Del origen, nacimiento y primeras acciones del bienaventurado ermitaño
san Mariano nada se sabe a punto fijo; solo sí que vivió en el territorio de
Bourges, antigua ciudad de Francia, durante el siglo VI. Pero, aunque se ignore quiénes fueron
los padres de este siervo de Dios, atendida su portentosa vida, debe colegirse que fueron sujetos verdaderamente cristianos y
de una conducta religiosa.
Consta sin embargo que fue rico y de ilustre
cuna, circunstancias que realzan los obstáculos que tuvo que vencer para dar de
mano a las tentaciones del mundo. En efecto, se veía nuestro Santo en el mayor auge
de juventud y riquezas, cuando movido de Dios oyó resonar en su corazón
aquellas palabras del Evangelio: «Quien no renuncia todo cuanto posee, y me
sigue, no puede ser discípulo mío;»
y en otra parte: «Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes, y dalo a
los pobres:» forma,
pues, el proyecto de hacerse pobre, y al mismo tiempo de elegir la vida más
humilde y penitente; y sin dar oídos a cuanto le sugerían las delicias
mundanas, vende cuanto tiene, lo distribuye a los pobres, y se prepara para una
vida de humillaciones y de asperezas. Luego sale en secreto de su casa, dirige
sus pasos a un desierto del mismo territorio de Bourges, y hallando en él una
cueva, inspirado del cielo la elige para su habitación.
Allí fue Mariano
un ejemplar modelo de un penitente anacoreta, castigando con los mayores
rigores su cuerpo, y mortificando con ayunos,
abstinencias y vigilias unos miembros que no había entregado a la iniquidad. Algunos
autores creen que nuestro Santo fue abad de un monasterio de monjes; pero la historia
escrita por san Gregorio Turonense ni aun
le da el nombre de monje, sino es el de ermitaño penitente, viviendo solo en
una cueva, y siendo la admiración de los pueblos circunvecinos. Sobre la
rígida penitencia que practicó en aquel sitio, resplandeció en él el espíritu
de la humildad más profunda, hasta tal punto, que fue visto varias veces,
siempre que tenía que beber, andar de rodillas desde su celdilla hasta el rio,
beber en la misma postura de humillación y penitencia, y volverse así a su
retiro.
Y el mismo espíritu de humildad le hizo
triunfar también de los honores que querían tributarle, de suerte que cuando
conocía que por sola curiosidad o por su alabanza le iban a hablar algunos, después
que fue descubierto, se hacía invisible a ellos.
Su oración era continua y fervorosa, donde
continuamente era arrebatado; y la principal ocupación suya era llorar
amargamente por los
pecados del mundo, suplicando a Dios por la conversión de los transgresores de su santa ley. En esto
emplearon siempre los justos sus
lágrimas y sus súplicas. Pero al mismo tiempo que Dios inspiraba a Mariano el
deseo de la conversión de las gentes, movía también a estas a buscarle para su instrucción y enseñanza. Así es que continuamente
concurrían a su ermita innumerables personas, poblando aquella soledad, y dejando desiertos los poblados. ¿Quién podrá explicar el fruto que se experimentó en
breve de la conversación y trato que
tuvieron con aquel santo ermitaño? Sus palabras, aunque humildes, estaban
todas inflamadas en el divino amor, del celo de la salvación de todos, y del
deseo del arrepentimiento de los mayores pecadores. Dios ayudaba a su predicación con
indecibles maravillas, y como hizo con los santos Apóstoles, le comunicó el don
de los milagros, para que por medio de curaciones de enfermos y socorro de
otras necesidades acudiesen con frecuencia a visitarle, y fueran más susceptibles de su doctrina.
