La heroica virgen y mártir santa Bibiana, fue hija de Flaviano,
prefecto de Roma, el cual por su constancia en profesar la fe de Cristo fue
degradado de la nobleza, privado de su empleo, despojado de todos sus bienes,
reducido a la vil condición de esclavo y muerto de miseria en el destierro,
como confesor y mártir de Jesucristo.
El emperador
Juliano el apóstata, que así trató a este santo, proveyó en sus honores a Aproniano, tan perverso y hostil a los
fieles de Cristo como el emperador. Lo primero en que puso los ojos el perverso
prefecto fue en perseguir la familia de su antecesor.
Componíase ésta de Dafrosa, mujer de Flaviano, y de Bibiana y
Demetria, sus hijas. A las tres tuvo encerradas como en cárcel en su propia
casa.
Luego se apoderó de sus bienes y desterró a la madre, a la
cual después de haberla casi hecho morir de hambre, mandó cortar la cabeza. A
las dos hermanas, jóvenes hermosas, y más que todo fervientes cristianas, las
hizo comparecer en su presencia, é intimóles la orden de renegar de Jesucristo.
Se resistieron ellas valerosamente: de lo cual irritado el prefecto, las encerró
en una cárcel con orden que no se les diese ningún alimento hasta que abjurasen
su fe: y como nada obtuviese con esto, determinó sujetarlas a la prueba de los
tormentos.
Antes de ejecutarlo, llamó Dios a su gloria
a Demetria, quedando sola Bibiana, única heredera de la fe de sus
padres, dispuesta a entrar en batalla con los enemigos del nombre cristiano. Fue
desde luego entregada a una perversa mujer para que con halagos y promesas
tratase de rendir aquel tierno corazón, más firme que una roca combatida por
bravas olas; y no pudo la mala hembra alcanzar lo que pretendía.
No bastando las caricias echó
mano de los malos tratamientos. La hacía azotar cada día con varas y látigos
guarnecidos de puntas de acero con una crueldad que excede a todo
encarecimiento, sin que pudiese arrancar de la santa virgen ni una sola queja
ni un solo gemido, antes bien daba muestras de mayor alegría y contento, por la
honra que tenía de padecer por su celestial esposo, lo que él había padecido
primero por ella. Embravecido y fuera de sí Aproniano al verse vencido por una
débil doncella, con cuya defección pensaba granjear mayor confianza del
emperador, mandó que atasen a la santa virgen a una columna y que fuese azotada
hasta que muriese, con disciplinas armadas de plomo, ejecutándose esta su orden
con una crueldad tan sin ejemplo, que los corazones más bárbaros e inhumanos se
horrorizaban al contemplar tan cruel carnicería.
Sola la santa estuvo inmóvil, con el rostro
risueño y el corazón esforzado y tranquilo: hasta que destrozado su cuerpo
virginal, dejó paso a aquella alma pura e inocente para volar a su divino
esposo con la palma del martirio y la corona de la virginidad.
Reflexión:
No hay
palabras para afear y detestar la feroz crueldad de los enemigos del nombre de
Cristo. ¿Qué mal les hizo esta santa doncella cristiana, para que la
hubiesen de atormentar tan bárbaramente? Pero así
como en la inquebrantable fortaleza que mostró en los suplicios se manifestó
que estaba revestida del espíritu de Dios, así en la fiereza e inhumanidad de
los perseguidores de la virtud cristiana, se muestra que están revestidos del
furor de los espíritus infernales.
Oración:
Oh Dios, dispensador de todo bien, que en tu sierva santa Bibiana juntaste la
palma del martirio con la flor de la virginidad; por su intercesión une a ti
nuestras almas por medio de la caridad, para que libres de todo peligro, consigamos
los premios eternos. Por Cristo, nuestro
Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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