Los ilustres mártires de Cristo san Cosme y san Damián fueron hermanos, naturales de Egea, ciudad de Arabia, e hijos de padres cristianos.
Se dieron al estudio de las letras y ciencias humanas, y especialmente
al de la medicina, en que salieron muy excelentes, y no pocas veces por arte
divina sanaban dolencias incurables.
No tenían puestos los ojos en interés
temporal ni curaban por dineros, sino sólo por misericordia y puro amor de
Dios, y valiéndose de su arte para dar a los enfermos conocimiento de la ley de
Cristo y de su santo Evangelio.
A esta sazón tomó las riendas del imperio romano aquel gran perseguidor
de la Iglesia, que inundó el orbe con sangre de mártires, y se llamaba
Diocleciano.
Este envió de procónsul de Egea a Lisias, hombre cruelísimo y por
extremo enemigo de los cristianos, con orden de que los exterminase.
Al tener Lisias noticia de los dos santos
hermanos, los mandó traer a su presencia, y procuró, con todo el artificio que
pudo, persuadirles que sacrificasen a los dioses del imperio; y como viese que
perdía tiempo, los mandó atar de pies y manos, azotarlos cruelísimamente,
atormentarlos con otros muy atroces suplicios, y luego, así como estaban
atados, que los echasen en la mar; pero un ángel los desató y libró y puso en
la ribera.
Lo supo el procónsul, y atribuyéndolo a arte mágica, los mandó poner en la cárcel, y al día siguiente los hizo
echar en una hoguera encendida; y los dos santos salieron ilesos de las
devoradoras llamas.
Espantado Lisias, mas no rendido, los mandó
colgar en el ecúleo y descoyuntar sus sagrados miembros: más el ángel del
Señor, que los había librado ya del agua y del fuego, los amparó también
entonces, y los sacó de aquel tormento sin lesión alguna.
Corrido y avergonzado Lisias, no acababa de entender la virtud y poder
de Dios y de la religión que los dos hermanos profesaban: y así, lleno de furor
y enojo, dio orden de que los atasen en sendas cruces,
los levantasen en alto y que allí fuesen apedreados hasta que acabasen la vida;
todo lo cual no tuvo más efecto que los tormentos pasados, y solamente sirvió
para demostrarle que nada puede la fuerza del hombre contra el todopoderoso
brazo de Dios.
Quiso aún tentar otro suplicio además de los referidos, para convencerse
de que todo lo pasado era pura obra de magia y hechicería; y fue, mandarlos asaetear con agudas y aceradas saetas hasta
destrozar los cuerpos de los santos confesores de Cristo; y al ver la
inutilidad de este postrer tormento, los hizo degollar.
De esta manera acabaron gloriosamente sus
vidas los dos santos mártires, y con ellos otros tres hermanos suyos,
llamados Ántimo, Leónico y Euprepio, cuyos cuerpos fueron sepultados fuera de
la ciudad de Egea.
Reflexión: Solían decir los santos médicos
Cosme y Damián a los enfermos que visitaban: «Mirad que la medicina que cura
las enfermedades del cuerpo, no puede preservarle de la muerte: pero la
medicina de la fe de Jesucristo, no sólo tiene maravillosa virtud para curar
las dolencias del cuerpo, mas también da la salud y vida eterna del alma.»
Imiten
este ejemplo los médicos cristianos, procurando sanar a la vez, como san Cosme
y Damián, los cuerpos y las almas de los enfermos: y aprendamos todos a tener
en mayor estima la salud y vida inmortal del alma, que la sanidad y vida
frágil, de nuestro cuerpo mortal y corruptible.
Oración: Haz, te rogamos, oh Dios
todopoderoso, que pues honramos el nacimiento a la
gloria de tus santos mártires Cosme y Damián, por intercesión de ellos nos
veamos libres de todos los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario