La gloriosa virgen y fortísima mártir de Cristo santa Engracia
era hija de un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo
concertado de casarla con un duque del Rosellón, o capitán de aquella frontera
de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de diez y
ocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato,
Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano,
Evencio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y Jenaro: y estos cuatro
últimos tenían por sobrenombre Saturninos.
Se hallaba esta ilustre comitiva en
Zaragoza, cuando Daciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de
los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más
horribles tormentos.
Entonces armada de Dios, la virgen santa Engracia se presentó
con sus diez y ocho compañeros cristianos, ante el tribunal del inicuo juez, y
le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y
vestídose de la crueldad de fiera, vertiendo tanta sangre de hombres inocentes,
que no tenían otra culpa sino adorar al solo Dios verdadero.
Quedó Daciano pasmado, y pensativo sobre lo que había de
hacer con aquella nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero al
fin pudo en él más su cruel naturaleza, que la humanidad, ni otro algún buen respeto;
y mandó prender y azotar rigurosamente a la santa virgen y a aquellos diez y
ocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza, hizo
arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad.
Le despedazaron después sus virginales carnes con uñas de
hierro, le dislocaron los miembros, le cortaron el pecho izquierdo, y cuando
todo su santo cuerpo estuvo hecho una llaga, la cubrieron con una larga
vestidura, y la dejaron así para que con los dolores de sus heridas se prolongase
su martirio y se dilatase la muerte.
Y como ella perseverase en la confesión de Jesucristo,
Daciano, irritado por aquella invencible constancia, mandó que le hincasen un
clavo en la frente.
Todavía se muestra en la cabeza de la santa el
agujero de aquel clavo, en cuyo tormento la fidelísima esposa del Señor acabó
de recibir la corona del martirio.
Finalmente a los diez y ocho caballeros mandó el
procónsul degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con santa
Engracia la palma de gloriosos mártires de Jesucristo.
Se conservan con gran veneración las
preciosas reliquias de la santa en la cripta del templo de su nombre,
magníficamente restaurado en nuestros días en la capital de Aragón. En un
depósito del mismo sepulcro están las de san Lupercio, y en otro sepulcro de
mármol las de los otros santos compañeros cuyos huesos son de color de rosa y
despiden fragante olor.
Reflexión:
Pues
¿quién no ve
en el martirio de la gloriosa virgen Engracia y de los otros mártires, la
omnipotencia y fortaleza de Dios, la desventura del hombre y la vana astucia y
crueldad de Satanás?
El cual inflamó a Daciano para que atormentase con
exquisitas penas a una tierna doncella, y procurase extinguir el culto del verdadero
Dios; mas el demonio quedó burlado, Daciano confuso, la virgen triunfando, Dios
glorificado, propagada su santa religión, y la ciudad de Zaragoza ilustrada con
los trofeos de tantos y tan gloriosos mártires con los cuales están ennoblecida
y amparada de los encuentros de sus enemigos.
Oración: Vuelve, Señor,
tus ojos benignos sobre la familia de tus fieles siervos, y concede, que amparada
por la intercesión de la bienaventurada Engracia y sus compañeros mártires, sea
defendida de toda culpa. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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