El
ilustrísimo diácono y mártir san Vicente nació en la ciudad de Huesca y se crio
en la de Zaragoza del reino de Aragón.
Desde niño se inclinó a las obras de piedad y
a las letras y finalmente fue ordenado de diácono
por san Valerio, obispo de Zaragoza, el cual, por ser ya viejo e impedido de la
lengua, encomendó a san Vicente el oficio de predicar.
Eran emperadores en este tiempo Diocleciano
y Maximiano, y enviaron a España al presidente Daciano, el cual llegando a Zaragoza
hizo grande estrago en la Iglesia de Dios.
Prendió a san
Valerio y a san Vicente y los mandó llevar a la ciudad de Valencia a pie
cruelmente atormentado.
Le tendieron
pues sobre el potro y con cuerdas a los pies y a las manos le descoyuntaron los
sagrados miembros; le rasgaron después el pecho y las espaldas con uñas
aceradas hasta descubrirle los huesos.
En todos estos suplicios no dio el santo mártir
ni un gemido, ni derramó una lágrima; antes decía a los atormentadores: ¡Qué
flacos sois! ¡por más valientes os tenía!
Entonces le
extendieron en una cama de hierro ardiendo, y le abrasaron los costados con
planchas encendidas, poniéndole sal en las llagas; y como siguiese el valeroso
soldado de Cristo haciendo burla de los sayones y de Daciano, viéndose éste
vencido, mandó que le echasen de nuevo a la cárcel.
Se descubrió en aquella cárcel obscura y
tenebrosa una luz venida del cielo; se sintió una fragancia
suavísima y bajaron ángeles a visitar al santo mártir.
Se turbaron los guardias creyendo que san
Vicente se había huido: más él les dijo: No he huido, no: aquí estoy;
aquí estaré; entrad, y gustad parte del consuelo que Dios me ha enviado; que
por aquí conoceréis cuán grande es el Rey a quien yo sirvo; y después de
haberos enterado de esta verdad, decidle a Daciano de mi parte, que prepare
nuevos tormentos, porque yo estoy sano y dispuesto a nuevos martirios.
El día siguiente Daciano, viéndole curado de
sus heridas le mandó acostar en una cama blanda y regalada, y en ella le mostró
el glorioso mártir que aborrecía más las delicias que las penas, porque en
aquel regalo dio su espíritu al Señor.
Arrojado el
sagrado cadáver a los perros, y a las olas del mar, fué preservado
milagrosamente, y sepultado fuera de los muros de la ciudad en una iglesia que
después se dedicó al Señor en honor del mártir.
Reflexión: Cualquiera
que imagine, dice san Agustín, que san
Vicente padeció con sus propias fuerzas este martirio, se engaña y torpemente
yerra, y el que pensara tener ánimo para vencer con su paciencia tales
suplicios, es vencido por su soberbia, porque si en este martirio consideramos
la paciencia humana, se nos hace increíble, más si ponemos los ojos en el poder
divino, deja de ser admirable.
En aquella horrible carnicería y crueldad de
tormentos, no parecía, sino que uno era el que padecía, y otro el que hablaba.
Y
así era: porque Dios armaba al santo mártir de tan
divina fortaleza, que los tormentos le parecían regalos, el fuego refrigerio y
la muerte vida, peleando a porfía la soberbia y el furor de Daciano y el ánimo
y fervor del santo mártir: pero antes se cansó Daciano de atormentarle, que
Vicente de reírse de sus tormentos.
Oración:
Oh Dios omnipotente, que no permitiste
que el bienaventurado diácono Vicente fuese atemorizado con amenazas, ni
vencido con tormentos, te rogamos que nos esfuerces para sufrir con invencible
constancia las adversidades de este mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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