jueves, 19 de agosto de 2021

SAN MARIANO, CONFESOR Y ERMITAÑO. —19 de agosto.



Del origen, nacimiento y primeras acciones del bienaventurado ermitaño san Mariano nada se sabe a punto fijo; solo sí que vivió en el territorio de Bourges, antigua ciudad de Francia, durante el siglo VI. Pero, aunque se ignore quiénes fueron los padres de este siervo de Dios, atendida su portentosa vida, debe colegirse que fueron sujetos verdaderamente cristianos y de una conducta religiosa.

 

 

   Consta sin embargo que fue rico y de ilustre cuna, circunstancias que realzan los obstáculos que tuvo que vencer para dar de mano a las tentaciones del mundo. En efecto, se veía nuestro Santo en el mayor auge de juventud y riquezas, cuando movido de Dios oyó resonar en su corazón aquellas palabras del Evangelio: «Quien no renuncia todo cuanto posee, y me sigue, no puede ser discípulo mío;» y en otra parte: «Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres:» forma, pues, el proyecto de hacerse pobre, y al mismo tiempo de elegir la vida más humilde y penitente; y sin dar oídos a cuanto le sugerían las delicias mundanas, vende cuanto tiene, lo distribuye a los pobres, y se prepara para una vida de humillaciones y de asperezas. Luego sale en secreto de su casa, dirige sus pasos a un desierto del mismo territorio de Bourges, y hallando en él una cueva, inspirado del cielo la elige para su habitación.

 

 

   Allí fue Mariano un ejemplar modelo de un penitente anacoreta, castigando con los mayores rigores su cuerpo, y mortificando con    ayunos, abstinencias y vigilias unos miembros que no había entregado a la iniquidad. Algunos autores creen que nuestro Santo fue abad de un monasterio de monjes; pero la historia escrita por san Gregorio Turonense ni aun le da el nombre de monje, sino es el de ermitaño penitente, viviendo solo en una cueva, y siendo la admiración de los pueblos circunvecinos. Sobre la rígida penitencia que practicó en aquel sitio, resplandeció en él el espíritu de la humildad más profunda, hasta tal punto, que fue visto varias veces, siempre que tenía que beber, andar de rodillas desde su celdilla hasta el rio, beber en la misma postura de humillación y penitencia, y volverse así a su retiro.

 

 

   Y el mismo espíritu de humildad le hizo triunfar también de los honores que querían tributarle, de suerte que cuando conocía que por sola curiosidad o por su alabanza le iban a hablar algunos, después que fue descubierto, se hacía invisible a ellos.

 

 

   Su oración era continua y fervorosa, donde continuamente era arrebatado; y la principal ocupación suya era llorar amargamente por los pecados del mundo, suplicando a Dios por la conversión de los transgresores de su santa ley. En esto emplearon siempre los justos sus lágrimas y sus súplicas. Pero al mismo tiempo que Dios inspiraba a Mariano el deseo de la conversión de las gentes, movía también a estas a buscarle para su instrucción y enseñanza. Así es que continuamente concurrían a su ermita innumerables personas, poblando aquella soledad, y dejando desiertos los poblados. ¿Quién podrá explicar el fruto que se experimentó en breve de la conversación y trato que tuvieron con aquel santo ermitaño? Sus palabras, aunque humildes, estaban todas inflamadas en el divino amor, del celo de la salvación de todos, y del deseo del arrepentimiento de los mayores pecadores. Dios ayudaba a su predicación con indecibles maravillas, y como hizo con los santos Apóstoles, le comunicó el don de los milagros, para que por medio de curaciones de enfermos y socorro de otras necesidades acudiesen con frecuencia a visitarle, y fueran más susceptibles de su doctrina.

