jueves, 26 de agosto de 2021

SAN GINÉS, EL REPRESENTANTE, MÁRTIR. —25 DE AGOSTO.



   Jesucristo nuestro Señor, que para manifestar lo grande de su poder, la eficacia de su gracia y lo extenso de su misericordia, llamó a un publicano al apostolado, honró también con la gloria del martirio a san Ginés, sacándole del teatro y de la escuela más infame del vicio y de las pasiones, objeto del odio de los santos Padres de la Iglesia, de los pastores celosos, y de los hombres amantes sinceros de la virtud; y haciéndole de representante y burlador de Cristianos confesor de su santa fe.

 


 

   Se halló presente Ginés, aunque de oculto, al tiempo que se celebró un bautismo; y visto las ceremonias que allí se practicaban, y comunicado con los que les ayudaban a sus comedias, pensó hacer representación de ello, persuadido de que agradaría al emperador Diocleciano. Estando, pues, un dia presente el Emperador y toda Roma para verle representar, fingió que estaba malo, y se echó en una cama. Llamó a los que le habían de ayudar al entremés, y como que eran sus criados, les dijo: «Malo me siento, y pesado: quisiera aliviarme.» Era muy grueso de carnes. Respondieron los criados: «¿Qué podemos hacer nosotros para aliviarte? «Insensatas criaturas, replicó; yo he resuelto morir cristiano para que Dios me reciba en este dia de mi muerte, como quien busca su salvación huyendo dé la idolatría y de la superstición». Entonces llamaron un presbítero y un exorcista, esto es, dos actores que representaban aquel carácter, los cuales, poniéndose a su lado, dijeron: «Bien, hijo, ¿para qué nos habéis llamado?» Al llegar a este punto de la farsa se sintió Ginés verdaderamente convertido por una inspiración poderosísima de Dios, y respondió, no en juego ya, sino seriamente: «Porque deseo recibir la gracia de Jesucristo, y volver a nacer, para verme libre de mis pecados.» Los otros actores procediendo todavía mímicamente practicaron en él todas las ceremonias del Bautismo; pero él respondía siempre a las preguntas fervorosamente, y al bautizarle en efecto le vistieron blancas ropas. Después de esto venían otros actores vestidos de soldados, para seguir el juego de su representación; le cogieron y le presentaron ante el tribunal para que fuese juzgado. De todo esto gustaba mucho Diocleciano, y gustaban todos los circunstantes, pareciéndoles que era irrisión y burla dé los Cristianos, cuando el negocio iba de veras; porque mandando el fingido juez traer allí un ídolo de Venus, y mandando a Ginés que le adorase o se aparejase a los tormentos, él levantándose con los vestidos blancos, con que acostumbraban vestirse los Cristianos por ocho días después que eran bautizados, puesto delante la estatua de Venus, y vuelto a Diocleciano, le dijo: «Óyeme, Emperador, y todos cuantos presentes estáis, oficiales del ejército, filósofos, senadores y pueblo, lo que os voy a decir. Jamás pude ni aun oír el nombre de cristiano, antes me llenaba de horror al escucharle, y detestaba a mis mismos parientes porque profesaban aquella Religión. Procuré con vana curiosidad ver los misterios de los Cristianos, para que en público, imitándolos burlando, moviese al pueblo a risa, más al tiempo que yo pedí el Bautismo, dentro de mí mismo sentí un remordimiento de conciencia acerca de mi vida, gastada toda en maldades; tanto que me provocó a dolerme y tener pesar por haber sido malo: y al tiempo que desnudo me quisieron echar el agua sobre mi cabeza, y me preguntaron si creía lo que los Cristianos creen, levantando los ojos en lo alto, vi una mano que bajaba del cielo sobre mí, y vi Ángeles con rostros de fuego, que de un libro recitaban todos los pecados que en mi vida cometí. Dijeronme: De todos estos serás limpio con esta agua con que quieres ahora ser bautizado, si lo deseas. Yo que así lo deseé y pedí, luego que cayó sobre mí el agua vi la escritura del libro borrada, sin que en él quedase señal alguna de letras. Mira, pues, o Emperador, y mirad vosotros, o romanos, lo que es justo que haga: yo pretendí agradar al emperador de la tierra, y hallé gracia con el Emperador del cielo; procuré causar risa en los hombres, y causé alegría en los Ángeles; y por tanto digo que confieso de hoy más a Jesucristo por verdadero Dios; y os amonesto que todos conmigo hagáis lo mismo, y que salgáis de las tinieblas de que yo he salido.»

 




 

   Airado sumamente Diocleciano al oír estas palabras, mandó prenderle, luego apalearle inhumanamente, y después llevarle a la cárcel. Al siguiente dia mandó a un prefecto, llamado Plutiano, que le atormentase cruelmente hasta que negase a Cristo. Le pusieron en el ecúleo, le rasgaron los costados con uñas de hierro, y le aplicaron en ellos hachas encendidas. El Mártir sufrió todos estos tormentos con la mayor constancia, desafiando aun a Plutiano a inventarlos más exquisitos. Avisó de esto el Prefecto al Emperador, quien mandó que le cortasen la cabeza, y así se hizo por los años del Señor 303, imperando Diocleciano, como se ha dicho.

 



 

   (Además de este san Ginés representante y de san Ginés de Arles, hay otro san Ginés confesor, cuyo cuerpo, según lo refiere Villegas, está junto a Cartagena en España).

 

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 

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