PELIGROS GRAVES.
—La ancianidad de León XIII, cuyo pontificado fué tan
largo y glorioso, se vio entristecida por la aparición de peligros graves que
amenazaron a la Iglesia. Una herejía sutil atacaba derechamente al corazón mismo
de la Revelación, y, con la apariencia engañosa de un esplendente progreso,
destruía las tradiciones y alteraba el dogma. Con todo eso, de
ningún otro Papa de los tiempos modernos había proyectado más luz sobre los
hombres. El
número y la calidad de sus Encíclicas le colocan entre los grandes Doctores,
que acertaron a comprender su época, y a resolver las candentes cuestiones
actuales. Se le escuchó, se le aplaudió; pero en muchísimas esferas no se le
entendió, y hasta, lo que era más grave, se llegó a alterar el pensamiento del
Papa.
Las
ciencias eclesiásticas que León XIII
procuró renovar por medio del tomismo, derivaban por caminos opuestos; la
acción social católica, que él había definido con claridad, se veía suplantada
por la elaboración de una falsa democracia liberal; el laicismo, invadiendo
todos los dominios, amenazaba con oscurecer enteramente en los espíritus los
principios que regulan las sociedades y sus relaciones con la Iglesia.
INSTAURARE OMNIA IN CHRISTO.
—
León XIII no tuvo tiempo para desenmascarar y abatir al
“modernismo”, esa hidra de la que cada cabeza era una antigua herejía
resucitada. No tuvo tampoco tiempo para emprender el reajuste de las
instituciones eclesiásticas que le permitiesen ejercer con mayor amplitud, armonía
y eficacia las funciones esenciales de magisterio y de gobierno que emanan de
la autoridad suprema de la Silla Apostólica. Pero Dios le concedió el sucesor
que realizaría sus deseos. San Pío X era uno
de sus discípulos más fieles, penetrado de las doctrinas de sus magníficas
encíclicas, y que tenía igualmente la clara visión de los daños que amenazaban
a la Iglesia. En fin, la mucha experiencia que había adquirido en el gobierno
de las almas, como cura párroco, como obispo y como Patriarca, junto con sus
excepcionales dotes naturales y con una santidad eminente, le habían preparado
para llevar al cabo una obra de renovación universal en la Iglesia. Desde el
primer día de su pontificado dio a conocer la extensión de su programa, al tomar
por lema las palabras con las que San Pablo define
el programa de Dios mismo al salvar al mundo: Instaurare
omnia in Christo; obra que esencialmente se realizó al fin de la vida del
Redentor, pero cuyo cumplimiento perfecto debe verificarse en todos los
tiempos, con el concurso de los hombres mismos. San Pío X hacía
de este modo saber que las circunstancias no pedían al Papa una vigilancia
especial sobre tales o cuales puntos de la vida de la Iglesia, sino que todas
las cosas, “omnia”, exigían una revisión con mano vigorosa, a fin de que
ninguna escapase a Cristo ni a la Redención.
LA VIDA LITÚRGICA.
— Es sumamente notable que, para proceder en
esta renovación universal, su primer acto tuviese por fin algo que muchos entonces
juzgaron insignificante. Por un Motu
Proprio fechado pocos meses después de su elección, realizaba la primera
etapa de una reforma completa de la liturgia, mediante las prescripciones sobre
el canto sagrado. Con esto su santidad se nos revela en uno de sus aspectos más
atrayentes, más profundos y más auténticos. Pío X, este gran hombre de acción, fué en primer término un
hombre de oración. Y la oración que primeramente recomienda, es la
oración pública y solemne de la Iglesia: la oración que reúne en una alabanza común,
en una oración común, en un sacrificio común, todas las almas bautizadas.
Esto es ya un anticipo de la oración de
la eternidad; la oración del cielo inaugurada en la tierra y acomodada
a las condiciones de este tiempo de prueba. El papa Santo quiso que los fieles
comenzasen por hallar el sentido de esta sublime oración litúrgica, envuelta en
la oración que Jesucristo dirige a su Padre, inspirada por el Espíritu Santo,
presente en su Iglesia, y oración que debe ser la fuente la inspiración normal
de las oraciones privadas, personales, a las que además deben los fieles
entregarse cada día.
La oración será siempre la principal palanca
de la acción de Pío X. Pero esta
renovación del canto gregoriano no es más que el principio de toda una serie de
reformas y empresas de orden litúrgico, que orientarán por sendas nuevas y
tradicionales a la vez, la vida espiritual de los bautizados. Reforma del
Breviario, que armoniza y proporciona la distribución de los Salmos, y que da al
domingo el puesto preeminente que el culto de los Santos le había hecho perder
durante la Edad Media; desarrollo del culto eucarístico, invitación
apremiante a la comunión frecuente y diaria, y esto desde el uso de razón; en
fin, instauración del ideal del sacerdote tal cual conviene a nuestro tiempo. Todo
el ardor de la caridad del Papa Santo, ignis ardens, se deja ver en sus enseñanzas y en sus prescripciones. De este modo se dilata poco a poco en la Iglesia
una maravillosa renovación de vida espiritual, junto con una unión más total de
las almas entre sí y con Jesucristo. Resultado de esto fué el doble
acrecentamiento simultáneo, por una parte, de las fuerzas de resistencia contra
los ataques o amenazas de los enemigo y, por otra, del grandioso homenaje rendido
a Dios en una forma más extensa, más elevada y más pura.