 

 

   Llegó finalmente el día en que nuestro Santo debia recibir el galardón que Dios tiene ofrecido a los justos en premio de sus trabajos. El Turonense describe la muerte de san Mariano de esta manera:

 

 




   Un día que como otros fueron a visitarle en su ermita mucha gente piadosa a oír aquellas palabras de vida eterna que salían de la boca del santo anacoreta, no hallándole en su cueva, siguieron sus huellas, y le encontraron muerto debajo de un manzano. Algunos aseguran que le hallaron de rodillas como en actitud de contemplación; pero la opinión más común, según el dicho Padre san Gregorio, era que, habiendo subido a aquel árbol a coger su fruto, único del cual se alimentaba, y cayendo en tierra, entregó su alma en manos de su Criador. La circunstancia de hallarse muerto al pie de un manzano, aunque pareció casual, no deja de ser misteriosa. Bajo un árbol de esta especie misma cayó nuestra madre Eva, y murió espiritualmente ella y toda su triste descendencia; pero en otro árbol recibimos nosotros nuestra resurrección y nuestra vida. Ya lo dio a entender el Esposo de los Cánticos, cuando hablando con la Iglesia o nuestra alma, con el nombre de Esposa suya, le dijo: Debajo de un árbol te resucité, Esposa, porque debajo de otro llamado manzano fue donde tu primera madre fue violada y corrompida. En efecto, Jesucristo nuestro Salvador eligió el árbol de la cruz para que con el precioso fruto que con él estuvo pendiente pudiera el mundo resarcir su pérdida, y reparar la ruina que experimentó en el paraíso por el maldito fruto del árbol prohibido. Así, aunque el manzano lo deparó el Señor para que san Mariano hallase en él la muerte temporal, en el mismo quiso que hallase su vida eterna por los méritos de Jesucristo, y por el fruto inestimable del sagrado árbol de la vida.

 

 

   No estuvo el Santo mucho tiempo postrado en el suelo: el mismo que dijo por David que al paso que abatiría a los orgullosos, elevaría a los justos humildes, y levantaría del polvo a los pobrecillos justos; ese mismo inspiró a los que al tiempo que le buscaban para rendirle sus respetos le habían encontrado muerto, a que levantasen el cadáver, y le diesen honrosa sepultura. Así lo hicieron, mezclando las lágrimas del dolor, en su pérdida, con las de júbilo, considerándole coronado ya de honor y de gloria, y como amigo de Dios en su corte, más apto para ser su protector y su padre. Le llevaron a Vannes, y colocado en su iglesia, le veneraron desde entonces como a santo; culto que le tributaron por permiso de los Prelados, y mucho más por divina inspiración, continuándolo el Señor con indecibles maravillas. Pasados setecientos años después de la muerte del santo ermitaño Mariano, por disposición del obispo de Limoges fueron sacadas las sagradas reliquias de una pared que había sido su primera sepultura, y trasladadas procesionalmente en una preciosa urna de plata a su altar ricamente adornado, para que los fieles disfrutasen de su vista, y conociesen cuán honrados son los amigos del Señor. Luego por todas partes se erigieron altares a su honor, se hicieron efigies suyas, y cada cual procuraba tener o reliquia de su santo cuerpo, o estampa que le representase; y todos, a medida de su devoción, conocieron que Dios honraba a este santo Confesor, obrando por su medio repelidos milagros a favor de los que dignamente le veneraban, y en castigo de los incrédulos que vituperaban su nombre.

 

 

   Desde Francia vino a España la devoción de los fieles y culto de las sagradas reliquias e imágenes de san Mariano, progresando cada dia en este reino los obsequios que se le dedican, porque también participa de su poderosa intercesión y favores. Por concesión del papa Pio VII se celebra anualmente su fiesta tal dia como hoy, con misa propia habiendo concedido además en breve de 9 de abril de 1810 una indulgencia plenaria visitando la capilla del Santo desde las primeras vísperas de su festividad hasta ponerse el sol de este dia. A imitación del Soberano Pontífice, varios Obispos, y Prelados concedieron también un sin número de indulgencias; indicando así con sus santas concesiones el deseo que les animaba de propagar la veneración y culto de tan glorioso Santo. (Extrac. de la vida escrita por el P. Echeverría).

 



AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 


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