Llegó finalmente el día en que nuestro Santo
debia recibir el galardón que Dios tiene ofrecido a los justos en premio de sus
trabajos. El Turonense describe la muerte de san Mariano de esta manera:
Un día que como otros fueron a visitarle en su
ermita mucha gente piadosa a oír aquellas palabras de vida eterna que salían de
la boca del santo anacoreta, no hallándole en su cueva, siguieron sus huellas,
y le encontraron muerto debajo de un manzano. Algunos aseguran que le
hallaron de rodillas como en actitud de contemplación; pero la opinión más común, según el
dicho Padre san Gregorio, era que, habiendo subido a aquel
árbol a coger su fruto, único del cual se alimentaba, y cayendo en tierra,
entregó su alma en manos de su Criador. La
circunstancia de hallarse muerto al pie de un manzano, aunque pareció casual,
no deja de ser misteriosa. Bajo un árbol de esta especie misma cayó nuestra madre
Eva, y murió espiritualmente ella y toda su triste descendencia; pero en otro
árbol recibimos nosotros nuestra resurrección y nuestra vida. Ya lo dio a
entender el Esposo de los Cánticos, cuando hablando con la Iglesia o nuestra
alma, con el nombre de Esposa suya, le dijo: Debajo de un árbol te resucité, Esposa, porque
debajo de otro llamado manzano fue donde tu primera madre fue violada y corrompida. En efecto, Jesucristo nuestro
Salvador eligió el árbol de la cruz para que con el precioso fruto que con él
estuvo pendiente pudiera el mundo resarcir su pérdida, y reparar la ruina que
experimentó en el paraíso por el maldito fruto del árbol prohibido. Así, aunque el manzano lo deparó el Señor para que san
Mariano hallase en él la muerte temporal, en el mismo quiso que hallase su vida
eterna por los méritos de Jesucristo, y por el fruto inestimable del sagrado
árbol de la vida.
No estuvo el Santo mucho tiempo postrado en
el suelo: el mismo que dijo por David que al paso
que abatiría a los orgullosos, elevaría a los justos humildes, y levantaría del
polvo a los pobrecillos justos; ese mismo inspiró a los que al tiempo que le
buscaban para rendirle sus respetos le habían encontrado muerto, a que levantasen
el cadáver, y le diesen honrosa sepultura. Así lo hicieron, mezclando las
lágrimas del dolor, en su pérdida, con las de júbilo, considerándole coronado
ya de honor y de gloria, y como amigo de Dios en su corte, más apto para ser su
protector y su padre. Le llevaron a Vannes, y colocado en su iglesia, le veneraron
desde entonces como a santo; culto que le tributaron por permiso de los
Prelados, y mucho más por divina inspiración, continuándolo el Señor con indecibles
maravillas. Pasados setecientos años después de la muerte del santo ermitaño
Mariano, por disposición del obispo de Limoges fueron sacadas las sagradas
reliquias de una pared que había sido su primera sepultura, y trasladadas procesionalmente
en una preciosa urna de plata a su altar ricamente adornado, para que los
fieles disfrutasen de su vista, y conociesen cuán honrados son los amigos del Señor.
Luego por todas partes se erigieron altares a su honor, se hicieron efigies
suyas, y cada cual procuraba tener o reliquia de su santo cuerpo, o estampa que
le representase; y todos, a medida de su devoción, conocieron que Dios honraba a
este santo Confesor, obrando por su medio repelidos milagros a favor de los que
dignamente le veneraban, y en castigo de los incrédulos que vituperaban su nombre.
Desde Francia vino a España la devoción de
los fieles y culto de las sagradas reliquias e imágenes de san Mariano,
progresando cada dia en este reino los obsequios que se le dedican, porque también
participa de su poderosa intercesión y favores. Por concesión del papa
Pio VII se celebra anualmente su fiesta tal dia como hoy, con
misa propia habiendo concedido además en breve de 9 de abril de 1810 una
indulgencia plenaria visitando la capilla del Santo desde las primeras vísperas
de su festividad hasta ponerse el sol de este dia. A imitación del Soberano
Pontífice, varios Obispos, y Prelados concedieron también un sin número de
indulgencias; indicando así con sus santas concesiones el deseo que les animaba
de propagar la veneración y culto de tan glorioso Santo. (Extrac. de
la vida escrita por el P. Echeverría).
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía
de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F.
de ISLA, de la misma Compañía.
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