Jesucristo
nuestro Señor, que para manifestar lo grande de su poder, la eficacia de su
gracia y lo extenso de su misericordia, llamó a un publicano al apostolado, honró
también con la gloria del martirio a san Ginés, sacándole del teatro y de la
escuela más infame del vicio y de las pasiones, objeto del odio de los santos
Padres de la Iglesia, de los pastores celosos, y de los hombres amantes sinceros
de la virtud; y haciéndole de representante y burlador de Cristianos confesor
de su santa fe.
Se halló presente
Ginés, aunque de oculto, al tiempo que se celebró un bautismo; y visto las
ceremonias que allí se practicaban, y comunicado con los que les ayudaban a sus
comedias, pensó hacer representación de ello, persuadido de que agradaría al
emperador Diocleciano. Estando, pues, un dia presente el Emperador y
toda Roma para verle representar, fingió que estaba malo, y se echó en una
cama. Llamó a los que le habían de ayudar al entremés, y como que eran sus
criados, les dijo: «Malo me siento, y pesado: quisiera aliviarme.» Era muy grueso de carnes.
Respondieron los criados: «¿Qué podemos hacer nosotros para aliviarte? — «Insensatas criaturas, replicó; yo he resuelto morir
cristiano para que Dios me reciba en este dia de mi muerte, como quien busca su
salvación huyendo dé la idolatría y de la superstición». Entonces llamaron un presbítero y un
exorcista, esto es, dos actores que representaban aquel carácter, los cuales,
poniéndose a su lado, dijeron: «Bien, hijo, ¿para qué nos habéis llamado?» Al llegar a este punto de la farsa se
sintió Ginés verdaderamente convertido por una inspiración poderosísima de
Dios, y respondió, no en juego ya, sino seriamente: «Porque deseo recibir la
gracia de Jesucristo, y volver a nacer, para verme libre de mis pecados.» Los otros actores procediendo todavía
mímicamente practicaron en él todas las ceremonias del Bautismo; pero él
respondía siempre a las preguntas fervorosamente, y al bautizarle en efecto le
vistieron blancas ropas. Después de esto venían otros actores vestidos de soldados,
para seguir el juego de su representación; le cogieron y le presentaron ante el
tribunal para que fuese juzgado. De todo esto gustaba mucho Diocleciano, y gustaban
todos los circunstantes, pareciéndoles que era irrisión y burla dé los
Cristianos, cuando el negocio iba de veras; porque mandando el fingido juez
traer allí un ídolo de Venus, y mandando a Ginés que le adorase o se aparejase a
los tormentos, él levantándose con los vestidos blancos, con que acostumbraban
vestirse los Cristianos por ocho días después que eran bautizados, puesto
delante la estatua de Venus, y vuelto a Diocleciano, le dijo: «Óyeme, Emperador, y todos
cuantos presentes estáis, oficiales del ejército, filósofos, senadores y
pueblo, lo que os voy a decir. Jamás pude ni aun oír el nombre de cristiano,
antes me llenaba de horror al escucharle, y detestaba a mis mismos parientes
porque profesaban aquella Religión. Procuré con vana curiosidad ver los misterios
de los Cristianos, para que en público, imitándolos burlando, moviese al pueblo
a risa, más al tiempo que yo pedí el Bautismo, dentro de mí mismo sentí un remordimiento
de conciencia acerca de mi vida, gastada toda en maldades; tanto que me provocó
a dolerme y tener pesar por haber sido malo: y al tiempo que desnudo me
quisieron echar el agua sobre mi cabeza, y me preguntaron si creía lo que los
Cristianos creen, levantando los ojos en lo alto, vi una mano que bajaba del cielo
sobre mí, y vi Ángeles con rostros de fuego, que de un libro recitaban todos
los pecados que en mi vida cometí. Dijeronme: De todos estos serás
limpio con esta agua con que quieres ahora ser bautizado, si lo deseas. Yo que así lo deseé y
pedí, luego que cayó sobre mí el agua vi la escritura del libro borrada, sin
que en él quedase señal alguna de letras. Mira, pues, o Emperador, y mirad vosotros,
o romanos, lo que es justo que haga: yo pretendí agradar al emperador de la
tierra, y hallé gracia con el Emperador del cielo; procuré causar risa en los hombres,
y causé alegría en los Ángeles; y por tanto digo que confieso de hoy más a
Jesucristo por verdadero Dios; y os amonesto que todos conmigo hagáis lo mismo,
y que salgáis de las tinieblas de que yo he salido.»
Airado sumamente Diocleciano al oír estas
palabras, mandó prenderle, luego apalearle
inhumanamente, y después llevarle a la cárcel. Al siguiente dia mandó a
un prefecto, llamado Plutiano, que le atormentase
cruelmente hasta que negase a Cristo. Le pusieron en el ecúleo, le rasgaron los
costados con uñas de hierro, y le aplicaron en ellos hachas encendidas. El
Mártir sufrió todos estos tormentos con la mayor constancia, desafiando aun a
Plutiano a inventarlos más exquisitos. Avisó de esto el Prefecto al Emperador,
quien mandó que le cortasen la cabeza, y así se hizo por los años del Señor
303, imperando Diocleciano, como se ha dicho.
(Además de este san Ginés representante y de san Ginés de Arles, hay otro
san Ginés confesor, cuyo cuerpo, según lo refiere Villegas, está junto a
Cartagena en España).
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía
de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F.
de ISLA, de la misma Compañía.
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