EL
8 DE DICIEMBRE de 1854, en el ejercicio de su poder pontificio de enseñar infaliblemente
la verdad, Pío IX promulgó la bula “Ineffabilis Deus”, en la que expuso y
definió como “doctrina revelada por
Dios y que todos los fieles deben creer firme y constantemente, que la
santísima Virgen María fue preservada de toda mancha del pecado original desde
el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio únicos que le
concedió Dios todopoderoso en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador
del género humano” . Esto significa que el alma de María, en
el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada de la gracia
santificante.
La gracia no toma posesión de los hijos de
Adán sino hasta después del nacimiento. Se cree piadosamente que Jeremías y San
Juan Bautista fueron santificados antes de nacer, pero después de haber sido
concebidos. En el alma de María no existió jamás la mancha del pecado original.
Doscientos
cincuenta años antes de la definición de esta verdad, la universal Iglesia
creía ya firmemente en la Inmaculada Concepción de María (naturalmente dicha verdad está implícita en
el depósito de la fe).
Estaba prohibido hablar en público contra la doctrina de
la Inmaculada Concepción. Sin embargo, antes de la definición, no
era todavía una doctrina “de fe”, como no lo
era la de la Asunción de María antes de que fuese definida en 1950.
Por
ello, nada tiene de extraño que Alban Butler, al hablar de la “Concepción de
la Bienaventurada Virgen María”, haya escrito que “es una creencia muy general, aunque no un artículo de
fe, que (María) fue concebida sin mancha. Numerosos
prelados y gran número de universidades católicas se han declarado vigorosamente
en favor de esta doctrina, y varios Papas han prohibido severamente que se la
impugne, se la discuta y se escriba contra ella. Sin embargo, está igualmente
prohibido considerarla como doctrina de fe definida y censurar a quienes ‘creen
lo contrario en privado’ ”.
Alban
Butler añade que basta con que la Iglesia haya favorecido abiertamente la
doctrina de la Inmaculada Concepción para que, aquéllos que desean distinguirse
por su fidelidad a la Iglesia se atengan a esa orientación. . . . “El respeto que debemos a la madre de Dios y el honor que
debemos a su divino Hijo, nos mueven a pensar que ese privilegio conviene
altamente a su santidad sin mácula.”
Después de que Pío IX habló
en 1854, las reservas mencionadas por Butler dejaron de existir. Actualmente,
todo católico está obligado a creer como artículo de fe la doctrina de la
Inmaculada Concepción.
Según parece, desde muy antiguo se celebraba
en Palestina una fiesta para conmemorar la concepción de María; pero no se
afirmaba que hubiese sido concebida sin pecado original. No faltan razones para
suponer que dicha fiesta tuvo su origen en la de la concepción de San Juan
Bautista, que se celebraba ya a principios del siglo VII. Durante mucho tiempo,
la expresión “Concepción
de María” se empleaba para significar
el momento en que María, por obra del Espíritu Santo, concibió al Verbo
encarnado (fiesta de la Anunciación).
Por ello, la nueva fiesta se llamó al principio la Concepción
de Santa Ana. Con ese nombre y sin
referencia alguna a la inmaculada Concepción, la fiesta pasó de Constantinopla
a Sicilia y el sur de Italia en el siglo
IX. (La fiesta ha conservado ese
nombre en el oriente, aun entre los católicos bizantinos que
siguen llamándola oficialmente “la concepción de Santa Ana, madre de la Madre
de Dios”, y la celebran el 9
de noviembre (fecha original en el oriente). Naturalmente, se trata de la
fiesta que nosotros llamamos de la Inmaculada Concepción. Las iglesias
orientales disidentes no tienen una doctrina oficial sobre este punto; algunos
teólogos defienden la Inmaculada Concepción, en
tanto que otros la atacan. Probablemente el pueblo cree implícitamente en la
Inmaculada Concepción. Se dice que la secta rusa de “Los viejos creyentes” profesaba formalmente esa doctrina. En el calendario
litúrgico anglicano se lee el 8 de diciembre:
“La Concepción
de la Virgen María.”), el primer vestigio claro de la fiesta de “ la Concepción
de Nuestra Señora” , en el occidente,
se encuentra en Irlanda en el siglo IX,
dos siglos después en Inglaterra de donde se propagó a Germania, Francia y
España. Dicha fiesta se celebraba el 8 de diciembre, lo cual pone de manifiesto
la influencia oriental, ya que en Jerusalén y Constantinopla, así como en
Nápoles, la fecha de la celebración era el 9 de diciembre.
