La
gloriosa virgen y mártir santa Lucía nació de padres ilustres y ricos en
Siracusa de Sicilia, y desde niña fue cristiana y muy inclinada a la virtud y
piedad, especialmente a conservar la pureza de cuerpo y alma.
Muerto su; padre, Eutiquia su madre concertó
de casarla con un caballero mozo y principal, aunque pagano; mas Lucía
repugnaba y buscaba ocasión para que no tuviera efecto: la cual le ofreció una
enfermedad molesta y larga de su madre. La aconsejó Lucía que fuese a Catania, a visitar el cuerpo de
santa Águeda, en cuyo sepulcro hacía Dios grandes milagros. Se dejó
convencer la enferma: fueron a su piadosa romería, y habiendo sanado de su
dolencia la madre, y vueltas las dos a Siracusa, le rogó la santa hija que no
le mentase esposo carnal, sino que el dote que le había de dar le permitiese
distribuirlo entre los pobres.
Aunque se le hacía de mal a Eutiquia
despojarse de su hacienda y darla en vida; con todo cedió a las súplicas de la
santa doncella, que decía no ser tan aceptas a Dios las limosnas hechas después
de la muerte, como las que se hacen en vida; con que recibió el dote, lo
comenzó a vender y lo fue repartiendo con larga mano a los pobres. Supo esto
aquel caballero, y de aquí entendió que Lucía era cristiana y le rehusaba por
ser él gentil: de lo cual concibió gran saña contra ella, y la acusó delante del
prefecto, como a enemiga de los dioses del imperio.
La mandó llamar el presidente, y con buenas
palabras procuró persuadirla que dejase su fe y sacrificase a los dioses; mas
no halló entrada en el pecho de la santa virgen. Y como instase de nuevo, le dijo
ella: «No te canses, ni pienses
que me podrás con tus razones apartar del amor de mi Señor Jesucristo. »
Se embraveció el
prefecto; y trocando la primera blandura en braveza y enojo, la trató como
mujer que había gastado su patrimonio en mal vivir. Se defendió Lucía con
firmeza: y entonces mandó el malvado juez que la llevasen al lugar de las
mujeres públicas; mas con todos los esfuerzos que hicieron, no les fue posible
moverla del lugar en que estaba. Mandó, pues, el presidente poner mucha leña,
resina y aceite alrededor de la santa, y encenderlo para abrasarla; y ella, como
si estuviese en un jardín muy ameno y delicioso, estuvo segura y queda sin
recibir detrimento.
Finalmente la hizo el
juez atravesar una espada por el cuello: y estando la bienaventurada virgen
herida de muerte, oró todo el tiempo que quiso, y habló cuanto quiso a los
cristianos, que estaban, allí presentes, diciéndoles que se consolasen, porque presto
la Iglesia tendría paz, y los emperadores que le hacían la guerra dejarían el mundo
y el señorío: y luego dio su bendita alma a Dios.
Reflexión:
Ni lo tierno
de la edad, ni la debilidad del sexo, con que tan de ordinario se disculpan los
mundanos para no darse a la virtud, son, como acabas de leer, excusas
suficientes. ¿Qué responderán los tales a Cristo, cuando por toda acusación les
ponga ante los ojos tantos niños, tantas delicadas doncellas como santa Lucía,
que supieron arrebatar el cielo? Si el demonio trata de engañarte con un día
que quizás no amanecerá para ti, contéstale que muchos habían diferido su conversión
y han muerto sin ver el sol que se prometían. Si te pone delante lo tierno de
tu edad, ¡qué! Debes exclamar con san Agustín: ¿pudieron estos niños, estas delicadas doncellas
conquistar el cielo, y no lo podré yo?
Oración: Óyenos, Señor Salvador nuestro, y
como nos regocijamos en la festividad de tu bienaventurada virgen y mártir
Lucía, así experimentemos el afecto de una verdadera piedad y devoción. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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