ORGANIZADOR Y LEGISLADOR.
— No sin razón el papa Santo había comenzado por recordar al pueblo
fiel la importancia capital, no tan sólo de la oración, cosa que nunca se había
perdido de vista, sino muy particularmente de la oración litúrgica: es, sobre
todo, porque ésta es la oración de la Iglesia. Así pues, queriendo restaurarlo todo
en Cristo, por la Iglesia y en la Iglesia convenía invitar a los hombres a
volver a hallar a Cristo. La Iglesia es a la vez el camino para llegar a
Cristo; y es también el mismo Cristo, extendido y comunicado a todas las almas,
pues la Iglesia es su cuerpo místico. Este cuerpo visible es
el que Pío X quiso hacer cada día
más atrayente y más acogedor para las almas. No quiso en manera alguna que la
Iglesia pareciese una sociedad religiosa anticuada, una supervivencia medieval,
el bello testimonio de un pasado concluido, sin relación con el presente y sin
influencia sobre él: era indispensable un esfuerzo sano de reajuste a la
sociedad moderna. León XIII tuvo ya
plena conciencia de ello; pero debió consagrarse a lo más urgente: la Proclamación de las doctrinas, bastante desconocidas,
y le faltó tiempo para emprender la reorganización de los servicios del
gobierno y la administración eclesiástica. Pío X no retrocedió
ante tal reforma de la Curia y de las oficinas de las Congregaciones Romanas.
Se trataba de un mundo de funcionarios apegados a costumbres seculares que era menester
reavivar. No faltaron vivas resistencias. Pero el Papa Santo sabía mostrar,
cuando hacía falta, no menos fortaleza y tenacidad que dulzura y paciencia. En
pocos años se llevó a cabo toda la reforma; algunas Congregaciones quedaron
suprimidas otras se fusionaron, y a todas se las señalaron atribuciones bien
precisas. Solo esta revolución pacífica hubiera bastado para hacer
glorioso su pontificado. Mas Pío X a
esto añadió
todavía la refundición completa del Derecho Canónico. Con todo eso, el Código
no se había terminado a su muerte, y fué su sucesor, Benedicto XV, quien le promulgó
declarando al mismo tiempo que esta obra importantísima colocaba a Pío X en las filas de
los mayores canonistas de la historia.
EL DEFENSOR DE LA FE.
—Pero esta obra de restauración no habría dado mucho fruto si el
fundamento mismo de la unidad de la Iglesia, la fe, hubiese quedado
directamente amenazado por las infiltraciones de la herejía.
El espíritu de orden y de justicia que se manifestaba en las reformas institucionales
ya realizadas, debía llevar al Papa Santo a proseguir las enseñanzas de León XIII, y a hacer brillar en toda su
pureza la doctrina cristiana. Tuvo por lo mismo que lanzarse a la lucha contra la
insidiosa herejía que pretendía destruir el fundamento de la fe. Puede decirse
que los once años de su pontificado fueron una magistral y vigorosa afirmación de
la fe católica contra ella. Recuerda
los grandes dogmas que los modernistas alteraban hasta el punto de
aniquilarlos: Dios, a la vez trascendente y presente a todas las
criaturas; el orden sobrenatural y sus relaciones con la razón y la ciencia;
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; la esencia de la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo, sociedad sobrenatural, fundada sobre Pedro; la distinción
entre la Iglesia docente y la Iglesia discente; el valor absoluto de las definiciones
dogmáticas; la profunda eficacia de los Sacramentos, que sobrepasa con mucho al
puro simbolismo; las reglas de la interpretación de la Biblia; el sentido de la
Historia; las relaciones entre la Iglesia y el Estado; las condiciones de la
salvación. De esta manera, con una claridad maravillosa, restablecía
todos los elementos de nuestra vocación a un fin sobrenatural, al que sólo se
puede llegar mediante la gracia gratuita de nuestro Redentor. Su máximo anhelo de restaurar todas las cosas
en Cristo, se
manifiesta sobre todo en esta solicitud por devolver todo su brillo a la pureza
de la fe de la Iglesia. Su delicadeza de conciencia era extrema en
este punto, y, para desenmascarar y condenar las menores tendencias heterodoxas,
demostró una firmeza y una justicia inflexibles.
EL SANTO.
