Fue san Ginés natural
de la ciudad de Arles de Francia: era de poca edad y no se había bautizado;
pero pretendía bautizarse, habiendo dado su nombre en la iglesia, y se hecho
catecúmeno. Su oficio era de escribano o notario público. Aconteció prevenirle
el juez que escribiese una provisión sacrílega, mandando que todos los Cristianos
fuesen muertos donde quiera que se hallasen. Ginés no solo no quiso obedecer
escribiéndola, sino que, arrojando el puntero en que entonces se escribía, se
fué de allí. Enojado el juez mandó a sus ministros que le siguiesen y le
quitasen la vida.
Entendió Ginés el peligro, y envió a rogar a un obispo que le bautizase; el
cual o impedido por otros negocios, o por examinar mejor la disposición con que
Ginés le pedía el Bautismo, le hizo contestar, que no tuviese pena, que,
si padecía por Cristo, por medio del Bautismo de sangre alcanzaría la vida
eterna. Fuese
Ginés hacia el rio Ródano, pasó a la otra parte para esconderse; pero siendo alcanzado de los verdugos que le seguían, le dieron
la muerte, y dejaron su sagrado cuerpo allí tendido en el suelo. Le tomaron los
Cristianos y le trajeron a esta otra parle del Ródano, y allí le sepultaron. Y
de esta manera consagró Ginés las dos riberas de aquel rio, la una con su
sangre y la otra con su cuerpo. Fue su martirio a principios del siglo IV.
Cuenta san Hilario, obispo de Arles, un milagro que acaeció estando él presente, y
fue, que celebrándose en aquella ciudad con mucha solemnidad la fiesta de este glorioso
Santo, iba mucha gente a su iglesia, y habían de pasar un puente del rio Ródano:
cargó sobre él tanta multitud al tiempo que se había de celebrar el oficio, que
se hundió. Fue cosa de grande lástima y que causaba horror los muchos que cayeron,
hombres, mujeres y niños, junto con las piedras del puente. Estaba allí el
obispo que a la sazón era de Arles, llamado Honorato, gran siervo de Dios; se puso
de rodillas pidiendo a san Ginés alcanzase de Dios remedio para toda aquella
gente, que por irle a honrar padecía tal desgracia. ¡Oh cosa maravillosa!
exclama san Hilario: no había concluido su petición Honorato,
cuando comenzaron a salir del rio, sanos y sin lesión alguna, cuantos en él habían
caído; ninguno quedó ahogado, ninguno tullido, ni manco, ni descalabrado, todos
salieron mojados; y todos muy alegres, viéndose libres de tan gran desastre, se
abrazaban unos a otros. No faltó a hombre capa o espada, ni a mujer manto o
rosario, todos se vieron en peligro de muerte; y ninguno murió, ni padeció otro
mal que mojarse. Pasaron en barcas el rio, y fueron a la iglesia de San Ginés a
dar gracias a Dios por la merced que les había hecho, y celebraron con mayor
regocijo que otros años la fiesta del Santo, por Cuyos merecimientos habían
salido de aquel peligro.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía
de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F.
de ISLA, de la misma Compañía.
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