Entre las muchas
tragedias que la perfidia de los judíos ha ejecutado en diferentes tiempos con
los párvulos cristianos, es digna de eterna memoria la que practicaron en la
capital de la provincia de Aragón con santo Domingo del Val, o san Dominguito,
cuyo nombre indica la tierna edad en que se hallaba cuando fue martirizado. Nació
este ilustre niño en Zaragoza por los años 1243, y como el cielo le destinaba
para que fuese uno de los más insignes mártires de Jesucristo, se dejó ver en
el mundo con una corona sobre la cabeza, y con una cruz en el hombro derecho,
todas señales nada equívocas de su gloriosa pasión. Estos signos, que podían
llamarse aún más que vaticinios historias de lo futuro, y noticia puntual del
triunfo para que el Señor le había escogido, pusieron en expectación a los
padres del niño, que lo fueron Domingo del Val, e Isabel, los que interpretando
misteriosos aquellos extraordinarios indicios, esperaban que el tiempo les
aclarase el significado. No se tardó mucho en experimentarlo, pues cuando
contaba Dominguito siete años, e iba a la escuela a aprender las primeras
letras, vieron cumplido el suceso pronosticado.
Los judíos que había en Zaragoza tenían
concertado exonerar de los pechos, de las contribuciones y de las imposiciones
a cualquiera de su secta que robase algún párvulo cristiano, y se lo entregase
para darle muerte. Quiso disfrutar este indulto cierto hebreo llamado Mosen
Albaizelo, fiel imitador del inicuo traidor Judas, y hurtando
secretamente al niño Domingo, lo entregó a los infames judíos. Recibieron estos
la inocente víctima con extraordinario regocijo, y como su ánimo no era otro
que el de renovar el sacrificio que hicieron los de su secta con Jesucristo en
la cruz, clavando al niño en la pared por los pies y por las manos, le
traspasaron el costado con una lanza; pero temerosos de que se descubriese un
delito tan atroz, enterraron el cuerpo del ilustre Mártir a la orilla del rio
Ebro en el silencio de la noche.
No quiso el Señor, por quien había padecido
Domingo, que estuviese oculta una maldad tan execrable, y para descubrirla se
valió de uno de aquellos admirables prodigios que acostumbra su adorable
providencia. Vieron los guardas de las puertas de
Zaragoza repetidas noches descender del cielo luces muy resplandecientes sobre el
lugar en que enterraron los judíos el venerable cadáver; dieron noticia a la
ciudad de aquel fenómeno extraordinario, y cavando en el sitio hallaron el
cuerpo del ilustre Mártir sin la cabeza. Concurrió todo el pueblo a ver el
lastimoso espectáculo, y manifestando su dolor con tiernas lágrimas, lo
condujeron por entonces a la iglesia de San Gil, en cuyas puertas, pasados
algunos días, se manifestó al pueblo el niño puesto de rodillas milagrosamente.
Se publicó aquel prodigio por toda la
ciudad, y hallándose a la sazón obispo de Zaragoza, según parece, D. Arnaldo de
Peralta, varón de conocida piedad y de gran sabiduría, hizo que se formase una
procesión solemne con todo el clero, magistrados, nobles y ciudadanos, y que se
trasladase con toda solemnidad el cuerpo del insigne Mártir desde el templo de
San Gil a la iglesia de San Salvador, que por entonces era la catedral.
Habían echado los judíos la cabeza de
Domingo en el pozo de la misma casa en que ejecutaron el enorme atentado, y
queriendo el Señor que se descubriese con no menor prodigio que el que intervino
en la invención del cuerpo, apareció en el brocal del pozo un globo de luz a
manera de un sol resplandeciente, que dio motivo para extraer la preciosa
reliquia, que se colocó con el cuerpo en una costosa urna, donde se grabó la
inscripción siguiente: Aquí yace el beato Domingo del Val, mártir por el nombre de
Jesucristo.
Tuvieron las reliquias del ilustre Mártir
varias traslaciones, hasta la última que se hizo a la magnífica capilla donde
hoy existe un solo altar, sobre el cual se manifiesta un sepulcro de alabastro,
en el que está el cuerpo del Santo, excepto la cabeza que se conserva en una urna
de plata entre las reliquias del sagrario, la que se lleva a los enfermos, que
por su veneración y contacto consiguen saludables beneficios. Celebran con demostraciones festivas la fiesta de este
ilustre Mártir los infantes de coro de aquella santa iglesia; a cuyas
instancias el cardenal D. Francisco Baberino, cuando estuvo de legado
apostólico en España, certificado del martirio de santo Domingo, y de la gran
devoción que se le profesaba, concedió indulgencia plenaria a todos los fieles
que visitasen la capilla donde está el cuerpo del Santo desde las vísperas
hasta puesto el sol del dia 31 de agosto, que es en el que se celebra su
festividad, rogando a Dios por la exaltación de la santa fe católica, etc.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía
de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F.
de ISLA, de la misma Compañía.
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