos, que el Señor ha puesto a los
madianitas en nuestras manos.» Dividió
su gente en tres trozos, dando a cada soldado una trompeta y una vasija de barro vacía, y dentro
de esta una tea encendida, y les prescribió
el uso que de ello debían hacer. Se aproximan los israelitas hacia la media
noche al campamento enemigo: se dividen en tres partes,
teniendo en medio a los contrarios: principian sus trompetas a resonar: luego
rompen sus vasijas unas contra otras: agitan con
la mano izquierda las teas encendidas; y continúa el estruendo de las trompetas: permanecen ellos
inmóviles en sus puestos, y guiaron: «La espada del Señor y de Gedeón.» El Dios fuerte, el Dios de las
batallas penetra de terror a los aliados del campamento enemigo, creen que se
deja caer sobre ellos un ejército formidable, se desordenan
sus filas, y recelándose los madianitas de los amalecitas, que con otros orientales se les
habían juntado, comienzan entre sí la pelea, matándose unos a otros. Los
muertos fueron muchos, los que con
vida quedaron, huyeron; pero avisando Gedeón a los de la tribu de Efraím, acude a cerrarles el paso
del Jordán, y lanzándose en persecución de los fugitivos, muere la mayor parte
al filo de la espada, y entre
ellos dos príncipes madianitas, llamados Oreb y Zeb, y sus cabezas fueron
llevadas a Gedeón. El cual pasó el Jordán en seguimiento de dos reyes, también
madianitas, llamados Zebee y Salmana: tenían estos quince mil hombres, que habían
quedado de todo el ejército, siendo muertos ciento veinte mil, y estaban descansando,
creyéndose seguros, cuando de improviso llega Gedeón, y cierra con ellos a su
gente, los cuales sin poderse defender, mueren unos, huyen otros, y entre estos
los dos reyes. Mas Gedeón fué en su
alcance, y los prendió; y porque les oyó decir que habían muerto a tres
hermanos suyos, no atreviéndose Jeter, hijo mayor de Gedeón, a matarlos, aunque
él se lo mandó, dándoselos ligados, el mismo Gedeón los mató, y volvió de esta
jornada con grande triunfo.
Los israelitas quisieron darle título de
señor de todos, diciéndole: «Sé tú nuestro príncipe, y después de tí reinen tus
descendientes, ya que nos has libertado de nuestros enemigos. »
—«No, —respondió
él—, no seré yo príncipe
vuestro, ni reinarán mis hijos, sino que será él Señor quien domine y reine
sobre vosotros, porque a él solo debéis la victoria.» Y añadió: «Una sola cosa os pido:
dadme los zarcillos de oro que quitasteis de las orejas a esta gente enemiga.» Era costumbre que tenían los de
Madian, de traer zarcillos de oro en las orejas. Ellos de buena gana se los
dieron. Y tendiendo en tierra una capa, echaron en ella los zarcillos del
despojo, y el peso de oro que resultó fue de mil y setecientos siclos, sin los
adornos, y joyeles , y vestidos de
púrpura que los reyes de Madian solían usar, y sin los sartales de oro de los
camellos. Del oro que Gedeón juntó, y de lino y seda de diversos colores hizo
un ephod , esto es, una vestidura sacerdotal…
El ephod era el
vestido que el soberano pontífice se ponía en la parte superior, corto y sin
mangas, de una estofa tejida de oro, de lino y de lana de color de jacinto y de
púrpura, y enriquecido de piedras preciosas engastadas en oro. No se puede
determinar precisamente qué cosa fue este ephod de Gedeón; pero hay fundamentos
muy graves para creer que era muy diferente del ephod sacerdotal; porque se
hizo de los zarcillos, planchas y otras alhajas de oro de los enemigos, cuyo
peso era de mil y setecientos siclos de oro, que corresponde a setecientas
cuarenta y tres onzas nuestras y cuatrocientos treinta y dos granos. Por muy
preciosa que supongamos fuese la estofa de un ephod sacerdotal, parece que no
podía entrar tanto oro en el tejido de una ropa estrecha, corta y sin mangas, y
así es muy verosímil que el ephod de Gedeón fue un monumento o trofeo que
levantó y consagró a Dios para perpetuar la memoria de una victoria tan
señalada como la que el Señor había concedido a su pueblo. Después de su
muerte, el pueblo, inclinado siempre a la idolatría, prostituyó su culto a este
ephod, como lo hizo también después con la serpiente de bronce que había
levantado Moisés en el desierto. Todo lo dicho hasta aquí, y la expresión de
que usa la Escritura, y murió Gedeón.
…
y la puso en su casa en la ciudad de Efra; lo cual fue ocasión que idolatrase
todo Israel. Nicolao de Lira dice que Gedeón hizo este ornamento sacerdotal con
una devoción indiscreta, para que el pueblo honrase a Dios, y fuese a hacer
oración como en lugar sagrado, donde los hebreos, que poco les bastaba para
idolatrar, visto de la manera que Gedeón tenía en su casa aquella joya hecha de
los despojos de los enemigos, dejando de adorar a Dios, adoraban aquel
ornamento; por cuya ocasión dice la Escritura sagrada que fue causa de la ruina
de Gedeón y de toda su casa, como al fin se dirá.
Los madianitas quedaron tan quebrantados de
esta batalla, que no tuvieron osadía de molestar a los hebreos por el espacio
de cuarenta años que Gedeón fue su juez y gobernador: el cual después de este
tiempo murió en buena vejez, y fue sepultado en un sepulcro de Joás su padre. En tanto tiempo que vivió, después del pecado que cometió,
bien pudo hacer de él penitencia; y es cierto que la hizo, lo cual afirma Nicolao de Lira que da a entender
la Escritura al decir que murió en buena vejez; también en que san Pablo
escribiendo a los hebreos le pone en el catálogo que hace de Santos del
Testamento Viejo. Y es tanta verdad esto, que san Agustín, aunque en la
Escritura lee de Sansón que se mató él mismo, dice que no pecó en ello, porque
lo hizo por mandato de Dios, y pruébalo, en que san Pablo lo pone en el mismo
catálogo. Y la Iglesia católica, poniendo aquella epístola en el oficio de muchos
Mártires, comienza luego que se acaba de escribir los nombres, y en su lugar
pone este nombre Sancti; y así dice, estos Santos por la fe vencieron reinos: de modo que todos los
nombrados en aquel lugar por san Pablo, los canoniza y da renombre de Santos; y
así siendo uno de ellos Gedeón , es cierto que se salvó, y por consiguiente que
hizo penitencia de aquel pecado, de que dio ocasión su devoción indiscreta.
El Martirologio romano y Usuardo ponen la muerte de Gedeón en tal día
como hoy, año de la creación 2768, o sea 1232 antes de Jesucristo : se halla
el nombre de Gedeón en el libro de los Jueces, donde se escribe lo dicho, y en
la carta de san Pablo a los hebreos, de la cual se ha hecho también mención.
Dejó vivos setenta hijos que tuvo de muchas mujeres, además de Abimelec, que
hubo de una concubina, como Agar lo fue de Abrahan, y que siendo ambicioso y
valiente, tuvo modo de matar a sus hermanos; de manera que de setenta, solo se
libró de la muerte Joatan, el menor de todos, por esconderse donde no pudo ser
hallado.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.
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