—La memoria de la impresión
de las sagradas llagas, que en el monte Alverna de Toscana por especial gracia
de Dios fueron impresas en las manos, pies y costado de san Francisco, fundador
del Orden de Menores.
—El martirio de san
Justino, presbítero y mártir, en Roma, en la vía Tiburtina; el cual
en la persecución de Valeriano y Galieno fue esclarecido por la gloria de su
confesión: este Santo sepultó los cuerpos de los santos Sixto, papa, Lorenzo,
Hipólito y otros muchos; y finalmente en tiempo de Claudio alcanzó la corona
del martirio.
—Los santos mártires
Narciso y Crescencion, también en Roma.
—Santa Ariadna, mártir, era
una joven griega que vivía en Frigia durante el imperio de Adriano. Un día que
se estaba celebrando una gran fiesta en honor de los ídolos se presentó la
santa en el lugar de los sacrificios, y proclamando en altavoz la gloria y
divinidad de Jesucristo condenó la horrible superstición de los paganos, y turbó
por medio de un milagro la alegría y orden de la fiesta. Inmediatamente fué
presa y puesta en el tormento, en el cual fué afligida por espacio de muchas horas,
y después salió ilesa, hasta que al fin la degollaron, y así alcanzó la palma
de la victoria.
—Los santos mártires
Sócrates y Estéban, ingleses de nación, fueron convertidos
y bautizados por san Anfibalo, presbítero y mártir. Durante la persecución de
Diocleciano se negaron a abjurar la fe de Jesucristo, y fueron degollados en
Walia de Inglaterra el año 304.
—Los santos mártires
Valeriano, Macrino y Gordiano, en Noyon. Las
únicas noticias que tenemos de estos santos son del Martirologio
galicano, que dicen que murieron degollados en Noyón, en tiempo de Decio.
—San Flocelo, niño, en Autun;
el cual en tiempo del emperador Antonino, siendo presidente
Valeriano, después de padecer muchos tormentos, hecho pedazos por las fieras,
alcanzó la corona del martirio.
—San Lamberto, obispo de
Mastricht, en Lieja; el cual como por celo de la Religión
reprendiese a los de la corte del rey, siendo inocente lo mataron los culpados,
y pasó al reino celestial a vivir perpetuamente.
—San Pedro de Arbués, en
Zaragoza en España, primer inquisidor de la fe en el reino de Aragón; el cual,
siendo cruelmente asesinado por los judíos relapsos en odio de la fe católica,
que defendía valerosamente por cumplir con su oficio, alcanzó la palma del
martirio.
—Santa Agatoclia, esclava
de una mujer infiel, en el mismo día; la cual fue largo tiempo castigada por su
ama con azotes y con otros tormentos para que negase a Cristo; finalmente
llevada ante un juez, la castigaron con mayor crueldad; y como permaneciese
firme en la confesión de la fe, después de haberla cortado la lengua, la
echaron en el fuego.
—Santa Columba, virgen y
mártir, en Córdoba.
—La dichosa muerte de san
Sátiro, confesor, en Milán; de cuyos esclarecidos méritos
hace memoria su hermano san Ambrosio.
—Santa Teodora,
Fué una noble matrona romana que, cristiana de todo corazón, en tiempo de la
persecución de Diocleciano y Maximiano se ocupaba en servir con toda solicitud a
los mártires durante su vida y dar sepultura a sus cuerpos muertos. En estas
ocupaciones y otras obras de piedad llegó Teodora a una edad muy avanzada, y
murió coronada de merecimientos por los años de 312.
—Santa Hildegardis,
virgen, en Binga, en la diócesis de Maguncia. (San
Bernardo declaró que esta Santa se hallaba dotada del espíritu profético, y fue
célebre en su tiempo en todo el orbe cristiano, según se desprende de las
varias obras religiosas que escribió, siendo muy digno de notar entre ellas una
admirable Colección de cartas, la mayor parte dirigidas a personas las más
calificadas de la Iglesia y del Estado que le pedían sus consejos. Era abadesa
de un monasterio en la diócesis de maguncia, el ultimo que fundó, cuando voló
al Señor en el año 1179 a los ochenta y dos de su edad).
—Y en otras partes se hace la fiesta y
la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.
Alabado y glorificado sea Dios eternamente.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía
de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F.
de ISLA, de la misma Compañía.
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