Dice el santo Evangelio, que, llegado el octavo
día del nacimiento de Cristo, en el cual, conforme a la ley de Moisés, debía ser
circuncidado el Niño, aunque no le obligaba aquel precepto, padeció el cuchillo
de la circuncisión y entonces fué llamado Jesús, nombre que le puso el ángel, ya
antes de que fuese concebido. (Luc n, 21.) Comienza, pues, a derramar
sangre el Niño divino en el mismo día y hora en que es llamado Jesús. Había Dios instituido la Circuncisión, y dándosela a
Abraham para que fuese una señal del concierto que había hecho con El y su
pueblo, de cuya sangre había de nacer el Mesías, y sobre todo para borrar con aquel
sacramento el pecado original, aunque no se borraba por la virtud y eficacia de
la circuncisión, sino por la profesión de fe que en ella se hacía. Exento
estaba de aquella ley, el que como Dios era el supremo legislador, y como
hombre no había sido concebido por obra de varón, ni había contraído la deuda
del pecado original. Pero quiso darnos ejemplo de obediencia,
sujetándose voluntariamente a aquella ley divina; de profundísima humildad, recibiendo
en sí la divisa propia de los hombres pecadores; de mortificación y paciencia, padeciendo
en su delicadísima carne aquella dolorosa herida de la circuncisión; y de
caridad ardentísima, comenzando ya a padecer y derramar sangre como tierno
cordero sin mancilla, que venía a quitar los pecados del mundo. Este es
el amor de nuestro Redentor divino; y por esta causa es llamado Jesús, que quiere decir Salvador. Dice el evangelista san Lucas que este nombre de Jesús vino del cielo, y que el ángel san
Gabriel le declaró antes que el Niño fuese concebido; para darnos a entender
que el Padre eterno dio ese nombre a su benditísimo Hijo para significar con él
su grandeza, su excelencia y majestad, y el oficio de salvar a los hombres a
que venía.
De
manera que cuando oigas este nombre adorable, has de representarte en tu corazón
un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que siempre está dispuesto
a perdonar todos tus pecados, a restituir a tu alma la vida y hermosura de la
gracia, a librarte de la servidumbre del demonio y recibirte en la compañía de
los hijos de Dios. ¡Oh Nombre glorioso! ¡oh
Nombre dulce, Nombre suave, Nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado
por Dios, traído del cielo, pronunciado por los ángeles y deseado en todos los
siglos! Dice el apóstol: «El que invocare este Nombre será salvo». (Rom. 10, 13).
Traigamos,
pues, este Nombre en los labios y en el corazón, y pronunciémoslo con suma
reverencia, invoquémoslo en nuestras tentaciones y peligros, y en nuestro
último trance sea la última palabra que balbuceen nuestros labios moribundos: ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
Reflexión: El día en que el Hijo eterno de Dios es llamado Jesús y
comienza a derramar sangre por tu amor, tú comienzas un nuevo año de vida;
¿qué has de hacer, pues, sino consagrarte del todo
al Señor desde las primeras horas del año nuevo?
Dile al Niño
Jesús circuncidado, que también quieres circuncidar tu corazón, como enseña el
apóstol (Filipenses 3, 3), cortando de él todos los deseos carnales y
mundanos, y que sea lo que fuere de tu vida pasada, desde hoy sólo quieres
vivir conforme a su santísima y divina voluntad.
Año nuevo, vida nueva.
Oración: Oh Dios, que
comunicaste al género humano el premio de la eterna salud por la fecunda
virginidad de la bienaventurada Virgen María, concédenos la gracia de
experimentar la intercesión de aquella Virgen, por la que recibimos el Autor de
la vida, Jesucristo Señor nuestro, que contigo vive y reina por
los siglos de los siglos. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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