Durante
la persecución del emperador Diocleciano, Urbano, presidente de la Palestina,
señalóse por su furor contra los cristianos. Otra de las gloriosas víctimas de
su crueldad fué san Timoteo, cuyo único delito
había sido confesar públicamente la fe de Jesucristo. Después de ser inhumanamente
azotado fué extendido sobre el caballete, donde sufrió horribles tormentos,
hasta que quemado a fuego lento consumó victoriosamente su martirio en la ciudad
de Gaza el día 1. ° de mayo del año 304.
Al mismo tiempo, los
santos Agapio y Tecla eran
conducidos a Cesárea por orden del propio presidente, después
de haberlos hecho atormentar por medio de varios suplicios. Llegados á aquella
ciudad, fueron expuestos a las fieras, que despedazaron a Tecla, dejando
intacto á Agapio, que fué otra vez conducido a la cárcel, donde permaneció por
espacio de dos años, maltratado de continuo. En fin, el cesar Maximiano
Daía dio orden para que lo decapitasen si continuaba en no querer abjurar el
cristianismo. Los largos sufrimientos no habían abatido la constancia y el
valor del dichoso atleta, y el diferirse su corona no hacía más que aumentar
los vivos deseos que le animaban de reunirse con sus compañeros. Lo expusieron de nuevo a las fieras en el anfiteatro, en
el que un oso se precipitó sobre él y lo magulló; pero no le quitó la vida, y
al día siguiente fué arrojado al mar, donde acabó sus días.
LA LEYENDA DE ORO—1853.
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