Por el R.P. Guillaume Devillers
Sacerdote F.S.S.P.X
LOS LIBERALES, AL INFIERNO
El liberalismo es pecado y como tal, conduce al infierno.
La pasión por la libertad lleva a los
hombres de nuestro tiempo a odiar la ley de Dios, la moral y todo lo que
pretende poner un freno a su libertinaje. Defienden
la libertad de la prensa, de las conciencias, de la pornografía, de la droga,
de la eutanasia, del aborto, de todas las religiones, del satanismo, de todo.
Para cualquier hombre sensato, este
liberalismo es evidentemente un delirio, pero la pasión lo hace ciego: el liberal no quiere ver ni escuchar nada
que contradiga su pasión desordenada. No recibe la palabra divina en buena
tierra sino en corazón de piedra y matorrales de espinas. “Los ojos no sirven para nada cuando el espíritu está ciego” (San Colombo). Aunque un
condenado resucitara delante de sus ojos, no creería.
Con
el Concilio Vaticano II, la pasión liberal se ha propagado en la Iglesia.
Los católicos en su inmensa mayoría se han hecho los más fanáticos apóstoles
del nuevo evangelio de la libertad. Y por eso se han vuelto más afirmativos y
categóricos que los librepensadores del siglo XIX: ¡el infierno no
existe! La
simple vista de este articuló les arrancará tal vez a muchos un nervioso y
despectivo: “¡Por
favor, no me hablen de esto!”.
LOS MODERNISTAS, AL INFIERNO
Los modernistas pretenden que el infierno es una noción
simbólica, representación mítica de los males de la vida presente, o expresión
de los complejos freudianos del subconsciente. No creen en el infierno porque para ellos
la religión es un puro devenir en
constante evolución y progreso. Ella
nace de la conciencia de los creyentes y debe ajustarse a las aspiraciones de
cada época. Los modernistas tienen el
culto del hombre, es decir del hombre moderno, del hombre liberal: el hombre que,
según ellos, llego por fin a su madurez después de salir del oscurantismo del
medioevo, el hombre independiente, liberado, consiente de su dignidad, sin
miedos ni tabúes. Todo esto excluye obviamente la idea de suplicios
eternos.
Los modernistas no tienen excusa: creen sin
la menor prueba fábulas tranquilizadoras que son el fruto de su imaginación “liberada”. Pero no sufren la sana doctrina y se apartan de
los dogmas de la fe, despreciando el testimonio infalible de los milagros y
profecías.
Con
audacia sacrílega se han atrevido a tocar lo intocable y pretenden modificar lo
que es inmutable: la divina revelación.
¡Locura incomprensible! No solo se han cerrado
ellos mismos las puertas del Cielo sino que además no dejan entrar a los demás.
Porque si la mayoría de los hombres no
teme más el infierno ni tiembla por su salvación, es claramente porque los
clérigos impregnados hasta la medula de liberalismo y modernismo, no hablan más
de esto.
Conociendo
las tremendas maldiciones que llenan la Sagrada Escritura en contra de estos
falsificadores de la fe, tenemos motivo para llenarnos de espanto. ¡Más les
valiera no haber nacido!
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