—
Pío XII, al describir en la homilía de la canonización la rica
personalidad de San Pío X, dijo de
él que era
una figura gigante y apacible. Este
es, efectivamente, el distintivo de su santidad, la cual supo juntar, mejor que
en º1la mayoría de los demás Santos, una grandeza sobrehumana en la obra que realizó, con una
humildad, una bondad, una sencillez que atraía hacia sí las almas. Supo en primer término cumplir en sí mismo el
programa con que había brindado a los hombres: y Cristo reinó como Señor en su corazón, en
su inteligencia, en su voluntad. La breve noticia que Pío XII ha insertado en el Martirologio para la
fiesta de nuestro Santo, indica en pocas palabras la plenitud de dones y de
virtudes sobrenaturales que engalanaba su alma y daba fecundidad a sus obras. Uno no sabe qué
admirar más, si su caridad ardiente, su espíritu de piedad, su sentido de orden
y de justicia, su profunda humildad, su desprendimiento o la integridad de su
fe y la firmeza de sus directivas. Realizó el ideal del cristiano, del
sacerdote y del Pontífice. Y en todas las cosas demostró un sentido penetrante de
las necesidades, de las aspiraciones, de las energías de su tiempo. Es a la vez
el juez y el doctor de nuestra sociedad moderna, y es así mismo el modelo de la
santidad que conviene a los hombres de hoy. Ojalá nuestras sociedades descristianizadas
se vuelvan hacia él, escuchen su mensaje y soliciten sus oraciones. Sometidas de
nuevo al suave yugo del Rey Pacífico, hallarán al fin, la solución que ningún
otro poder de éste mundo podrá jamás procurarlas.
PÍO XII, CANONIZA A PIO X. |
VIDA
José Sarto nació en Rieze, en la diócesis de Treviso, el
2 de junio de 1835, de padres pobres, pero de una honradez y virtud notables. Bautizado
el día siguiente, fué confirmado el 1 de septiembre de 1845 y recibió por primera
vez la Eucaristía el 6 de abril de 1847. Ingresó en el Seminario de Padua en 1850
y fué ordenado de sacerdote el 17 de septiembre de 1858. Nombrado párroco de
Salzano y luego Canciller del Obispado y director espiritual del Seminario de
Treviso, llegó a ser Obispo de Mantua en 1884, y Cardenal y Patriarca de
Venecia en 1893. El 4 de agosto de 1903 fué elevado al Sumo Pontificado, que aceptó a
pesar suyo y como una cruz, y tomó el nombre de Pío X. Los desastres de
la guerra que no logró conjurar, le hicieron morir de dolor el 20 de agosto de
1914. El pueblo católico entero le consideró
inmediatamente como Santo y después de múltiples gracias y numerosos milagros
obtenidos por su intercesión, Pío XII le beatificó el 3 de junio de 1951 y, en fin,
le canonizó el 29 de mayo de 1954.
ORACIÓN DE SU SANTIDAD PÍO XII
— ¡Oh glorioso Pontífice, siervo fiel del Señor, humilde y leal
discípulo del Divino Maestro en el dolor y en la alegría, en los cuidados y en
las inquietudes, Pastor experimentado de la grey de Cristo!, vuelve tu vista hacia nosotros.
Difíciles son los tiempos en que vivimos, rudos los esfuerzos que de nosotros
reclaman. La Esposa de Cristo confiada un día a tus cuidados, se encuentra de nuevo
entre graves tormentas. Sus hijos se ven amenazados de innumerables peligros en
el alma y en el cuerpo. El espíritu del mundo, como león rugiente, ronda en su
derredor buscando a quien devorar. Muchos llegan a ser víctimas suyas; tienen ojos
y no ven; tienen oídos y no oyen; apartan su mirada de la luz de la verdad eterna;
oyen la voz de insidiosas sirenas, de mensajes engañosos. Tú, que fuiste en la
tierra un gran inspirador y guía del pueblo de Dios, sé nuestra ayuda y nuestro
intercesor y el de todos los que se proclaman discípulos de Jesucristo.
¡Oh Santo Pío X,
gloria del sacerdocio y honra del pueblo cristiano! tú, en quien la
bondad pareció hermanarse con la grandeza, la austeridad con la mansedumbre, la
piedad sencilla con la doctrina profunda; tú, Pontífice de la Eucaristía y del
Catecismo, de la fe íntegra y de la firmeza impávida, vuelve tus miradas hacia la
Iglesia que tanto amaste y a la que diste el mayor de los tesoros que la Bondad
divina había, con mano pródiga, depositado en tu alma. Obtenla la integridad y
la constancia en medio de las dificultades y de las persecuciones de nuestros días;
alivia a esta pobre humanidad, en cuyos dolores tuviste tanta parte, que acabaron
por detener los latidos de tu magnánimo corazón. Haz que la paz triunfe en este
mundo agitado; la paz que debe ser armonía entre las naciones, concordia
fraterna y colaboración sincera entre las clases sociales, amor y caridad entre
los hombres, a fin de que, de este modo, las angustias que agotaron su vida apostólica,
se transformen, merced a tu intercesión, en una realidad de dicha, para gloria de
nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina
por los siglos de los siglos. Así sea.
(El día de la Beatificación).
DOM PROSPERO GUÉRANGER
ABAD DE SOLESMES.
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