En occidente, lo mismo que en el oriente, la
fiesta comenzó a celebrarse en los monasterios. Las dos primeras menciones de
la festividad se encuentran en sendos calendarios de la abadía de New Minster
de Winchester. La innovación encontró al principio cierta oposición; pero un
discípulo de San Anselmo, el monje Eadmero, escribió un importante tratado
sobre la concepción de Nuestra Señora, y un sobrino del santo arzobispo, llamado
Anselmo como él, introdujo la fiesta de la Concepción en su abadía de Bury St.
Edmund’s. Pronto adoptaron la fiesta las abadías de Saint Alban’s, Reading, Gloucester
y otras. El prior de Westminster, Osberto de Clare, estaba en favor de la
fiesta; pero algunos de los monjes estaban en contra. Finalmente, la fiesta fue
aprobada por el sínodo de Londres de 1129. Por el mismo tiempo, la fiesta
empezó a popularizarse en Normandia, aunque no sabemos si la costumbre provenía
de Inglaterra, que estaba entonces ocupada por los normandos* o del sur de
Italia.
Hacia el año de 1140, la catedral de Lyon
adoptó la fiesta. Con esa ocasión, San Bernardo desató una controversia teológica,
que había de durar tres siglos, acerca del momento en que la Virgen María había
recibido la gracia santificante. Sin embargo, en tanto que la opinión de los
teólogos fluctuaba de un extremo al otro, la fiesta de la Concepción de María iba
ganando terreno.
En 1263, fue adoptada por todos los
franciscanos, quienes se convirtieron en sus más ardientes defensores, en tanto
que los teólogos dominicos se oponían generalmente a ella. En 1476, Sixto IV,
que era franciscano, impuso la fiesta en la diócesis de Roma. La fiesta se
llamaba entonces de la Concepción de la Inmaculada y no de la Inmaculada Concepción;
pero, como lo hace notar acertadamente Butler, el objeto de la devoción de la
Iglesia es la santificación de María y no simplemente el hecho de que haya sido
concebida.
En 1661, el Papa
Alejandro VII declaró que la fiesta celebraba la inmunidad de María de toda
mancha de pecado desde el momento en que su alma fue creada e infundida en su
cuerpo, es decir desde el momento en que la Madre de Dios fue concebida. En
1708, Clemente XI impuso a toda la Iglesia de occidente la obligación de
celebrar la Inmaculada Concepción como fiesta de precepto.
Después de la solemne definición del dogma en
1854, la fiesta tomó el nombre de la Inmaculada Concepción de la Santísima
Virgen María. Nueve años más tarde, fueron promulgados el oficio
nuevo y la nueva misa. Desde entonces, aunque sería mejor decir desde antes, la
devoción a la Inmaculada Concepción fue uno de los aspectos más difundidos de
la devoción mariana. Francia se puso bajo su patrocinio y diez de las dieciocho
diócesis de Inglaterra y Gales tuvieron a la Inmaculada Concepción como patrona
principal. Ocho años antes de la definición del dogma, seis naciones de la América
Latina habían adoptado a la Inmaculada Concepción como patrona, y el Concilio
de Baltimore la declaró patrona de los Estados Unidos. En todo el mundo hay
centenares de iglesias dedicadas a este privilegio de Nuestra Señora.
Naturalmente,
la bibliografía sobre la Inmaculada Concepción y la fiesta litúrgica es inmensa.
Tal vez el artículo más completo sea el de los PP. Le Bachelet y Jugie, en
DTC.,
VIDAS DE LOS SANTOS
DE BUTLER— 1965
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