El gloriosísimo y apostólico varón san Vicente Ferrer, nació en
la ciudad de Valencia, de la noble familia de los Ferrers, y fue hermano de
Bonifacio Ferrer, gran jurista y después prior general de la Cartuja.
Desde
su niñez juntaba el santo a otros muchachos y les decía: «Oídme, niño, y juzgad si
soy buen predicador » y haciendo la señal de la cruz, refería
algunas razones de las que había oído a los predicadores en Valencia, imitando la
voz y los meneos, de ellos tan vivamente, que dejaba admirados a los que le
oían.
En llegando a la edad
de diez y ocho años tomó el hábito del glorioso santo Domingo, y vino a ser un
perfecto retrato de la vida religiosa. Hizo sus estudios en los conventos de
Barcelona y Lérida, y en esta universidad le graduaron de Maestro en teología,
para dar principio a su carrera apostólica.
Era muy agraciado y de gentil disposición, y
habiéndosele aficionado y queriendo traerle a mal algunas mujeres, él las ganó
para Cristo.
En el
espacio de diez y ocho años, sólo dejó de predicar quince días, y siempre fue raro
y estupendo el fruto de sus sermones no sólo en España, mas también en Francia,
Inglaterra, Escocia, Irlanda, Piamonte, Lombardía y buena parte de Italia; y
predicando en su lengua valenciana en estas naciones, le entendían como si
predicara en la lengua de aquellos países, que es don raro y apostólico.
En sola España, convirtió más de veinticinco mil judíos y
diez y ocho mil moros. Muchos pecadores convertidos y otra gente sin número le
seguían de pueblo en pueblo, y eran tantos, que hubo vez que se hallaron ochenta
mil, y hacían procesiones muy devotas y solemnes, disciplinándose terriblemente
y derramando mucha sangre en memoria de la Pasión del Señor y en satisfacción
de sus pecados, y eran tantos los disciplinantes, que había tiendas de
disciplinas como si fuera feria de azotes.
Los milagros que obró el Señor por san Vicente
fueron tantos, que de solos cuatro procesos que se hicieron en Aviñón, Tolosa,
Nantes y Nápoles, se sacan, sin los demás, ochocientos y sesenta.
En España hasta los mismos reyes de Aragón
salían a recibirle; le llamaron el emperador Segismundo, el rey de Inglaterra, y
hasta el rey de Granada, con ser moro: y todos le miraban como hombre más divino que humano.
A la muerte de Martín de Aragón fue elegido
para las cortes de Aragón, Valencia y Cataluña, y declaró por rey al infante de
Castilla don Juan el primero.
Finalmente habiendo este predicador divino abierto el
cielo a innumerables almas, dio su espíritu al que para tanta gloria suya le
había criado.
Murió a la edad de setenta y cinco años, en
la ciudad de Nantes, acudiendo tanta gente a reverenciarlo, que por espacio de
tres días no se pudo sepultar.
Reflexión:
Vino una vez
a confesarse con el Santo un gran pecador, y después de haberle oído, le mandó
hacer siete años de penitencia.
Estaba
el hombre tan contrito, que le pareció poca la penitencia, y le dijo: «Oh padre mío;
y ¿pensáis que con esto me podré salvar?
Sí, hijo, le dijo el santo:
“ayuna solo tres días a pan y agua”. Lloraba el pecador
amargamente, y vista su contrición le tornó san Vicente a decir que rezase solo
tres padre nuestros; y en acabando de decir el primero, murió allí de puro
dolor, y apareció al santo y le dijo que estaba en la gloria sin haber pasado
por el purgatorio por haberle tomado Dios aquel dolor en cuenta por sus
pecados.
Oración:
Oh Dios, que te dignaste ilustrar a tu Iglesia con los
merecimientos y con la predicación de tu confesor el bienaventurado Vicente;
concédenos a nosotros, humildes siervos tuyos, que imitemos sus ejemplos, y que
por su protección seamos libres de todas las cosas adversas. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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